La odisea del 1.001
El ex jesuita García-Salve fue el último español que compareció ante el temido Tribunal de Orden Público
El día 21 de junio de 1972, hace más de 23 años, el jesuita Francisco García-Salve corría como alma que lleva el diablo por las escaleras de uno de los pisos del convento de frailes Los Oblatos, ubicado en la localidad madrileña de Pozuelo. No era una aparición diabólica lo que había asustado al cura, sino la policía. Sólo la ayuda divina hubiera podido librar de la captura a este revolucionario sacerdote, que fue apresado y esposado tras un violento forcejeo.Ese día se celebraba en el convento una reunión clandestina interprovincial de Comisiones Obreras. La policía debió seguir a alguno de los asistentes y antes de que pudieran percatarse habían rodeado el edificio. En la redada fueron detenidos 10 afiliados del sindicato entonces ilegal, entre los que se encontraban, además de García-Salve, Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius, y 10 frailes a los que se les acusó de cómplices.
El Tribunal de Orden Público (TOP) los condenó a 19 y 20 años de cárcel en un proceso conocido como el 1.001. Dos días después de la muerte de Franco fueron amnistiados. Era el 22 de noviembre de hace dos décadas.
Para García-Salve, que en la actualidad tiene 65 años, está casado y trabaja de abogado en la sede que Comisiones Obreras tiene en la calle de Lope de Vega, la muerte en atentado del entonces presidente de Gobierno, Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973, es una fecha que guarda una especial significación: "El mismo día que Carrero fue dinamitado, los detenidos en el proceso 1.001 estábamos en la sala de juicio del TOP, en las Salesas, sede en la actualidad del Tribunal Supremo. Oíamos el ruido de las sirenas y los helicópteros en la calle. Grupos extremistas rodearon el edificio y nos querían linchar como represalia por la muerte del almirante. Lo pasamos muy mal. También querían pegar a nuestros abogados -Gil Robles, padre; Enrique Barón, Cristina Almeida y otros- y nuestras familias tuvieron que esconderse", recuerda.
Éste hombre, autor de más de 40 libros, que abandonó el sacerdocio hace 29 años, dos meses antes de su boda, había llegado a Madrid en 1969. Siete años antes se había ordenado sacerdote en la Compañía de Jesús, tras 11 de noviciado. Durante el tiempo que ejerció de jesuita en Bilbao, San Sebastián y Zaragoza no consiguió transformar a la Benemérita en guardia roja, pero lo intentó. Él mismo era hijo del cuerpo -su padre habí. sido asesinado por un anarquista en 1934-, y por este motivo le confiaban todos los años "el mitin" (como él mismo denomina al sermón eclesiástico) de la misa que tradicionalmente se celebra el día de la Salve en alguno de los cuarteles de la Guardia Civil. Les hablaba de los derechos humanos, del respeto a la dignidad de las personas, aunque éstas fueran delincuentes, y del horror de la tortura. Sus superiores empezaron a percatarse de que el joven, de origen proletario pero educado con los hijos de la élite bilbaína, les había salido rana.
También García-Salve se empezaba a hartar de la tranquila y apacible vida que llevaba en un piso de Zaragoza, en el que vivía con otros dos jesuitas. Cuando llegó a Madrid tenía claro que quería compartir con la clase obrera sus penurias y sus luchas y se trasladó a vivir a una chabola del barrio de Villaamil, en el distrito de Tetuán. Aunque seguía siendo jesuita, se puso a trabajar como peón de albañil, oficio que compatibilizaba con misas y huelgas. La compañía religiosa le mandaba continuamente los papeles de la renuncia, que García-Salve no rellenaba más que nada por pereza.
Al fin dejó de ser miembro de la compañía, pero siguió siendo cura, "lo que no me resultaba nada fácil", explica, ya que el obispo auxiliar de Madrid no quería saber nada de mí. Cuando me detenían y la policía iba a pedir referencias, el obispo le contestaba que era desconocido en su diócesis. Tuve que buscarme a alguien que me adoptara y me acogió el obispo auxiliar de Segovia".
Comenta que a la policía le extrañaba que un cura anduviera en esos fregados y recuerda a un tal comisario Francisco, que le subía a su despacho de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol, y le leía amablemente la cartilla mientras él, agotado por el trajín, dormitaba en el sofá.
"Era la faceta amable del comisario. Cuando se hartaba, me bajaba al calabozo y allí se acababan los buenos modales. A Veces me llevaban a un cuarto donde me insultaban y me amenazaban con pegarme o como había practicado yoga, fijaba la vista en un archivador y procuraba concentrarme para no escuchar los insultos" relata.
Aunque la mayor parte de la condena la pasé en la cárcel de Carabanchel, el día de la manifestación del 1 de mayo de 1975, en la que murió un agente de policía, fue trasladado como represalia a la penitenciaría de curas de Zamora. En esta última, las condiciones eran mucho más duras, ya que no había calefacción y ni siquiera celdas. Después de tres años y cinco meses de presidio, el 22 de noviembre de 1975 le dieron la libertad. Pero la odisea no había concluido.
En diciembre de 1976 fue detenido en la Gran Vía tras la manifestación para pedir la libertad de Santiago Carrillo (quien más tarde, así es la vida, le expulsaría del Comité Central del PCE).
Fue llevado de nuevo a las Salesas para ser juzgado por el TOP, que ya lo había hecho en otras cinco ocasiones, pero éste fue desautorizado y no le quedó más remedio que dejar libre al detenido. El implacable tribunal franquista no volvería a juzgar a nadie más.
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