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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España y América

DEMASIADOS FACTORES impiden que las cumbres iberoamericanas terminen con resultados tan concretos como las europeas. En los consejos europeos, el debate político entre los Quince se traduce en la movilización de miles de millones de pesetas y decisiones que con frecuencia repercuten sobre aspectos de la vida cotidiana de muchos ciudadanos. Nada así puede esperarse de las cumbres iberoamericanas, la quinta de las cuales se clausuró ayer en Bariloche (Argentina). Pero sería injusto deducir de ello que son reuniones inútil es, buenas sólo como concurso de retórica.Las cumbres iberoamericanas giran en torno a un asunto monográfico. La de Bariloche estuvo dedicada a La educación como factor esencial del desarrollo económico y social. El tema es, en el fondo, un pretexto. para mantener un debate político anual entre los jefes de Estado y de Gobierno de España, Portugal y 19 países de Latinoamérica.

Desde hace tres años, esos países rechazan en sus conclusiones el embargo norteamericano a Cuba, y en Bariloche emitieron incluso una condena en términos algo más explícitos que otras veces. Es cierto que Fidel Castro más bien ha hecho oídos sordos a presiones anteriores a favor de la democratización de la isla y que el viejo comandante intenta capitalizar su presencia para hacer ver a su opinión pública interna que no está tan aislado. Pero el foro de la cumbre permite plantear el problema de Cuba, potencialmente el más grave del continente, en un contexto multilateral; algo preferible, en cualquier caso, en la perspectiva de una transición pacífica hacia la democracia, a la dialéctica de enfrentamiento bilateral con Estados Unidos.

Aunque fue el entonces presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari quien convocó, en 1991, la primera cumbre, la iniciativa e impulso inicial correspondió a la diplomacia española. El Reino Unido tenía su Commonwealth y Francia había hecho del concepto de francofonía un eje fundamental de su política de presencia en el mundo africano. Como antigua potencia colonial en América, y basada en el legado idiomático y cultural compartido, España -y en su medida, Portugal- tiene todas las razones para potenciar un foro de este tipo. Ese foro permite a España presentarse ante sus ex colonias como el valedor de sus intereses en la Unión Europea y, a la vez, intervenir ante las instituciones internacionales con el respaldo de dos decenas de países: así sucedió, por ejemplo, en 1992, cuando presentó su candidatura al Consejo de Seguridad de la ONU.

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El semestre español al frente de la UE quedará caracterizado por un profundo acercamiento entre el Viejo Continente y América Latina, especialmente los países de Mercósur. Algo celoso al principio del protagonismo español, Portugal ha acabado utilizando los mismos recursos que España. Ha logrado, por ejemplo, que la cumbre de Bariloche apoye su aspiración de ingresar en la máxima instancia de las Naciones Unidas.

Al margen de su vertiente política, las cumbres han puesto en pie un entramado de cooperación, sobre todo con la televisión educativa, sendos programas de alfabetización en El Salvador y la República Dominicana; otro, llamado Mutis, de intercambio de posgraduados y el Fondo Indígena. La cooperación está algo desequilibrada, al recaer excesivamente sobre España. Y la mayoría de los países americanos no desembolsa las contribuciones que anuncian en las cumbres, por pequeñas que sean comparadas con las españolas. Habrá que apostar por que el convenio de cooperación firmado ahora en Bariloche logrará subsanar ambos problemas.

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