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DESAPARECE UN LÍDER DEL SIGLO XX

Francia despide con emoción a Mitterrand, el último presidente que encarnó la "grandeur"

Enric González

Este invierno amargo será recordado por los franceses. La muerte de François Mitterrand cayó ayer como una burbuja de silencio sobre un país aterido y convulso, nostálgico de una grandeza que acaso el viejo líder socialista fuera el último en encarnar. Ya no era presidente, sino un anciano de 79 años que luchaba valerosamente contra un dolor indecible, pero seguía proyectando la sombra de un gigante. Su, larguísimo mandato de 14 años, su influencia internacional, sus obras arquitectónicas y su propia personalidad hicieron de él un Rey Sol del siglo XX. Francia entera se inclinó en memoria del hombre que acabó con la guillotina. Jacques Chirac, su, sucesor, le definió como "un modelo", y "una gran figura".

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Tras una noche , en duermevela, Mitterrand se durmió por última vez ayer de madrugada. Su corazón se detuvo durante el sueño, poco antes de las 8.30, hora en que fue certificada su muerte. Estaban junto a él su esposa Danielle y sus dos hijos. El presidente Jacques Chirac acudió sobre las 10 al piso de la avenida Frédéric-Le Play, cuando aún no se había difundido la noticia del fallecimiento.A esa misma hora empezaban llegar los periodistas al palacio del Elíseo para asistir a la tradicional recepción de Año Nuevo. Era inevitable evocar la reunión del año anterior, en la que un Mitterrand consumido pero firme, soportando un dolor queuno de sus médicos calificó de "atróz", habló largamente de la muerte, la voluntad y la esperanza. El rumor de la muerte de Tonton se difundió justo antes de que apareciera Chirac para hacer el anuncio oficial: "El presidente François Mitterrand nos ha dejado.esta mañana. Vengo de saIudarle por última vez y he presentado a su familia mis condolencias y las de la nación". El actual presidente rindió homenaje al valor de su antecesor y a su esfuerzo por unir Europa. "Nos deja una gran figura que yo saludo con emoción y respeto", dijo Chirac, antes de suspender el encuentro.

Desde ese momento se sucedieron los homenajes. El primer ministro, Alain Juppé, subrayó el "coraje frente a la enfermedad". El ex primer ministro Édouard Balladur afirmó que Mitterrand había "marcado la historia de Francia" y le definió como "un hombre de Estado que supo estar. abierto al porvenir". Desde su propio bando, el líder socialista Lionel Jospin dijo que en adelante habría que "pensar siempre en Mitterrand"., "Supo. unir política y humanismo", señaló el también socialista Jean Glavany. "Un gran destino acaba de extinguirse", proclamó el correligionario y rival Michel Rocard.

Fue un rosario de declaraciones superpuesto a la emoción anónima e íntima de los franceses. Mitterrand, que tenía muchos enemigos, los perdió todos al morirse. Quedaron el recuerdo, la nostalgia, el estupor, la admiración o el simple respeto ante la desaparición de una figura gigantesca. Después de tantos, tantos años con Tonton, y aún conociendo su agonía, se le veía casi como inmortal.

El de Mitterrand fue un larguísimo adiós. Desde 1992, cuando sufrió la primera intervención quirúrgica para atajar el cáncer de próstata, la vida política francesa estuvo pendiente de su salud. No se esperaba que alcanzara el final de su mandato, especialmente tras la segunda operación, en julio de 1994. Pero Mitterrand, flaco, empequeñecido, calvo, casi traslúcido por la dureza del tratamiento médico y el sufrimiento causado por la enfermedad, aguantó hasta el pasado fin de mayo y protagonizó con Jacques Chirac el más sereno y elegante traspaso de poderes de la V República.

Durante el pasado verano aún podía vérsele, casi a diario, paseando por el bulevar Saint Germain o junto al Sena y curioseando en pequeñas librerías de lance. Solo, con traje de verano y sombrero panamá, manos a la espalda y paso breve, se detenía a charlar con cualquier viandante que le saludara. El policía de escolta se mantenía a cierta distancia mientras Tonton callejea a por su querido Barrio Latino como un abuelo cualquiera. Del vera quedarán también las no imágenes de un Mitterrand consumido pero sonriente, feliz junto a sus nietas y sus amigos.

En septiembre tuvo que abandonar su angosta casa de la rue de Bièvre, cerca de la catedral de Nôtre-Dame, por el exceso de el caleras. Se instaló en el piso oficial que le ofrecía la República y sus paseos, más breves y menos frecuentes, se desplazaron a los alrededores de la Escuela Militar. "Es duro envejecer", decía, con un hilo de voz.

Los doctores sabían que el final era inminente, pero Mitterrand quiso pasar las Navidades en Egipto. Volvió dé Asuán el 29 de diciembre, muy débil. Recibió el año nuevo en su casa campestre de Latche (suroeste de Francia) y a su retorno a París se postró para siempre en cama.

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