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La piqueta acaba con las viejas herrerías de El Rastro

Antonio Jiménez Barca

Juan Molina, de 45 años, visitó ayer, tal vez por última vez, su antiguo taller de herrero, en la parte baja de El Rastro, donde la Ribera de Curtidores se cruza con la Ronda de Toledo. Todo el lugar es pasto de excavadoras desde hace una semana. La fragua de Molina, ahora inútil, duerme llena de mugre y el techo del local es ya una pura ruina peligrosa.El viejo taller de este hombre es una de las 20 tiendas que ya están siendo derribadas por el Ayuntamiento a fin de remozar la zona. Dentro de dos años, si los plazos se cumplen, los comerciantes -la mayoría herreros o vendedores de artículos de hierro forjado- volverán al barrio, a la misma calle, pero en unos locales nuevos, en flamantes edificios de seis y cuatro plantas con soportales. Sin fraguas. Los nuevos locales ya serán meros puntos de venta y no talleres.

Los herreros no están muy disgustados con el plan, aunque se quejan del dinero que costará el nuevo local, de los soportales, o de los dos años que, por obras, estarán alejados de la Ribera de Curtidores. Eso sí, cuando Juan Molina y uno de sus empleados, Luis Herranz, de 61 años, entraron ayer en su taller ya sin vida se les achicó el estómago. Molina trabaja ahí desde que con 34 años se puso a ayudar a su padre. Herranz manejó la fragua desde 1972. Los dos vieron ayer las paredes condenadas, el tejado suelto y agujereado, el local entero sin más destino que el de sucumbir a los mordiscos de una excavadora. Entonces, Herranz, con el alicate en el bolsillo trasero del mono, dijo: "Ves esto y se te caen los huevos al suelo".

PASA A LA PÁGINA 4

La reforma de El Rastro se diseñó hace 15 años

VIENE DE LA PÁGINA 1 El plan no es de ayer. Más de 15 años lleva peleando el arquitecto Ricardo Aroca, a quien el por entonces Ayuntamiento socialista le encargó el proyecto, para superar trabas burocráticas. Aroca, que no comulga con la mayoría de las ideas urbanísticas del actual Ayuntamiento, piensa que de haberle dejado las manos un poco más libres la solución final sería más lucida: "Hay un par de esquinas angulosas, las que forman concretamente las calles de Ribera de Curtidores con la Ronda de Toledo en las que podíamos haber hecho unas torres al estilo de la Gran Vía, algo que otorgara mas personalidad a la zona, pero el Ayuntamiento me respondió que lo prohibían las ordenanzas", decía ayer el arquitecto.

Los comerciantes que habitaban la zona y que han sido provisionalmente desalojados tendrán derecho a comprar un local a 110.000 pesetas el metro cuadrado. El nuevo taller de Juan Molina le costará, según calcula él mismo, unos 25 millones. La oferta del Ayuntamiento abarata en un 30% el precio del mercado.

Radiadores

Félix García Peinado, de 49 años, también ha tenido que dejar su tienda de radiadores. "Lo que nos da el Ayuntamiento no está mal. Tendremos un local para exponer la mercancía. Lo que me gusta menos es lo de los soportales. Se pueden llenar de drogadictos", afirma.

El arquitecto Aroca, si bien dice que de haber tenido que diseñar el proyecto hoy en día se pensaría mucho lo de los soportales, acaba afirmando que no están mal: "Si se iluminan bien y pasa suficiente policía no habrá problemas. Los soportales son muy madrileños, y están pensados para que la gente pasee por ellos sin preocuparse de si llueve o hace sol. Si nos preocupamos tanto por la seguridad, llegará un día en que quitaremos las calles porque puede haber drogadictos en ellas", añade Aroca.

Las obras de urbanización de la calle de la Ribera de Curtidores, dependientes directamente del arquitecto, terminarán en seis meses, según cuenta Aroca. Las de los pisos, llevadas a cabo por la Empresa Municipal de la Vivienda, durarán dos años. Para pasar estos dos años, algunos de los comerciantes han alquilado locales cerca del barrio y otros se han trasladado a la periferia. Algunos han cerrado.

Una de las pegas que ayer ponía el herrero Molina al plan del Ayuntamiento es la desaparición de los talleres. "Por motivos de seguridad, el Ayuntamiento nos obliga a poner los talleres en la periferia", dice Molina. El vendedor de radiadores García Peinado está convencido de que con la marcha de los talleres desaparecerá el oficio: "Antes el cliente podía ver lo que se trabajaba, se le podía ocurrir hacerse construir una verja de tal o cual color". El arquitecto Aroca no está de acuerdo: "En el fondo, no había muchos talleres, se reducían a un par, y ese sitio no era el adecuado", afirma. Los herreros trabajaban en los talleres desde hacía mucho tiempo, pero no eran los propietarios. Pertenecían al Ayuntamiento, que los alquilaba a un precio baratísimo y que dejó de cobrar cuando hace 20 años se murió el funcionario que llevaba esa labor a cabo.

De hecho, cuando se empezaron a tramitar las expropiaciones de los locales, el Ayuntamiento ignoraba, que los talleres le pertenecieran.

"Y encima, cuando se enteraron, parecía que les molestaba", exclama divertido Aroca.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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