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El pozo negro de la angustia

Los Aldaya, a los 160 dias del secuestro, perplejos ante su prolongada pesadilla

, Cada día que pasa, y van 160, la familia Aldaya se sumerge un poco más en el pozo negro de la angustia. Para quienes viven con la mente puesta en el secuestro, para quienes se sitúan en el imaginario agujero de la víctima y escudriñan el rostro, los ojos del ser querido, buscando una señal, un brillo de esperanza, tratando de insuflarle un poco de aliento, cada minuto del día posee una densidad insoportable. Loli Lorenzo, la mujer de José María Aldaya, no quiere cambiar de teléfono, y eso que la crueldad más despiadada llama en ocasiones a su casa para dar mensajes como éste: "Ya lo hemos liberado. Lo tienes ahí colgado de un árbol Cabrones".

No quiere cambiar de teléfono porque sabe que en cuanto esté libre lo primero que hará su marido es telefonear a su casa. Se le ha metido en la cabeza que José María será liberado durante un fin de semana por esas cosas que ha oído desde siempre de que los de ETA aprovechan en esos casos el aumento de tráfico. Así que su ansiedad se dispara cuando empieza a acabarse la semana y su estado anímico vuelve a desplomarse al llegar el lunes.

Óscar e Idoia -Txetxo, el mayor, que es médico, tiene que atender su trabajo en Londres- perciben al menos, y de manera bien directa, el respaldo que les prestan los restantes trabajadores de la empresa (Alditrans), los pacifistas y los ciudadanos que, pese a todo, siguen acudiendo a las concentraciones. Siempre en primera línea, aferrados a la pancarta que pide humildemente la liberación de su padre, ambos participan casi a diario de ese clamor silencioso, aunque tengan que soportar las burlas, los insultos y las amenazas de los contramanifestantes, aunque tengan que asistir al espectáculo, frecuente, de cómo los familiares de los presos de ETA llaman asesinos precisamente a esos dos pacifistas de Bakea Orain (Paz Ahora), habituales de las concentraciones, a quienes el terrorismo dejó huérfanos.

Más allá del drama, de la inquietud por la suerte del secuestrado, por las secuelas que el paso del tiempo Puede haber causado en su estado físico y mental, hay entre los Aldaya una sensación general de incomprensión, de perplejidad, por la prolongación de la pesadilla. En los círculos de la familia se ha instalado la idea de que, una vez evidenciado que la víctima no es otra cosa que un pequeño empresario de limitados recursos, ETA está sirviéndose del secuestro para demostrar a todo el mundo -al Gobierno, a los partidos, a las víctimas de su chantaje económico...- que es capaz de mantener un rehén durante un tiempo indefinido y también para calibrar los efectos de la estrategia del amedrentamiento que sus simpatizantes aplican en la calle. Se sienten atrapados, sin capacidad de maniobra, y, siguiendo a algunas fuentes, no es arriesgado suponer que han encontrado múltiples problemas para la conexión con ETA, mensajes perdidos, intermediarios rechazados y, por encima de todo, el estilo de una organización terrorista que no negocia casi nada, que impone todo.

Obviamente, la cuestión de los contactos con los terroristas es un asunto tabú, peto a partir de determinados movimientos de la familia Aldaya, como el de precipitarse a llevar determinada cantidad a una cita falsa, la policía cree que el proceso no ha madurado todavía y que el dinero no ha sido entregado. El presidente del PNV, Xabier Arzalluz, ha dicho, aludiendo a supuestas dificultades de movimientos de los terroristas, que ETA está haciendo el ridículo.

Sea como fuere, lo que parecen festejar quienes pintan las paredes con consignas como "Aldaya, paga y calla", "Aldaya, la pasta, ya" o "Aldaya, este verano no hay playa" no es sólo el secuestro del pequeño empresario donostiarra, de 53 años, que empezó a trabajar siendo casi un niño, sino también el de algo mucho más ambicioso, el secuestro de muchas voluntades, el secuestro, por ejemplo, de tantos lazos azules que se guardan en las casas.

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