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La Audiencia Nacional, próspera cosechadora

La intervención judicial del pazo de Baión, de los Oubiña, potencia su producción de albariño

Como vitivinicultores, Laureano Oubiña y Esther Lago no tienen precio: son un desastre. Eso piensan los actuales gestores del pazo de Baión -en Vilanova de Arousa (Pontevedra)-, intervenido por la Audiencia Nacional como otros bienes de la pareja. Tampoco hay constancia, ciertamente, de que los jueces Baltasar Garzón o Carlos Bueren dispongan de una especial capacitación vitivinícola, pero la tutela judicial que se deriva de sus acciones contra el matrinonio de presuntos narcotraficantes ha convertido a la Audiencia Nacional en próspera cosechera de albariño. La finca produjo este año 1.58.000 kilos de uva, que se han transformado en 100.000 litros de excelente vino, de los que la Audiencia, si no fallan las expectativas, obtendrá un beneficio neto de 33 millones de pesetas.Cuando Bueren nombró administrador judicial del pazo a Luis Manuel Rubí, joven funcionario de la Inspección de Hacienda de La Coruña, sólo pretendía mantener en su estado esos bienes intervenidos. Pero Rubí se propuso llegar mas lejos. El complejo vitivinícola montado por los Oubiña no deja de ser una empresa y, como tal, de estar orientada a obtener rentabilidad, beneficios. De manera que Rubí contrató con ese objetivo a un gerente de dilatada experiencia en el sector privado del albariño, Benito Estévez, y la Xunta se sumó al proyecto transfiriendo para la ocasión a su jefe de explotaciones vitivinícolas, Julián Benéitez. Ninguno oculta la satisfacción por el éxito alcanzado. Sólo el dúo Oubiña Lago cuestiona su gestión. "La suya sí que fue un desastre", replican Estévez y Benéitez.

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Aún no hay certeza sobre lo que los Oubiña pagaron por este pazo, pero lo esclarecerá la investigación judicial en marcha. Ambos constituyeron en 1987 la sociedad Albariño Baión con un capital escriturado de tres millones. Al formalizarse la compra, las deudas de los anteriores propietarios superaban los 220, de los que Albariño Baión asumió el montante de un crédito de 107. De momento, no se sabe que amortizaran el resto de la deuda o si el banco se la condonó por lo que apoquinaron a tocateja.

El año pasado, poco antes de sentenciarse el caso Nécora, Lago, con su marido en la cárcel, trató de vender la finca y el pazo por 1.200 millones. No aceptó los 600 que le ofertaron y la posterior intervención judicial de la propiedad atajó toda posible transacción de esa plantación, la mayor que existe de albariño en manos privadas. Oubiña compró 24 hectáreas y extendió las cepas por otras seis aprovechando zonas de grandes pendientes que comía el monte bajo. Bien ventiladas y soleadas por su orientación al sur y el sureste, reúnen condiciones para producir una uva de calidad aunque el matrimonio las maltratara.

"Como son terrenos ácidos", dice Benéitez, "quisieron compensarlo echándole toneladas de concha de mejillón, que lleva cal, y lo hicieron muy mal. Calcificaron en exceso unas partes sin cubrir las deficiencias donde eran más evidentes". Tampoco fueron profesionales, ni siquiera cuidadosos, en la poda, que llevaron hasta multiplicar los cortes como sangrías en las propias cepas. Cuando los técnicos encargados por la Audiencia aterrizaron en la finca, comprobaron además que no funcionaba ninguno de los tractores, que la maquinaria de la bodega era desproporcionada para las expectativas de producción, que unos mecanismos como los de etiquetado o el panel de control no servían y que todos, en fin, se hallaban en pésimo estado de conservación. ¿Interesaba realmente a los Oubiña la producción de vino o la tenían como tapadera de otros negocios?

"Nosotros pensamos que sí tenían interés en producir albariño", dice Estévez. "Lo que pasa es que ni él sabía ni entre los expertos que contrató hubo nadie que le aguantara su manera de ser, tan poco dada a escuchar y razonar". Sí escuchó, en cambio, al vendedor que le colocó un filtro sólo apropiado para una producción no inferior al millón de litros -"una barbaridad: no hay por aquí bodega que genere tanto"- o a otro que le colocó un sistema de imposible reparación en caso de averías porque ya no se fabrican el modelo ni sus piezas... Oubiña, cegado por su soberbia adinerada, caía como un pardillo frente a los charlatanes.

"El más experto era su cuñado, al que tenía de capataz y era el único que le soportaba", advierte Benéitez; "pero no tiene formación y, claro, no sabía usar las máquinas. El último etiquetado tuvieron que hacerlo a mano". Fue el de la cosecha de 1994. Quizá por eso sólo embotellaron 1.300 litros. Vendieron 77.000 kilos de uva y 24.000 litros de vino a granel, "de mala calidad incluso para venderlo así".

La finca, dividida en nueve parcelas en función de las características del suelo y de la edad de las cepas, permite una vendimia combinada y gradual "de resultados idóneos por la selección que permite", según los gestores de la Audiencia. Oubiña tal vez lo presentía, pero para su última elaboración de vino no tuvo reparos en exprimir las uvas agraces del segundo brote, que no llega nunca a madurar. Mezcló los mostos y así le salió el vino. Sus delicadezas vinícolas sólo admiten parangón con las caricias del oso.

Los nuevos gestores, volcados en rentabilizar la empresa, tuvieron que empezar por invertir nueve millones en reformas para adecuar a sus objetivos la infraestructura montada por Oubiña. Alguna maquinaria era sencillamente inútil y otra se ha recuperado momentáneamente con parcheos próximos al bricolaje. De la última cosecha se helaron 15.000 kilos de uva, pero se vendimiaron 158.000 kilos (un 37,4% más que el año anterior). "A nosotros, para el mantenimiento de la explotación, nos habría bastado con vender la uva", asegura Éstévez; "este año se vendía el kilo a 200 pesetas y, en la comarca, nunca la oferta cubre la demanda". Pero Rubí pedía más.

El rendimiento de la cosecha en vino se atuvo a la proporción marcada por el consejo regulador de la denominación de origen Rías Baixas. Cien mil litros en total, que en breves semanas serán embotellados para comecializarlos con las marcas Pazo de Baión (30.000 botellas) y Vionta (130.000). Las marcas de los Oubiña, ya para la historia, fueron Abadía Cluny y Albariño Baión, que nunca estuvo registrada pese a figurar como tal, con número y todo, en las etiquetas. "No pudo registrarla como marca porque albariño es una variedad genérica", explica Estévez; "otra falsificación".

Los gestores comercializarán por su entera cuenta el Pazo de Baión, probando y asumiendo directamente los riesgos del mercado, mientras que del Vionta, que toma el nombre de un islote de la ría de Arousa, se ocuparán conjuntamente con Freixenet. "Ellos precisaban un blanco de calidad para completar su gama, han seguido de cerca su elaboración y están satisfechos de los resultados. Y a nosotros también nos beneficia la solvencia y el alcance de Freixenet", concluye Estévez.

De modo que, si se cumplen las expectativas, Albariño Baión, la sociedad que produce la uva, y Comercial Oula, la que se la compra para producir y vender el vino, obtendrán este año 18 y 15 millones, respectivamente, de beneficios netos.

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