Tibio ronroneo
El mismo título de la obra de Tennessee Williams sugiere un estrépito sensual que haría de la protagonista una insatisfecha en estado de celo permanente, cuando en realidad se trata más bien de la historia y circunstancias de un marido que elige la indefensión alcohólica como respuesta ante los desastres de su vida. Habituados al recio tremendismo pasional de las versiones cinematográficas del autor norteamericano, se agradece que Mario Gas haya optado por un regreso a la cordura para mostrarnos una especie de crónica familiar en uno de sus momentos álgidos -la fiesta de cumpleaños del patriarca enfermo- que evita la truculencia sin dejar por ello de resultar desapacible.Como en casi todo el teatro de Williams, en La gata sobre el tejado de zinc caliente el silencio acumulado durante años por los miembros de una familia estalla en el momento más inoportuno para propiciar una puesta en claro a partir de la cual nada será como era antes. Es una especie de provocación de la catarsis, que tiene algo de freudiana en la medida en que parece confiar en la curación por la palabra, y que clausura el pasado para adentrarse en un porvenir incierto. El montaje de Mario Gas es muy astuto, dejando correr el texto con la mayor naturalidad posible y renunciando a los efectismos a sabiendas de que los protagonistas están inmovilizados en un presente perpetuo que no ofrece, en lo básico, más acciones que el pausado progreso en el relato de los acontecimientos del pasado.
La gata sobre el tejado de zinc caliente
De Tennessee Williams, en versión de M. A. Conejero. Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Carmelo Gómez, Alicia Hermida, Carlos Ballesteros, Rosa Renom, Helio Pedregal, Javier Román, Alberto Muyo. Montaje musical: José A. Gutiérrez. Vestuario y escenografía: Carlos A. Abad. Iluminación y dirección: Mario Gas. Teatro Principal. Valencia, 20 de diciembre de 1995.
Rabia interior
Esta renuncia a la estridencia que convierte el maullido de la gata en tierno ronroneo es particularmente efectiva en la composición del personaje de Brick, sin duda el más folletinesco de la historia, que Carmelo Gómez resuelve con una muy ajustada interpretación, siempre más próximo al oscuro desvalimiento interior que a los furores del cinismo, más dispuesto a dejarse desvalijar por la vida que a perderse en reproches familiares: su rabia interior es sabiamente puntuada por ese paño con que se enjuga la frente, como un boxeador cuando vuelve a su rincón -el del whisky- al terminar un asalto. Es perfecto, con Carlos Ballesteros, en el brillante segundo acto Aitana Sánchez-Gijón arranca un tanto precipitada, para asentarse enseguida y llenar el espacio en cada una de sus intervenciones, haciendo una Maggie que a lo largo de la obra va pasando de la agresión a la ternura en un recorrido muy convincente. Todos fueron muy aplaudidos en un final con los protagonistas sentados en la enorme cama que preside el escenario.
Babelia
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