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Tribuna
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España como Celestina

Xavier Vidal-Folch

A los diez años de su ingreso en la Europa comunitaria, ¿se ha quedado España sin política exterior? Sí, a Dios gracias, sin la vieja política exterior. Las dos grandes prioridades extraeuropeas fueron siempre el Mediterráneo y América Latina. El Mediterráneo, gracias a la herencia de la expansión catalanoaragonesa en los siglos XIII y XIV. El Atlántico sur, merced a la conquista y colonización diseñada por Castilla.Las razones económicas, que sustantivaban ambas vocaciones cayeron de obsoletas. La mediterránea, con la apertura por Portugal de una ruta alternativa de las especias hacia el Lejano Oriente. La atlántica, con la quiebra fiscal de los Austrias, primero. Y después, a causa de la prematura descolonización -en relación con la efectuada por las potencias hegemónicas sucesoras- y de la incapacidad de imponer un pacto colonial duradero ;a la inglesa, ese monopolio de las relaciones comerciales en descarado beneficio de la metrópoli.

La doble apuesta nos legó una complicidad cultural-lingüística-hispanoamericana, unas potencialidades políticas y económicas poco utilizadas. Y una triple caricatura: la polvorosa nostalgia almogávar de los catalanes -piedra angular de su historiografía romántica-, la irrisoria retórica franquista de nuestros hermanos árabes y el agónico complejo posimperial quintaesenciado en esa hermafrodita expresión la madre patria. De todo eso, los españoles apenas sacaron un alivio comparativo en el sumínistro energético durante la crisis del petróleo de 1973. Arrastraron, sobre todo, el imaginario colectivo del hidalgo arruinado, del país otrora creso y luego miserable que pugna por hacer oídos sordos a su nueva situación.

Con el ingreso a la Comunidad, España encontró su único proyecto nacional sensato (neonacionalistas garbanceros, abstenerse), según el lema de Ortega, archirrepetido, pese a lo que algunos no se enteran: "España es el problema, Europa la solución", esto es, la democracia, la plurinacionalidad, la modernidad.

Pertenecer a un club de gente seria, aunque a veces resbale, evita caer todos los días en el ridículo.

Y eso es lo que ha ocurrido. Todos reconocen en Bruselas la aportación de España a la mirada al Sur de la Unión Europea (UE), las dimensiones mediterránea y latinoamericana. Comisarios españoles y Gobiernos españoles han estado -aunque nunca solos- en la vanguardia de estas apuestas, con la máxima intensidad desde hace un año: Manuel Marín lanzando el proyecto, Felipe González convenciendo a Helmut Kohl para financiarlo. Puente, gozne o bisagra, sí. Pero, sobre todo, España está siendo en este negocio Celestina: cose desgarros, lanza ocasiones, madura maridajes. Y pone el escenario.

Ahora, Barcelona simboliza que las potencialidades de la política exterior española se han incorporado a las de la aún tímida (Bosnia) pero más potente de la UE. Para ello España tuvo que renunciar al engolamiento. No es líder. Sus exportaciones a la zona supusieron en 1994 sólo un 6% del total comunitario, precedidas de las alemanas (23%), francesas (22%) e italianas (20%).

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La nueva política euromediterránea, esa pretensión de un espacio articulado para el 2010, sólo será sólida y duradera si sigue siendo patrimonio de los Quince. Si se implica a fondo, además del sur de la UE, el norte. De él depende que el librecambio se complete con ayudas estables para la reforma económica y con grandes inversiones. Gracias al estrechamiento de las relaciones con Marruecos, la inversión directa española en esta área ha pasado del 5% al 11,7% del total. Cifra exigua, si se quiere, pero el Mediterráneo es ya la tercera región -excluida la UE- en importancia, tras América Latina (44,2%) y los paraísos fiscales (38,3%). Más allá de los guarismos, el dilema para los Quince consiste en que "o exportamos estabilidad o importamos inestabilidad" como dice el presidente del Parlamento Europeo, Klaus Hänsch.

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