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Doblez

Enrique Gil Calvo

La primera impresión que me causó la estridente votación de la mayoría del Grupo Parlamentario Socialista, al denegar el suplicatorio para procesar a Barrionuevo, fue de incredulidad. En qué quedamos: ¿no era la doctrina oficial, dictada por el propio presidente del Gobierno, que había que acatar la jurisdicción del Supremo? ¿O es que Felipe González ya no es el pontífice infalible que era antes, y no puede impedir que la conciencia de sus fieles ose desobedecerle?Pero después la sorpresa inicial se vio sustituida por la indignación. ¿Cómo es posible que miembros del cuerpo legislativo, representantes de millones de votantes socialistas, se atrevan a encubrir a un inculpado por su presunta responsabilidad penal, tratando inútilmente de amparar su intento de evadirse de la acción de la justicia? ¿Es que su pánico les ha hecho perder la razón, olvidando su función de ejercer la soberanía popular? ¿Tan bajo han caído que ya carecen de escrúpulos para prostituir y corromper el único capital legítimo que les queda, en tanto que legisladores, que es el de ser los primeros guardianes del imperio de la ley, que se les encomienda crear? ¿Puede existir peor ejemplo de cinismo político que el de malversar los poderes otorgados por la voluntad popular que representan, al utilizarlos en el vano intento de que uno de los suyos adquiera una espuria impunidad, burlando flagrantemente las leyes en público? ¿Cómo se atreven a exhibir sin pudor alguno semejante desprecio de la legalidad? Más tarde, conforme la indignación se calmaba y reducía, poco a poco alcancé alguna comprensión. Después de todo, sólo se trata de un gesto de compañerismo puramente simbólico que, en definitiva, a nada compromete, puesto que carece de consecuencias prácticas. ¿Cómo, no entender que los viejos camaradas se solidaricen con aquel de los suyos que tuvo que encargarse en el pasado de hacer el peor trabajo sucio, y que hoy se ve obligado a cargar en solitario con todas las culpas, comiéndose el marrón mientras todos los demás aparentan quedar limpios? En otras ocasiones he comparado a la cúpula socialista con una fraternidad de conjurados, al estilo de Robin Hood y sus proscritos del bosque de Sherwood. Pero en tal caso, ¿no es lo más lógico que se comporten como Fuenteovejuna, asumiendo en común su fraterna solidaridad con el compañero caído, tenga o no razón?Pero por último, cuando por fin me pareció claro que conviene ser comprensivos en este asunto, de pronto, maliciosamente, me surgió como una luz la sospecha de la incredulidad. ¿Y si todo fuese un truco? Eso del fraternal compañerismo y la solidaridad socialista suena a una exagerada puesta en escena de la que ya se ha abusado demasiado, a fuerza de sobreactuar. ¿No será teatro, por sincera que resulte la representación? Pero ¿con qué finalidad se montaría ese número? ¿Quizá, como ya se ha dicho, para lanzar un aviso cara a posibles peticiones futuras de algún otro suplicatorio más delicado? Es posible, pero mi sospecha resulta bastante más simple.

Sencillamente, los diputados socialistas se han solidarizado con Barrionuevo porque no les costaba nada y les salía gratis hacerlo. Como sabían que, de todos modos, el suplicatorio ya estaba concedido, fuera cual fuese el sentido de su voto, la tentación era grande de aprovechar la ocasión para emitir un gratuito mensaje de solidaridad. Pero se trata sólo de un mensaje simbólico, es decir, ficticio. El compañerismo se demuestra jugándose la vida o la fortuna por el amigo en peligro. Pero aquí no había nada en juego, pues los diputados que clandestinamente. tiraban la piedra del no, escondiendo la mano al hacerlo, sabían perfectamente que con ello no evitarían en absoluto el precesamiento de Barrionuevo. De ahí la doblez del mensaje de solidaridad, que decía encubrir al amigo cuando se sabía que finalmente se le estaba entregando al Supremo. Pues, para ser auténtica, la solidaridad exigiría confesar en público las responsabilidades comunes para compartir con Barrionuevo el calvario jurídico-penal que habrá de atravesar.

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