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Sobre Cuba y la UE

Diego López Garrido

Asistimos hoy a una transformación del marco de relaciones eurocubanas, producidas por todas las convulsiones derivadas del fin de la guerra fría, en Europa y en Cuba.Sólo Estados Unidos no se ha dado por enterado de lo que pasa, junto a algunos partidos de la derecha europea y española, y agudiza su guerra unilateral con Cuba con la ley Torricelli y la ley de Helms-Burton. Éstos, junto al problema de la deuda externa cubana, son los principales obstáculos para entrar más rápidamente en una nueva forma de relación entre Europa y Cuba, que sea la respuesta política que las nuevas condiciones están exigiendo. El marco eurocubano es muy diferente al final del siglo XX.

Durante toda la etapa que se inaugura con el triunfo de la Revolución cubana, en 1959, la Comunidad Europea no tuvo una política exterior independiente en lo relativo a su relación con. Cuba. Europa se alineó en lo que se expresó en el bloqueo como única política que Estados Unidos concibió para Cuba: intervenir y condicionar la vida de la isla.

Cuba, por su parte, para mantener la independencia conquistada, terminó por entrar en una dependencia económica y geoestratégica casi total respecto a la URSS, aislándose así de los circuitos comerciales occidentales. Construyó, no obstante, un modelo político original y propio, que no fue impuesto desde fuera. Un modelo de fuerte centralismo, unitarismo e igualitarismo, en el que el Estado se identifica con la sociedad, sin que se defina una distancia entre la posición subjetiva del ciudadano y el Estado, siendo el partido único el cemento que funde ese continuum Estado-sociedad civil.

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Hay que esperar al fin de la guerra fría y a la caída estrepitosa del bloque del Este para que todo cambie. En Cuba caen elementos básicos de su modelo económico: el igualitarismo, el pleno empleo, la tecnificación agrícola estatalizada, los subsidios sin control, y el Gobierno enfrenta decisiones que le apartan ya claramente de dogmas anteriores, introduciendo elementos de mercado que van a progresar. A partir de 1993, y con más fuerza desde 1995, Cuba, con cierto retraso y falta de reflejos después de la caída en picado del PIB (casi un 40%) en el periodo especial de 19901993, inició una serie de variaciones en su estructura económica y de producción. Era obligado cuando el crash del bloque del que dependía el 80% de la economía de Cuba impuso estos cambios, después de un fuerte debate en el sistema político y en la sociedad cubana.

Las decisiones de política económica del Gobierno tienen una dimensión monetaria (aceptación oficial de una importante dolarización), pero lo más importante es la transformación defondo en las formas de producción: inversiones abiertas (sólo) al exterior, trabajo privado individual o cooperativo y liberalización de los mercados agrícolas.

Como consecuencia, en Cuba se van a conformar nuevos agentes económicos. Al menos los siguientes: el Estado y las empresas públicas autónomas; las empresas de capital extranjero; las empresas mixtas; las cooperativas; las economías de trabajo por cuenta propia. Son centros de decisión empresarial no necesariamente estatal, hasta ahora desconocidos en la economía cubana.

Estos agentes económicos serán, sin duda, susceptibles de crear polos de interés social con diferentes enfoques y reivindicaciones, es decir, de crear un incipiente pluralismo económico y social. Este pluralismo tendrá, a medio y largo plazo -no a corto, a mi juicio-, una proyección política, que, en todo caso, no será equivalente al modelo europeo. En realidad, este pluralismo exigirá un esfuerzo especial de cohesión social por que es claro que el Estado y el Gobierno cubanos perderán inevitablemente poder de intervención económica.

En la Unión Europea (UE), la profundización en su construcción (Acta Unica, Tratado de Maastricht) le da una capacidad de maniobra en política internacional que hace que se plantee, aún con trazos vacilantes, un acuerdo comercial y de cooperación, que debería haber recibido su espaldarazo definitivo en la cumbre europea de los días 15 y 16 de diciembre, pero que ha sido pospuesto a la presidencia italiana.

Y ello a pesar de que lo que antes eran obstáculos, ahora son impulsos objetivos al diálogo entre Cuba y UE. Si hay algo que diferencia este diálogo es su naturaleza de fondo, a saber: primero, se trata de un diálogo entre iguales, entre sujetos de derecho internacional que respetan sus mutuos intereses, Segundo, es un diálogo directo, lo que quiere decir que ya no dialogan bloques ideológicos y militares, sino, un Estado y un conjunto. de Estados que no están sometidos a la lógica rígida del bloquismo. Tercero, es un diálogo que no discrimina ni puede discriminar a la República de Cuba respecto a otros interlocutores de la UE, con los que ésta ha firmado acuerdos; no cabe exigir a Cuba lo que no se ha exigido a otros Estados cuyo nivel de democracia y garantía de derechos humanos es sencillamente nulo. Y cuarto, el diálogo, por tanto, no puede progresar si hay condiciones previas, que un Estado soberano no puede aceptar sin ponerse en cuestión a sí mismo.

