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Las limitaciones de un reparto joven frenan el éxito de 'La flauta mágica' en la Scala

El público aplaude una producción de gran color y calidad estética

PERU EGURBIDE, Una sucesión aparentemente inagotable de ideas y hallazgos felices caracterizan la fabulosa versión, colorista y bella, de La flauta mágica concebida por Roberto de Simone, a cargo del aspecto escénico, y Riccardo Muti, como director musical, que anoche inauguró la temporada de la Scala. Pequeños desajustes, deficiencias menores, impidieron, sin embargo, que esta producción de la ópera de Wolfgang Amadeus Mozart volara hasta donde, se merece. Los problemas surgieron, sobre todo, de un plante de cantantes muy jóvenes, que limitó el éxito de la obra.

El punto de partida es excelente: magníficos decorados, que reproducen elementos de un jardín renacentista; caballos de plata encabritados para la Reina de la Noche, y, para recibir a Sarastro, el sumo sacerdote, un trono con leones y haces de oro digno de un Benini enloquecido. Espléndido también el vestuario, variado, poco convenciona y orientalista, dominaos por rojos y azules que De Simone dice tomar de la pintura de Paolo Ucella.Las convenciones del teatro barro o facilitan un desarrollo eficaz de la comedia, incluso cuando los tres genios atraviesan una y otra vez el escenario a bordo de la típica barquita suspendida de cables.

Suben y bajan telones, lisos o pintados. A veces rompiendo, el ritmo, con oportunidad discutible, como en la primera aparición de la Reina de la Noche, que surge con sus jamelgos alado de las entrañas de la tierra. Pero el juego de telones mantiene un excelente ritmo en los repetidos cambios de escena del sel segundo acto, cuando se suceden las pruebas iniciáticas y la Flauta adopta un tono pausado y casi religioso, en lo teatral como en la música.

Entonces se descubre que De Simone no es del todo exacto cuando afirma que su montaje busca recrear únicamente un cuento, y que prescinde de todas las connotaciones masónicas que se atribuyen a esta postre a ópera de Mozart.

A medida que Tamino y Pamina avanzan hacia la sabiduría, el escenario de La Scala se va llenando de elementos a interpretan. Un paisaje urbano medieval surge tras tres grandes puertas clásicas. Tamino y Papagueno peregrinan entre ruinas góticas. Un obelisco invertido es el fuego, y un árbol invertido vuelve a su posición natural cuando los protagonistas descubren que el bien y el mal están al contrario de donde pensaban.

El gusto dieciochesco por el mito egipcio queda relegado a las mascaras de animales que visten los comparsas, y se han obviado convenciones como que los sacerdotes deben ser 18 -aquí, son 16- uno de los números cabalísticos de esta obra, porque 18 es el grado Rosa Cruz de la masonería de rito escocés. Pero para convencerse de que Mozart y su libretista y hermano de logia, y su libretista y hermano de logia, Emanuele Schikaneder, quisieron con esta Flauta ensalzar a su sociedad secreta cuando el imperio la reprimía no hacen falta subrayados. Basta oir que "un hombre es más que un príncipe", o los numerosos llamamientos al amor y la hermandad universal incluídos en la ópera.

El amor tiene una expresión maravillosa en esta Flauta de La Scala a través de la joven soprano húngara Andrea Rost, de voz tan limpia y maleable corresponde al personaje de Pamina. Ella proporcionó los momentos inolvidables de la noche.

El Tamino de Patil Groves, cantante de buen estilo y capaz de huir del peor defecto de un tenor mozartiano que es resultar melifluo, adoleció, en cambio, de falta de color y excesiva ligereza. Ronda siempre el falsete y no está en los concertantes.

También buen cantante, y más veterano, Matthias Holle queda muy limitado en las profundidades del registro grave en que se mueve Sarastro. La jovencísima soprano de coloratura Victoria Loukianetz, de sólo 26 años, encontró, en cambio serios problemas en el pasaje de agilidad de su primera aria de Reina de la Noche.

Puntilloso

Excelente el Papagueno de, Simon Keenlyside, barítono honesto y bien timbrado, como su personaje, y buena también la Papaguena de Lisa Larsson. Las tres damas, los tres niños alemanes que encarnaron a los genios, el coro, tuvieron todos altura y dieron algunos de los momentos mejores de la obra.

Sobre todos ellos se volcó Riccardo Muti con la puntillosidad que le caracteriza, al frente de la orquesta de La Scala, que, en la obertura, encontró problemas para empastar, el viento y el metal y para desarrollar naturalmente todas la posibilidades dinamicas que ese célebre pasaje encierra. Se alcanzo un nivel musical muy elevado, como suele ocurrir en La Scala, pero no ese que convierte una noche en una ocasión única. Al final, el público aplaudió generosamente a Muti y De Simone, y al conjunto de los cantantes, pero sin, llegar al fervor de las grandes veladas. Ya se sabe que Mozart es aparentemente sencillo, pero no admite erratas.

Trece títulos

La temporada de la Scala de Milán inaugurada ayer, incluye 13 títulos de ópera, que abarcan desde el clasicismo hasta la música contemporánea. A La Flauta mágica estrenada ayer seguirá en enero Madame Butterfly, de Puccini, dirigida por Riccardo Chailly. Viene luego, en febrero, El jugador de Prokofiev, en montaje del teatro, Maririskij de San Petesburgo. En marzo, Nabucco, de Verdi, dirigida por Riccardo Muti, con Roberto De Simone en la parte teatral. También en marzo, con repetición en junio, Fedora de Giordano, bajo la dirección de Gianandrea Gavazzeni. Abril será el mes de Las Troyanas, de Berlioz, bajo la dirección musical de Sir Colin Davis y teatrai de Luca Ronconi. Gianni Schicchi, de Puccini, hará programa con un ballet entre abril y mayo, y, en junio, será la ocasión de El oro del Rin, dirigido por Muti. Quedan, para Junio, Julio y ,octubre, La hija del regimiento, de Donizetti, en montaje de Franco Zeffirelli; Porgy and Bess, de Gershwin, en una coproducción de 9 teatros de ópera norteamericanos, y Outis, de Luciano Berio, en estreno absoluto.

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