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Una guerra sin trincheras

El movimiento integrista radical pierde la batalla sobre el terreno desde hace casi un año

En Argelia no hay trincheras. El conflicto armado que, desde septiembre de 1991, enfrenta a las fuerzas de seguridad con el movimiento integrista radical se encuentra sumido en un hermético silencio. Se desconoce el potencial de las fuerzas, los detalles de las operaciones e incluso el número de víctimas, a pesar de que los opositores, desde sus exilios en Europa, hablan de unos 70.000 muertos.Estas cifras son estimativas, como muchas de las informaciones difundidas sobre este conflicto, lo que ha permitido crear en determinados momentos la ficción de que el país se encuentra tan pronto pacificado como inmerso en una guerra civil, de frentes convencionales, con dos ejércitos perfectamente estructurados e incluso con territorios liberados por integristas, quienes, según cierta propaganda, llegaron a formar un gobierno en el interior y erigida Medea como capital de un califato islámico.

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Lo que sí es cierto es que el movimiento integrista radical argelino, agrupado en torno al Grupo Islámico Armado o al Ejército Islámico Armado, se encuentra desde hace más de un año perdiendo la batalla sobre el terreno y retrocediendo ante un Ejército perfectamente estructurado y cohesionado en torno al general Mohamed Lamari, jefe del Alto Estado Mayor.

El éxito del Ejército argelino es el resultado lógico de una estrategia, perfectamente planificada, que ha sabido también utilizar los consejos y apoyos de numerosos países europeos, incluidos Francia y España, que ha formado técnicos. en la lucha contra el terrorismo y facilitado, en determinados momentos, material estratégico. Todo ello sin contar con la presión ejercida por. las policías europeas contra el aparato político de los integristas en el exilio.

El Gobierno de Argelia ha colocado sobre el terreno a más de 50.000 soldados, a los que se han sumado toda la Gendarmería, las fuerzas de policía y últimamente los reservistas y las milicias de voluntarios de la Guardia Comunal, representadas por unos 60.000 hombres, a los que se ha dotado de escopetas de caza y fusiles de asalto. Todo ello apoyado con, un arsenal jurídico (estado de expeción y urgencia) y la reestructuración de la Seguridad Militar.

Este despliegue de fuerzas ha permitido en los últimos meses reducir la ofensiva integrista a una lucha desesperada de comandos aislados, propia de los grupos terroristas minoritarios, que se han visto obligados a esconderse en las montañas o en las grandes ciudades. El plazo de tres meses que se había impuesto el general Mohamed Lamari, en septiembre de 1994, para acabar con los revoltosos en Argelia se ha prolongado indefinidamente, aunque ya nadie duda de que acabará con un éxito absoluto, a no ser que medie una negociación, lo que permitiría ahorrar numerosas vidas y colocar al país en la vía de la reconciliación nacional.

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La estrategia integrista ha sido un absoluto fracaso. En un principio trató de atacar sólo al Ejército y a las fuerzas de seguridad, dividir a los militares, promover una rebelión interior o fomentar las deserciones, para acabar contando con una parte de los efectivos y material pesado. Los atentados perpetrados con relativo éxito contra el Almirantazgo de Argel, el cuartel de Bughezul, la Gendarmería de Ksar el Hirane o el aeropuerto de Huari Bumedian fueron, según los expertos, una sucesión de errores que no les condujo a parte alguna.

El desgaste de las operaciones efectuadas por los grupos integristas radicales y el aislamiento internacional les han colocado finalmente en una situación de práctica indigencia bélica. Les faltan municiones y los artefactos con los que accionan los coches bombas son, en su mayoría, de fabricación casera. Los expertos militares de las delegaciones extranjeras aseguran que "son los últimos cartuchos" que pueden, eso sí, "administrarse durante años".

Argelia vive ahora el epílogo de un enfrentamiento cada vez más confuso. Cada día se mata con una explosión, de un tiro en la nuca o se degüella. Las víctimas son las de siempre, es decir, las mujeres, los niños, los soldados de reemplazo, los periodistas, los profesores, los imames, los religiosos católicos, los extranjeros, los abogados o los jueces. Es decir, cualquier persona. Sin frentes. Ni trincheras.

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