La sociedad tolerante
Estamos a jueves y todavía muchos de los abonados de Canal + no hemos concluido el esfuerzo de comprender cómo ha podido redifundirse en España -aparte de estrenarse alguna vez- una película proterrorista como Días contados.
Posiblemente España no es sólo en este momento la comunidad más tolerante, sino la más temeraria y autodisolvente. Días contados hace más de un año que se estrenó y no es momento de crítica cinematográfica. La crítica, al cabo de ese tiempo, la merece la sociedad que la premió primero y la tolera aún. De una parte, la Academia de Cine la distinguió con ocho galardones, entre ellos uno a los efectos especiales que reproducían la llamarada de la Goma 2; de otra, los medios, como se ve, la siguen programando. Algunos periódicos invitaban a no perdérsela el pasado lunes con una calificación de hasta tres estrellas.
Cualquier otro país curtido en la democracia habría perseguido ese filme destinado a enseñar meticulosamente el modo de llegar a querer a un terrorista. Y no a un terrorista cualquiera, innominado o remoto, sino a un asesino del comando Madrid que en la pantalla hace explosionar una carga de 100 kilos de amonal contra una comisaría o, simplemente, por dar cumplimiento a un impulso se apea del coche y dispara un tiro en la nuca a un guardia.
La película se trasmitía el día 5 y Fernando Múgica Herzog era abatido el día 6. En la película -Premio Goya al director, al guión, al producto entero- ese terrorista demuestra no poseer sentimientos si se trata de matar a peatones y policías, pero hace gala de un gran corazón para enamorarse de una prostituta, perdonarle la vida cuando se ha convertido en su testigo de cargo y ofrecerle al fin su propia vida en un arrebato pasional. El terrorista es el protagonista central, el más seductor, el más dulce y atractivo del reparto. Uno de los ocho goyas se lo concedieron a la película precisamente porque era muy apreciable el "montaje" y esto debió ser lo que más satisfacción proporcionó a la banda vasca. El filme es un acto terrorista más, tan bien montado qué los cines y canales de televisión pueden hacerlo explotar indefinidamente a la hora de la cena o al amanecer. A cualquier hora, tal como los terroristas hacen con sus artefactos.
No es fácil calibrar en qué grado el complejo de inferioridad heredado de los años de Franco ha convertido a esta sociedad en un cuerpo. tembloroso, temeroso a ser tildado de poco demócrata. El resultado, en definitiva, es que esa paranoia se ha instalado como una condición de este tiempo. La droga circula con una fluidez callejera que involucra cada vez más a los adolescentes, pero las autoridades no la persiguen según la ley. Dejan hacer no porque hayan asumido el principio de la no penalización, sino porque siguen el aire permisivo de la transición española. Tampoco se persigue a Jarra¡, no se ilegaliza KAS ni a los demás grupos proetarras. Igualmente, la película de Uribe no fue prohibida ni censurada como ordena una ley contra la apología del terrorismo, sino además ejemplarizada. Algunos de los beatos cinéfilos, ahítos de tolerancia, hablan hasta de un antes y un después de Días contados.
No es mejor una sociedad represora que una tolerante. Pero tampoco es mejor una sociedad que, aturdida por la represión precedente, confunde la permisión con la auto destrucción. Cualquier pueblo que en su historia actuó así demostró con su desorientación su vulnerabilidad y con su falta de razón su decadencia. Una sociedad que no reacciona ante lo que la perjudica o la vicia. es una sociedad enferma y, como avisa el mismo Uribe, podría tener los días contados.
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