_
_
_
_

El nuevo pellejo del desollador nostálgico

Veteranos matarifes y mondongueros del matadero clausurado 'estudian' para ordenanzas y conserjes

Elsa Fernández-Santos

Empecé a ir al matadero a los cuatro años, cuando llevaba la comida a mi padre y mi abuelo". Para Enrique Izquierdo, de 55 años, el cierre del matadero e Madrid es una tragedia que compara con la pérdida de sus raíces. Es una cuestión de sangre. "No exagero si digo que esto lo hemos vivido como la muerte de un padre. Si supieran cuánto hemos llorado y el miedo que tenemos a un nuevo trabajo nos entenderían. Son los nervios a lo desconocido y la pena de dejar algo que es, sencillamente, nuestra vida".Son 210 los matarifes y mondongeros [los encargados de elaborar la casquería] que han abandonado el matadero clausurado hace 10 días por el Ayuntamiento. De ellos, 90 terminaron ayer un curso de reconversión que el municipio programó para que se adapten, de la forma menos traumática posible a sus nuevos empleos como conserjes y ordenanzas.

El resto -sin necesidad de cursillos de adaptación- han sido recolocados como fontaneros, electricistas o socorristas del Samur, según sus afinidades y conocimientos. "A todos nos preguntaron si queríamos entrar en el Samur, pero está claro que a mi edad no puedo subir y bajar escaleras con una camilla a cuestas", explica Juan Morales, de 60 años, que será ordenanza en una junta municipal. De los empleados del matadero, 34 se han acogido a la jubilación anticipada.

Un clan

"Tenemos miedo. No sabemos cómo nos recibirán en nuestros nuevos trabajos, si sabremos acoplarnos, si lo haremos bien. Son demasiados años juntos haciendo lo mismo". Los trabajadores del matadero son una especie de clan. Unidos durante años por un trabajo cuyas tripas sólo ellos comprenden, tienen sus códigos y lenguaje. "Este mundo es como el de los toros, engancha. Si le coges afición, es para toda la vida, nace de dentro".Han crecido desollando vacas, corderos y cerdos y se muestran sin reparos como una verdadera familia. Todos se conocen desde adolescentes, heredaron el oficio de padres y abuelos y han sufrido la precariedad de su trabajo hasta que en 1985 se regularon sus horarios y se modernizaron las instalaciones. "Hemos trabajado durante años de sol a sol, sin duchas, sin lavabos, sin calefacción. Y eso une mucho".

Aseguran que hasta el último día se han dejado el pellejo por su trabajo, un oficio "como otro cualquiera" que acaba apasionando. "A los 14 años, cuando entramos, lo pasamos mal. No es fácil acostumbrarse a tanta sangre y tanta víscera. Al principio siempre es duro, pero luego no puedes dejarlo".

Ahora, matarifes y mondongeros han aprendido cómo tienen que comportarse al otro lado de una ventanilla o en la entrada de una junta municipal o un colegio público. Aunque sus sueldos se mantendrán, los horarios serán diferentes: "Más horas por menos esfuerzo físico", apuntan.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Jesús Ríos, de 58 años, mondongero, es el único que seguirá en el matadero (sólo se cierra la línea de sacrificio). Lo hará como conserje. Entró como aprendiz a los 14 años y hoy es el delegado sindical de UGT en el desaparecido centro. Su abuela fue mondoguera como él -"antes era normal que las mujeres trabajaran aquí", explica- El jueves, sus compañeros de sindicato -mayoritario en el Matadero- organizaron una gran comida de despedida en unos salones de la calle de la Reina Victoria. "No voy a poder probar bocado. Desde que cerraron tengo un nudo en el estómago", dice Miguel Cobos, de 58 años (44 de ellos en el centro de carne). "Como sindicato seguiremos juntos", añaden. "Y nos veremos en las bodas de las hijas".

La disgregación es uno de los aspectos que más les afectan. "Precisarnente el que sean un grupo tan unido es lo que genera su miedo a adaptarse bien en otro trabajo", explica una de las encargadas de formación del Ayuntamiento que ha trabajado en los cursos de reconversión. "Creen que en el resto de los trabajos la gente también está tan unida, y por eso piensan que de alguna manera no será fácil que los acepten. El temor al rechazo existe", añade la profesora. Los cursos -impartidos a grupos de no más de 20 personas- han servido sobre todo para que los trabajadores pierdan ese miedo a su nuevo destino y para que aprendan las reglas básicas que requiere el trato con el público. "En el Ayuntamiento nos han prometido que si no nos adaptamos bien nos cambiarán", aclara un matarife. Para ellos, el comportamiento del consistorio ha sido el correcto. La colaboración de sindicato y municipio ha tenido esta vez un fruto. Sólo vierten una queja: "Nos han tenido una semana en vilo sin saber nuestros nuevos destinos. A lo mejor parece poco, pero para nosotros ha sido mucho tiempo".

El matadero de Madrid, que según el Ayuntamiento se ha cerrado por sus pérdidas económicas en los últimos tiempos (800 millones al año), nació en 1918. Situado en un hermoso edificio industrial de Arganzuela, sus trabajadores -por cuyas manos pasaban al día 400 vacas, 2.350 corderos y 600 cerdos; el 10% de la carne que se consume en Madrid- todavía recuerdan las quejas de los vecinos por el mal olor que desprendía el centro. "El quemadero olía mal. Pero no la sangre, la sangre no huele", dice Angel Campos, un matarife grande y fuerte. Sobre la supuesta ilegalidad del cierre [el Ayuntamiento no contó con la autorización del Gobierno de la Comunidad], los trabajadores no opinan. "Para nosotros es un tema zanjado".

El jueves, la comida de despedida acabó como ellos presagiaban: a lágrima viva. "No fue una celebración, fue un entierro", comentó ayer Jesús Ríos. "Nos hemos prometido repetirla en la misma fecha el próximo años, pero ya quién sabe".

Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_