Asunto de negocios
Matadero de PozueloSala de ejecuciones y despojos
R. Frutos, 4-6
Pozuelo de Alarcón
Muy señores míos: en primer lugar, y antes de cualquier otra consideración, quisiera felicitarles públicamente por la excelente labor que están ustedes llevando a cabo en ese prestigioso centro de anatomía. No es habitual hoy día toparse con profesionales tan formados, y tampoco contar con un cuerpo directivo que controle de manera tan sabia y escrupulosa las labores de su personal. Y no exagero un ápice. Mi más sincero reconocimiento, por tanto, a todos los miembros del equipo; y que siga la racha.
Pero una vez cumplido este requisito, y confiando en la capacidad innovadora de los señores gestores a quienes me dirijo, paso sin más a exponer las razones que me han impulsado a redactar la presente carta. Se trata, caballeros, de un asunto de negocios. De una oferta (dicho sea sin el menor acento siciliano) que les resultará imposible rechazar y que a buen seguro habrá de significar el comienzo de una nueva era en la industria de la inmolación masiva. Sepan ustedes que yo tengo poderes especiales y que en virtud de ellos puedo realizar viajes astrales con inaudita facilidad. Créanme que sí. De este modo, vagando un día por ahí, quiso el azar que mi mantra hiciese alto en el matadero de su digna dirección y que tuviera oportunidad de presenciar los distintos métodos que allí se emplean para neutralizar la materia prima. Animalitos y eso. Me refiero al 13 de noviembre pasado, lunes, 12.25 horas, y la idea me vino de repente: ¿por qué no aprovechar la infraestructura del local y conjugarla con el mundo del espectáculo? Una taquilla móvil, unas sillas plegables, unas palomitas, y acaso un acomodador, serían más que suficientes para poner en marcha el proyecto. Me explicaré: aquel día hacía frío, olía raro en la zona y la llegada de aquellos camiones repletos de vacas animó notablemente la mañana. Allí estaban ellas: bajando por la rampa, dirigiéndose en fila india al interior de la nave, tan ordenaditas, tan poquita cosa, tan sumisas y obedientes que se hubieran dicho parientes cercanas de los peces. Su destino era una caja donde habrían de morir en beneficio de la humanidad. En un principio, lo reconozco, dicho cubículo me sorprendió por lo reducido de su tamaño. Sin embargo, al instante comprendí: no era una cuestión de tacañería, sino un hábil recurso táctico destinado a inmovilizar a la vaca (suelo ser muy certero deduciendo cosas). Astralmente hablando, yo sólo pude presenciar un par de ejecuciones, pero presumo, amparándome en las leyes de la probabilidad, que estas dos muestras reflejan con gran precisión la labor cotidiana del centro. Por ello, haré a continuación un pequeño resumen de lo visto, (más que nada para animar al público y me referiré a los protagonistas del espectáculo en términos binarios. A saber, vaca número 1 y vaca número 2. La vaca número 1 se portó bastante bien: una vez encajonada, miró al operario que tenía delante (provisto de una especie de pistolón que recordaba a un aspirador de coche), recibió la primera descarga en la frente, agrandó los ojos, se sacudió, empezó a golpearse contra las paredes, moqueó, y en ese momento sufrió una segunda ración de voltios guapos que la llevó a desparramarse (no tenía espacio ni para caer de lado) en su cajita disciplinaria. Muerta, al parecer. Cosa de treinta segundos. La ceremonia no estuvo mal; para estirar músculos, quiero decir; pero resultó ser un simple aperitivo si consideramos lo sucedido con la vaca número 2. Imagino, señores, que para esta segunda escena vamos a tener que extender abonos suplementarios. En este caso, no fueron dos, sino tres las descargas necesarias para derrumbar al rumiante. Derrumbar, no matar, ya que poco después de abrirse una compuerta lateral, la vaca, viva, cayo a otro receptáculo en el que aguardaba un nuevo operario. El sujeto iba ataviado con mono, gorro y katiuskas impermeables (asepsia, que le dicen) y parecía estar contando un chiste a sus colegas mientras enganchaba a la presa móvil por una pata. Un mecanismo secreto elevó entonces la cadena, y el animal, agitándose, quedó suspendido en el aire mientras echaba a andar el tiovivo. Poco después, la vaca número 2 desaparecía hacia la zona de casquería, entre sacudidas desesperadas y más bien perpleja ante lo que le estaba sucediendo. Ignoro si nuestra amiga logró morir antes de ser despellejada, pero en cualquier caso la imagen fue interesantísima. Y es que estos animales pesan del carajo, y cuando se les cuelga vivos por una extremidad adoptan posturas que pueden llegar a resultar inverosímilmente sugestivas. (Nota: por desgracia, y en lo tocante a cómo trabajan ustedes los cerdos, sé bien poco. Sin embargo, a través de los chillidos que llegaban de un aula próxima, el asunto parece ofrecer posibilidades insospechadas en el campo de la ingeniería cárnica). Pero ya hablaremos de eso, porque, me quedo sin líneas. De manera que concluyo y me despido de golpe. Tengan ustedes muy buenos días.
Suyo afectísimo, doctor Joseph Mengele. Y garabato.
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