_
_
_
_
Tribuna:LO 'POLÍTICAMENTE CORRECTO'
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una mordaza a la Iibertad

El tabú de las tribus primitivas, la moral victoriana de la Inglaterra decimonónica y la actual jerga americana de lo políticamente correcto son intentos de amordazar la libertad de pensamiento y expresión de los individuos no tanto por la fuerza de la ley o de las armas, sino por la presión social. Esta presión se ejerce proclamando un supuesto consenso de la comunidad, en el , que casi todos hipócritamente participamos de boquilla, no por convicción sino por miedo a las dificultades que podría causarnos el manifestar nuestro disenso. Hasta los más veraces mienten sin pudor cuando se trata de impuestos o de sexo. For the record, todos son partidarios de la fidelidad -conyugal y del pago puntual de cuantos impuestos el fisco tenga a bien imponerles, es decir, todos son políticamente correctos. En realidad, los únicos contribuyentes que se dejan exprimir a tope por el Estado son los que no tienen manera de evitarlo. Todos le pedimos al fontanero que nos haga la factura sin IVA. Y en cuanto tenemos éxito cantando o haciendo deporte, trasladamos nuestro domicilio fiscal a Mónaco o Andorra, como hacen los ídolos populares. Y hacen bien haciéndolo, desde luego, pero también hacen bien no hablando de ello. La fidelidad no se pone en duda, por miedo a la reacción de la pareja y de los vecinos. El entusiasmo tributario tampoco se pone en duda, por miedo a despertar la venganza de la inspección de Hacienda. En Cataluña al menos la mitad de la población encuentra intolerable la pólítica lingüística oficial, pero aunque casi todos lo comentan en privado, casi nadie se atreve a decirlo en público, por miedo a las consecuencias. La imagen pública de la realidad social está sistemáticamente deformada por un consenso hipócrita de mentiras políticamente correctas.Casi todos los seres humanos estamos programados genéticamente para que nos gusten y nos exciten los cuerpos humanos hermosos. Hay que estar carcomido de prejuicios y complejos para encontrar algo ofensivo en la gloria de nuestro cuerpo. Ya sé que el no está tan bien musculado como el del atleta que anuncia calzoncillos, pero tampoco mi voz es tan buena como la de Plácido Domingo, y no me ofende que cante en público. Sin embargo, en muchos países, desde EE UU (donde el desnudo está prohibido en la TV, en la playa e incluso en el laboratorio fotográfico) hasta la Arabia suní y el Irán shií (donde los guardianes de la revolución islámicá arrojan ácido a la cara o la piel de las mujeres que no se tapan), se cree que el cuerpo humano es tabú. La gótica estética monjil rechaza la curva en nombre de la recta. Por eso se escandaliza ante las insinuantes curvas del cuerpo humano, que no son rectas, ni correctas. La gazmoñería carece de argumentos, pero es rica en vestiduras, que no se cansa de rasgar. Los mojigatos florentinos que se escandalizaban ante el David desnudo de Miguel Ángel acabaron por imponer la siniestra dictadura de Savonarola y por quemar en la hoguera las obras de arte políticamente incorrectas. Las feministas de nuestro siglo han hecho una contribución enorme a la libertad humana, pero en su amplio movimiento también hay monjas infiltradas (y no me refiero a las de los conventos). Incluso la ministra Cristina Alberdi (admirable en otros aspectos) piensa que disfrazarse de monja una vez al año no hace daño, y de vez en cuando parte en cruzada contra algún anuncio en el que se ve o se adivina un hermoso y rotundo culo femenino, hasta obligar a retirarlo, actuando al margen de la ley, como hizo hace un par de años con un anuncio de la Seat y más recientemente con otro de trajes de sevillana, mejor que los cuales sólo tentaba el cuerpo serrano en pelotas (lo cual era gracioso, pero no original, pues esa idea ya había sido usada por Calvin Klein).

La ministra (mitad monja, mitad goldada) no podía prohibir los anuncios, pero los acobardados anunciantes los retiraron rápida y "voluntariamente", para no meterse en líos. Así se impone lo políticamente correcto. En EE UU también las relaciones raciales caen bajo ese tabú. Si dos estudiantes compiten por el ingreso en una universidad, y se admite injustamente al que ha obtenido el peor resultado en la prueba de acceso, ello sólo es criticable si el admitido, es blanco. Si es negro, sería políticamente incorrecto protestar. Esto ha llevado al sistema de cuotas, según el cual los individuos no son juzgados por sus méritos, sino por la corrección política del grupo al que pertenecen. Ese sistema es tan absurdo que, encuanto se ha permitido discutirlo, hasta los propios negros con sentido común lo han rechazado, y está siendo desmantelado.

Que cada uno tenga la audacia de pensar por su cuenta y el coraje de decir lo que piensa sin tapujos: he ahí la base de una democracia vigorosa y de una vida plena y creativa. Cuantas más opiniones heréticas, chocantes y contranías al presunto consenso se expresen, tanto más rica y pluralista será nuestra sociedad, y tanto más fecunda o iluminadora será la discusión. Ello re quiere tomarse en serio la libertad de expresión, y tomarse a cachondeo el rollo ese de la corrección política.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Jesús Mosterín es profesor de Lógica de la Universidad de Barcelona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_