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Por un puñado de votos

Los independentistas de Quebec han tocado con sus manos la gloria, pero la han perdido de momento

ENVIADO ESPECIAL

"Je me souviens" ("Recuerdo") es el lema que figura inscrito en la parte superior de todas las matrículas de automóviles de Quebec, la provincia secesionista situada en el oeste de Canadá, en alusión a la derrota de las tropas colonialistas francesas por parte británica en la batalla de las planicies de Abraham hace casi dos siglos y medio.

Cuatro años después, en 1763, se firmaría el Tratado de París, por el que Francia entregaba al Reino Unido su colonia norteamericana de Quebec, que en lengua indígena algonquina significa "la parte angosta del río" San Lorenzo. Aún se registrarían otros enfrentamientos entre patriotas quebequeses y británicos antes de que, casi cien años más tarde, en 1867, se fundara la Federación Canadiense, con sus diez provincias y dos territorios, de la cual forma parte Quebec.

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Desde entonces hasta hoy, esta provincia rica, con una renta per cápita superior a los 20.000 dólares, que le coloca en el puesto número decimoquinto entre las naciones más desarrolladas del planeta, y una superficie equivalente a la del Reino Unido, Francia, Italia, España y Holanda juntas, intenta distinguirse del resto de Canadá en razón de su historia, lengua y cultura no del todo semejantes a las demás provincias.

La comunidad francófona, que representa más del 80% de una población de 7,3 millones de habitantes -el 9% son anglófonos y el 5%, aproximadamente, alófonos (otras etnias)- aspira de alguna manera a ser reconocida como pueblo y país soberano. Canadá tiene casi 30 millonesde habitantes.

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Uno, dos y tres

El primer ministro quebequés, Jacques Parizeau, que ha decidido retirarse de la vieda política después de que los nacionalistas perdieran por apenas un punto el pasado lunes un referéndum en favor de la soberanía de la provincia y de su separación, aunque bajo un régimen de asociación con Canadá, suele explicar el proceso de desenganche de Quebec en términos deportivos. Uno, dos y tres, en tres tiempos, de menos a más, como un partido de hockey sobre hielo. Y así ha sido. El guión ha fallado al final por apenas un puñado de votos.En tan sólo tres años, los independentistas han tocado con sus manos la gloria, pero la han perdido de momento. Primero el desembarco en el Parlamento federal de Ottawa en las elecciones de 1993, que colocaron al Bloque Quebequés de Lucien ouchard como segunda fuerza política detrás de los liberales. Doce meses más tarde, la victoria del Partido Quebequés de Parizeau, en las legislativas de la provincia. Y ahora aspiraban seriamente a ganar un referéndum de soberanía asociada con Canadá.

Las encuestas les daban muchas posibilidades de triunfo. Han anunciado que lo intentarán de nuevo, esta vez de la mano de Bouchard, un político más moderado que Parizeau, más hábil que éste, con gran predicamento popular y con un carácter camaleónico. Ha bebido de todas las fuentes. Ha sido liberal y conservador, consejero y ministro durante el gobierno del conservador Brian Mulroney y embajador en París.

El año pasado estuvo a punto de morir debido a una infección que obligó a la amputación de su pierna derecha. Hace tan sólo ocho años, Bouchard, abogado de profesión, confesaba que no creía conveniente una eventual separación de Quebec.

No está del todo claro que la secesión triunfe algún día, como aseguran confiados los nacionalistas quebequeses, y ahora más después del resultado del último plebiscito. Ni tampoco que logren convocar otro a corto plazo. Dependerá de muchas circunstancias, entre ellas de la voluntad de las demás provincias de reconocer constitucionalmente la diferenciación lingüística y cultural de Quebec y de otorgarle un estatuto especial de autonomía. Si ello comporta privilegios respecto al resto del país es improbable que las provincias lo acepten tranquilamente.

La cerrazón del resto del país a examinar de otra manera el problema puede también exacerbar los ánimos de Quebec. Quizás tampoco los propios nacionalistas se queden ya satisfechos con alguna concesión de estatuto autonómico y busquen definitivamente la separación.

Bouchard ha hablado en términos muy duros sobre el éxito de una eventual mesa federal para reformar la Constitución, repatriada en 1982 del Reino Unido con la oposición quebequista. Ha dicho que le produce bostezos hablar del problema de la reforma constitucional federal y que sólo se sentará a una mesa, de negociaciones una vez tenga en el bolsillo el sí a la secesión respaldado por la mayoría de la población quebequesa.

Tuvieron que pasar tres lustros desde la celebración del otro referéndum organizado por los secesionistas, liderados entonces por el fallecido primer ministro René Lévesque. Perdieron por un amplio margen de veinte puntos. En esta ocasión, el nacionalismo fue derrotado por tan sólo 53.000 votos (algo más del 1% del censo electoral), pero consiguió romper por primera vez el equilibrio de voto.

Separatistas y federalistas (partidarios de no quebrar la unidad de Canadá) han contado desde siempre con un respaldo similar aproximado del 40%, En el plebiscito del pasado lunes los primeros habrían conseguido el 60% del voto francófono y sostienen que si son capaces de ganar uno o dos puntos más en la comunidad francófona la tendencia quedará definitivamente revertida a su favor. Pero no les será fácil.

No pocos de los electores francófonos que han votado sí a un Estado soberano no estaban seguros del objetivo final de la consulta: la ruptura definitiva con Canadá o el reforzamiento de la identidad del pueblo quebequés como "sociedad distinta". Lo primero les sigue suscitando cierto recelo por temor a un futuro impredecible, que a corto plazo no será demasiado beneficioso para el desarrollo de la nueva nación.

La unión monetaria que proponen los nacionalistas con Canadá es de difícil realización. Quebec tendría que afrontar las consecuencias del recorte de prestaciones por parte del Estado, así como las obligaciones que comporta el pago de la deuda federal canadiense -más de 400.000 millones de dólares, muy por encima de la de los países más ricos-, de la que los quebequeses pagan cerca del 20%. Analistas de uno y otro lado conceden que una futura secesión de la provincia supondría un coste de al menos un 3% para su Producto Interior Bruto (PIB). El PIB de Quebec es un 8% inferior, aproximadamente, al de la media nacional.

Detractores

Además, el fuerte descenso del índice de natalidad entre quebeques es de origen francés y el progresivo crecimiento del número de representantes de otras etnias no favorecen mucho a las aspiraciones separatistas. Italianos y europeos orientales constituían hasta los años sesenta la mayoría de inmigrantes.Posteriormente han ido llegando portugueses, haitianos, libaneses, asiáticos y latinoamericanos. Este bloque étnico no entiende la separación de Canadá, aunque se ha visto obligado, conforme a la ley de normalización del idioma, a aprender el francés, reconocido como única lengua oficial en Quebec.

Parizeau ha levantado ampollas al responsabilizar al empresariado y al voto étnico de la derrota del lunes. Sus manifestaciones, no por menos ciertas, fueron inmediatamente tachadas de racismo e irresponsabilidad. Bouchard se desmarcó de ese comentario y el veterano primer ministro tuvo que recular.

Otro escollo que tendrán que solucionar los secesionistas será cómo alcanzar una entente con la comunidad indígena, que vive fundamentalmente en el norte de la provincia. Inuits, krees y montañeses representan sólo un 1% de la población, pero exigen el autogobierno y reclaman sus derechos históricos sobre un vasto territorio de superficie. Los aborígenes se oponen, sin excepción, a la secesión de Quebec.

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