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Sarajevo celebra su Primer Festival de Cine

La capital bosnia ofrece a diario material para el arte más desgarrador

No llevan palomitas de maíz, pero sí las castañas asadas que un hombrecillo vende a la puerta. Bajo el frío del otoño bosnio, decenas de cinéfilos hacen cola para entrar en el Centro Cultural de Sarajevo, donde se desarrolla estos días el Primer Festival de Cine de Verano. Este acontecimiento debía haberse celebrado en agosto, pero entonces los obuses serbios podían escupir la muerte en cualquier momento. Así que los cinéfilos, y son muchos en Sarajevo, combaten el frío con las castañas a la espera de ver White baloon, del iraní Jafar Palahi, junto a una treintena de películas.

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Un museo emparedado

En este otoño del alto el fuego en la cafetería del hotel Bosnia suenan las rumbas de los Gipsy Kings. "Son los favoritos de Sarajevo", dice Miguel Gil Moreno, el único periodista español que reside en la ciudad. Es cierto. Radio 99, la emisora independiente que emite en FM informaciones y la música pop más actual que puede conseguir, también pone varias veces al día temas de los Gipsy Kings.Nura, una de las jóvenes animadoras de Radio 99, se sorprende al saber que ese grupo no es español, sino francés. Nura vio en Sarajevo la película Mujeres al borde de un ataque de nervios. Eso fue antes de la guerra, cuando a Sarajevo, la ciudad más tolerante y cosmopolita de los Balcanes, llegaban las últimas novedades del cine, la literatura y la música occidentales, para gozo de una juventud que no distingue entre serbios, croatas y musulmanes.

'El caso Kusta'

Emir Kusturica, en aquella época, era una de las estrellas de la ciudad. Kusta, hijo de Sarajevo, había conquistado en 1985 la Palma de Oro de Cannes con su película Papá está en viaje de negocios, y todo el mundo estaba muy orgulloso por ello. Ahora, Abdula Sidran, que fue guionista de aquel filme, dice: "Kusta no merece ni nuestro odio". Y el diplomático Sdran Dizdarevic, gran amigo de la infancia de Kusturica, afirma: "Ha traicionado a los gitanos, los judíos y los musulmanes de Sarajevo; ha traicionado, hasta a su padre y a su madre".La amargura de los que fueron sus amigos y compañeros no es por la película Underground, la Palma de Oro de Cannes de este año, que nadie ha podido ver en Sarajevo. La amargura procede de que Kusta no ha pisado, su ciudad natal desde el comienzo de la guerra, ha optado por vivir y trabajar en Belgrado, nunca ha criticado a Milosevic y jamás ha tenido la más mínima palabra de compasión por los que fueron sus vecinos, despanzurrados cuando jugaban al fútbol, compraban en el mercado o hacían cola para conseguir agua.

El caso Kusta es particularmente doloroso, porque el cineasta es hijo de la ciudad y de familia musulmana. Pero no es el único. Tomando un café en la sitiada Gorazde, Susan Sontag aseguraba: "Estoy harta de denunciar el silencio cómplice sobre Bosnia de los intelectuales occidentales". Sontag y Juan Goytisolo, cuyo Cuaderno de Sarajevo ha sido difundido en la ciudad, han sido excepciones en un Occidente donde tan sólo en Francia la intelectualidad se ha movilizado a gran escala para denunciar el genocidio. Bernard Henri-Lévy, André Glucksman, Alain Touraine y otros llegaron a crear una candidatura específica, la Lista Sarajevo, en las elecciones europeas de 1994; denunciaban la pasividad de los Gobiernos de la Unión Europea, ante el triunfo en Bosnia del proyecto fascista de las patrias étnicamente puras. También Pedrag Matvejevic, el gran escritor croata, ha alzado su voz contra "las fanáticas ideologías y las prácticas asesinas de los chetniks serbios y ustachis croatas, que han herido de muerte a la Bosnia del pluralismo nacional y cultural".

Aislada del mundo salvo por las ondas y el puente aéreo de la ONU, Sarajevo se ha visto obligada a desarrollar desde abril de 1992 lo que, el poeta Izet Saraglic, autor de una recopilación de versos de guerra escritos en un sótano a la luz de las velas, llama "una cultura basada en el presente y de extraordinaria lucidez, una cultura en la que sólo importa lo esencial: la supervivencia, la amistad y el amor". En esa cultura, una conversación tranquila en tomo a un almuerzo más variado que lo habitual o la adquisición de un nuevo libro son enormes fuentes de placer.

Con los anaqueles de las librerías prácticamente vacíos y dos cines abriendo de uvas a peras y proyectando las películas en formato vídeo, la gente de Sarajevo se mantiene más o menos al día porque los visitantes extranjeros dejan allí todo el papel que traen en sus mochilas, y porque la televisión bosnia piratea los programas de los canales internacionales difundidos por satélite.

La ciudad ofrece a diario material para el arte más desgarrador. Así lo entiende el realizador francés Romain Goupil, colaborador de Jean-Luc Godard, que ha rodado en la ciudad un filme llamado Los mil y un días de Sarajevo. "Mientras que Sherezade mentía para salvar su,vida", explica Goupil, "mi película muestra cómo nuestros políticos han mentido para dejar morir a Sarajevo". La muerte en Sarajevo imita, superándolo, al arte. Así fue cuando la historia de Romeo y Julieta se encarnó en la ciudad el día de 1993 en que Admira Ismic, una chica musulmana, y su novio, Bosko Brckic, un chico serbio, fueron abatidos por un francotirador. Los Romeo y Julieta de Sarajevo intentaban escapar del infierno.

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