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En busca de un padre que hable

Con el libro que acaba de publicar Roberto Cotroneo, concebido para aleccionar a su hijo de dos años sobre los bienes que podrá recibir de la literatura, son ya una decena de volúmenes los que circulan por Europa cargados de paternofilia similar.Casi con toda seguridad fue Fernando Savater quien primero recuperó hace unos años este género didáctico, clásico y directo, en su Ética para Amador, para tratar asuntos sobre el arte de vivir con droga, con libertad, con violencia, y pronto redobló la entrega con Política para Amador. El primer texto alcanzó un formidable éxito en España y en varios países, pero ante todo en Italia, donde se imprimieron más de 200.000 ejemplares y Savater es casi tan famoso hoy como Antonio Banderas.

La aceptación de esta obra, buena tanto por su sustancia nutricia como por el modo de hacerla ingerir al infante, inspiró a Jostein Gaarder en la redacción de su best-seller planetario -Estados Unidos excluido- titulado El mundo de Sofía. Jostein Gaarder encontró hace unos meses a Savater en el aeropuerto de Francfort o algo así, y no se recató en quitarse el sombrero, autopresentarse y expresarle efusivamente las gracias por la idea que le había tomado a préstamo y que, al cabo, le ha coronado de fama y de coronas suecas. En broma, Fernando Savater comenta que además de las gracias ya le habría podido caer alguna comisión de ese negocio que en una docena de lenguas tiene ahora Gaarder con la bendita Sofía.

Obviamente, otros más, como ahora Roberto Cotroneo, un prestigioso y temido crítico literario italiano, han probado fortuna con la mágica receta. En la actualidad, si se recorren las librerías de Europa, pueden hallarse libros de padres-autores dirigidos a hijos-lectores sobre una prolífica diversidad de cosas: las flores, la psicología, las mujeres, los caballos, el tenis. Es una forma estimulante de escribir, puesto que por un hijo se es capaz de todo; y una perspicaz fórmula mercantil, puesto que todos somos en parte niños y a muchos, aun crecidos, les encantaría tener un padre que conversara.

Entregas de fascículos o manuales de quiosco del tipo "¿qué es la luz?", "¿para qué sirve la sangre?" "¿¿qué es el Intertent?" se distribuyen por todas partes. Hay además interminables colecciones de fascículos interminables sobre las preguntas más serias o triviales. Lo que no ha abundado mucho, hasta ahora, a pesar de los nuevos embates de proyectos editoriales con fines populares, es el libro que además de procurar enseñanza a jóvenes o profanos les proporcionara un padre. Autores a secas hay muchos, pero autores-padres han de hacer necesariamente su trabajo con más devoción.

Así como las mujeres, grandes clientes de libros en los últimos tiempos, han creído percibir una marea de afecto hacia ellas en las recientes novelas españolas y han respondido como lectoras felices, los adolescentes podrían también haber agradecido esta contagiosa paterna y hacerse notar como destinatarios corteses. El resultado, sin embargo, parece distar de haber sido así. Los mayores lectores de libros remitidos a hijos no han sido los hijos mismos, sino padres afanados en indagar qué se puede decir de cabal a un hijo en estos días. Más aún: los mayores compradores de estos ejemplares han terminado siendo más bien padres en busca de sustitutos de sí que cubrieran sus silencios, su ausencia familiar o su incurable desconcierto. Sumariamente, a estas alturas de la familia, no es fácil decir qué mercado es más vasto: el antiguo de la adopción de hijos, o el nuevo, más creciente y editorial de la demanda de padres.

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