Cuba es el único país de América Latina con el que la UE no tiene un acuerdo comercial y de cooperación. La firma de ese acuerdo es importante por sus repercusiones económicas, pero, sobre todo, tiene una enorme significación política, que implica, erigir a la República de Cuba en interlocutor permanente de la UE en la zona vital caribeña que ocupa.

El punto de inflexión que caracteriza el momento actual es, precisamente, entender desde la UE que si se desean cambios en Cuba -en sus estructuras económicas y sociales- no se debe contribuir a una situación sin salidas; lo adecuado e inteligente es favorecer un Tratado que, en sí mismo, es ya un factor de cambio básico, porque la evolución que Cuba quiera y necesite hacer será más fácil en un clima de cooperación y mucho más difícil en un clima de amenaza o de condicionamientos previos.

La Unión Europea aporta el 75% de la ayuda a Cuba desde 1980. Es la principal área de exportación e importación (30%). Además, la posición que adopte la Unión será decisiva para la actitud de la opinión y el Gobierno de Estados Unidos. Un paso adelante y audaz en las relaciones eurocubanas es capital para los intereses de Cuba, en todas las dimensiones.

Y si eso es así, harían muy bien el Gobierno, el Parlamento y el pueblo cubano en hacer más fácil y cómoda la relación con la Unión Europea, en donde hay una opinión pública proclive a propiciar un acercamiento y un encuentro de ambas partes.

El sistema político cubano se ha fortalecido, paradójicamente, en el periodo especial, durante el cual todos los pronósticos coincidían en que la caída del régimen era inevitable e inminente. Por el contrario, la crisis económica pavorosa por la que viene atravesando Cuba no ha ido unida a una crisis política. La energía cohesionadora del sistema cubano ha sido muy notable.

Pero los cambios económicos ya iniciados en Cuba, y el paso a una etapa irreversible de pluralismo económico y social, necesitan un anclaje jurídico o lo que yo llamaría una regulación completa de la sociedad civil. Una de las características del modelo cubano ha sido la excesiva burocratización del país y, unido a ello, una identificación entre Estado y sociedad que dificulta una distancia saludable entre el individuo y el poder político.

El Parlamento cubano debería, a mi juicio, redefinir el estatuto de ciudadanía y sus relaciones con el Estado -que se hará más laico- a través de la regulación de lo que el filósofo alemán Jürgen Habermas llama el "mundo vital", a saber: el derecho penal y procesal penal; la ley de relaciones civiles y el estatuto propio de la ciudadanía. Un nuevo Código Penal para señalar con precisión y sin conceptos indeterminados o delitos de mero peligro los tipos penales de aquello que el pueblo cubano entienda hay que castigar penalmente para favorecer los valores y bienes básicos de su sociedad. Simultáneamente, iría una ley de enjuiciamiento criminal, que garantice la aplicación no arbitraria del código y la protección indubitada de los derechos de los cubanos.

La complejidad de las relaciones mercantiles y contractuales requerirá, probablemente, una codificación civil que asegure las relaciones horizontales en el interior de la sociedad civil, así como una legislación mercantil, laboral y fiscal adaptada a las reformas económicas.

Por último, una ley de ciudadanía, de adquisición y pérdida de la nacionalidad para redondear el estatuto del ciudadano cubano, que las reformas económicas va a hacer imprescindible redefinir.

Esto no quiere decir que todo esté bien en Cuba o que quienes vivimos en otro mundo veamos todo de color de rosa y nos guste todo, aun cuando tengamos una vinculación emotiva con lo que la Revolución cubana representó. No doy un cheque en blanco a los dirigentes cubanos, a los que no me corresponde juzgar. Por supuesto, sería mejor si en Cuba se garantizasen hasta sus últimas consecuencias los derechos o libertades civiles, y lo reiteramos siempre que podemos. Pero eso no puede llevar a proponer unas relaciones eurocubanas con condicionamientos previos, ni a aceptar los argumentos de quienes no están preocupados por tales libertades -que no exigen a otros países que son verdaderas dictaduras feudales- porque lo que no aceptan es el modelo original de Cuba, un proyecto nacional propio en un lugar del mundo en que nunca se permitieron caminos autónomos y libres.

Diego López Garrido es diputado de lU-IC.

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