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Tribuna:JUAN CRUZ CRÓNICAS
Tribuna
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'Babe'

Juan Cruz

Basta un segundo para que todo parezca real y no extrañe que hable el cerdito. Se llama Babe y aparece en la pantalla como un héroe de los de antes, empeñado en superar las dificultades que impone la naturaleza de la vida. La película está aún en los cines, pero cuando nosotros la fuimos a ver, el viernes por la tarde, los espectadores ya escaseaban. Claro, piensa la gente, una película para niños en la que un australiano loco ha hecho hablar a los animales: ya intentaremos ir un día de éstos con los chicos. Pero luego los chicos están mejor en casa, con la televisión y con los actores de verdad, y queda pospuesta para siempre la aventura de Babe, el cerdito valiente.Y no es una película para niños, en el sentido de que es también una película para todo el mundo. La historia es simple, como la propia mirada melancólica del cerdito y de todos los animales del reparto. Un granjero consigue como premio en una feria un cerdito al que enseguida su mujer, rolliza e insaciable, ve como pata de jamón y como asado suculento; pero entre el cerdito y el granjero se produce un contacto singular, acaso la misma mirada melancólica que a veces los humanos comparten con los animales, y el destino de Babe cambia por completo.

Como es el único cerdo de la granja, Babe hace amistad con los perros pastores, cuya madre lo acoge como un hijo y es quien le llama Babe, y con Fernando, un pato al que Babe llama Nando. Ellos hablan, pero tienen el lenguaje de los animales; comprenden la maldad de los humanos, y a veces la comparten, como en el caso del gato horrible, y aunque deploran sus actividades matarifes conviven con ellos y se hacen cargo de lo difícil que debe ser también la vida del hombre. Babe está huérfano, como es natural: su madre siguió el destino irreversible de todos los cerdos y él derramó una lágrima de veras cuando ese instante fatídico se verificó ante sus ojos; la madre de los perros pastores le dio consuelo y guía; hasta tal punto que despertó en el cerdito la vocación de ser perro pastor. No es el único que quiere ser otra cosa que lo que realmente es en esta película de animales que hablan: Nando quiere ser gallo compite con el gallo de la casa para dar la hora un poco antes; el desbarajuste que organiza obliga a la familia a comprar un despertador que Nando intenta desactivar. El cerdito y el pato se hacen aliados y viven las más hermosas aventuras de riesgo y camaradería. Aunque Nando es un pato anárquico que vive como si el mundo fuera desde el amanecer su enemigo y tiene por el gallo una envidia que desaconsejaba Spinoza -"Por la envidia es afectado el que se entristece por el bien ajeno y se alegra con su mal"-, el cerdito valiente le comprende, pues él no quiere ser otra cosa en su vida que un perro pastor. La gran vocación. Lo tiene todo en contra, y en primer lugar tiene en contra que es un cerdito. No puede entrar en la casa de los dueños, porque ése es un privilegio que sólo pueden alcanzar los bien llamados animales domésticos. La dificultad, sin embargo, acrecienta el espíritu competitivo del cerdito, que se empeña y llega a ser el mejor conductor de las ovejas del granjero. Su método extraña en la comunidad: no les grita, como hacen los perros pastores, enfurecidos y rabiosos como lobos, sino que las trata de convencer con suavidad y con comedimiento. Al final, les dice, ganarán todos. En el camino del triunfo el cerdito, como alma noble que es -Don Quijote lo decía: "La derrota es trofeo de almas bien nacidas"- disfruta de muchos fracasos, e incluso pudo ver truncada su carrera de perro pastor porque el dueño está a punto de aplicarle la pena de muerte. Pero todos le ven, entre los humanos y entre los animales, como un animal que debe sobrevivir.

Circulan multitud de leyendas sobre cómo pudo hacerse esta película. Y qué más da.

Es una película que durante todo el tiempo que transcurre parece que está reproduciendo trozos verdaderos de la realidad.

Después sale uno del cine y un golpe de viento urbano nos hace saber que no es más verdadera la realidad de la otra parte, y queda en la memoria la melancolía real de los animales que hubieran querido ser otros animales y no necesariamente humanos.

Babelia

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