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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Islamismo turco

EL QUE no se consuela es porque no quiere. El Partido del Bienestar, nombre del islamismo en Turquía, sólo ha obtenido el 21% de los votos y 158 escaños en las elecciones del pasado domingo. Eso significa que los partidos laicos retienen una amplia mayoría en la Asamblea de 550 diputados. Pero los integristas han sido los vencedores, y, sobre todo, han doblado su acopio de votos desde las últimas legislativas.Es improbable que los islamistas vayan a formar Gobierno. Aunque el presidente Suleimán Demirel puede llamar . a consultas al líder integrista, Necmetin Erbakan, ya se discute una coalición de partidos seculares, posiblemente bajo la dirección de la primera ministra saliente,Tansu Çiller, que puede agrupar a su partido, el de la Recta Vía, con la otra formación conservadora, el Partido de la Madre Patria, y alguna de las dos formaciones socialdemócratas, Izquierda Democrática y Partido Republicano del Pueblo, para alcanzar una mayoría en el Parlamento.

La realidad, sin embargo, es que, a pesar del reciente voto favorable del Parlamento de Estrasburgo a la adopción de una unión aduanera entre Turquía y la Unión Europea (UE), el avance de los islamistas, si no imparable, sí parece hoy preocupante. Y, en cualquier caso, motivo más que suficiente para que la UE sienta plenamente justificada toda reticencia a integrar un día a Ankara en el conjunto comunitario.

Sin el voto favorable del Parlamento Europeo, ¿habría sido el voto más o menos integrista? Nunca lo sabremos. Pero la UE hizo bien, en todo caso, dando razones a los que abogan en el país por la europeización en contra del nacionalismo islámico, inevitablemente xenófobo, que representa el partido de Erbakan.

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Turquía, se encuentra hoy en una encrucijada, de esas que llamamos históricas. La frustración por una modernización salvaje, corrupta e insuficientemente beneficiosa para el conjunto del país, pese a las tasas de crecimiento notables de la economía nacional, hace que una parte de la ciudadanía se vuelva hacia soluciones milagrosas, henchidas de nacionalismo arcaico, presunto regreso a las raíces y oposición a toda la obra del fundador de la Turquía laica, Kemal Atatürk.

Una clara mayoría del electorado no ha mordido, sin embargo, el anzuelo, permaneciendo fiel a una idea europeizante del país. Pero de lo que ocurra en los próximos años, de cómo se desarrolle el acuerdo con la UE, de cuáles sean los beneficios reales de la nueva asociación, de la capacidad, en definitiva, de los gobernantes turcos de trabajar para todos, dependerá en buena medida el futuro de la gran nación asiática y europea a la vez. La UE deberá practicar la virtud de la generosidad interesada e intentar combatir en Ankara, con obras y no con promesas, el crecimiento de una frustración popular tan comprensible como ominosa.

Si los islamistas no hubieran obtenido el primer puesto en las elecciones del domingo, otra fórmula, quizá más sutil, habría sido posible. Asociar el partido de Erbakan al poder como socio menor, igual que ha hecho el rey Hussein con sus integristas en el Parlamento jordano, con la esperanza de domar al radicalismo con las realidades siempre adustas de la gobernación.

En estas circunstancias, el aislamienlo de los vencedores del domingo, parece, sin embargo, la vía más verosímil. Pero ello no puede ser más que un expediente momentáneo. Si el ataque al problema no es también de fondo, de reparto de la riqueza, de transparencia en la acción del poder, incluido un planteamiento democrático del problema secesionista o autonomista kurdo, todo ello habrá sido inútil. Los integristas llaman a la puerta del poder, y éste habrá de reformarse para sobrevivir. Al menos, si Turquía quiere convertirse en una verdadera democracia.

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