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Del antifelipismo a la conjura

Diego López Garrido

Estamos asistiendo a una operación de acoso y derribo del Ejecutivo protagonizada por determinados poderes fácticos -con Conde y Perote como puntas del iceberg- por la vía del chantaje, de la presión o de la conjura contra instituciones del Estado. Al menos eso cabría deducir de las palabras -sólo palabras aún- que, desde el Gobierno y el PSOE, han sido machaconamente repetidas las últimas semanas.Lo más relevante de la denuncia socialista no es su contenido, todavía inconcreto y difuso, sino su valoración. Se tratada de una operación de tal calado que todo el mundo está obligado a elegir entre el Gobierno o los chantajistas (González dixit), aunque el propio Gobierno evite llamarlos así. La coyuntura actual estaría determinada, pues, no por las responsabilidades políticas de González, sino por un plan desestabilizador contra la institución que representa. No puede extrañar que la tesis de la conspiración se haya convertido en la estrategia central del Gobierno. El fondo de esta postura no es que haya habido planes inconfesables, y más que planes, contra el Gobierno -cosa que casi nadie duda, yo tampoco-, sino que tendrían una entidad tan poderosa y una capacidad tan tóxica (que se constituyen en un peligro real para la seguridad del Estado y del sistema democrático.

Hay que admitir que el dualismo elaborado ha tomado fuerza. No porque haya quienes han presionado o chantajeado a un Gobierno chantajeable, lo que sin duda ha ocurrido. Ha tomado fuerza la teoría de la conspiración porque opera en un terreno preparado, porque se ha construido, paradójicamente, aprovechando los cimientos edificados por la otra teoría dual a la que vendría a sustituir: la del felipismo y el antifelipismo.

Si ha habido algo nefasto en esta última legislatura, que la ha convertido en la más amarga de la joven democracia española -compatible con ser una de las más fértiles en su obra legislativa-, si ha habido algo negativo, digo, ha sido la agotadora guerra felipismo / antifelipismo.

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El poder mediático más agresivo ha estado decididamente al servicio del designio de situar la línea divisoria ideológica de este país no entre conservadores y progresistas, que sería lo normal, sino -entre felipistas y antifelipistas. Ha sido imposible otra posición que no fuera o la lucha a muerte contra el Gobierno felipista corrupto o la defensa numantina del presidente del Gobierno democrático.

Las enormes responsabilidades del presidente -muy especialmente respecto a los GAL y la corrupción de los fondos reservados-, responsabilidades no asumidas, se lo han puesto muy fácil a los partidarios de que en nuestra política no haya matices, sino dialéctica militar. O se está en una trinchera disparando o en la de enfrente aguantando el asedio. O con Felipe o contra él. Ha sido y es un juego infernal, que ha castrado la vida pública española, que ha desorientado y atosigado a la sociedad, con beneficiarios evidentes en las posiciones más conservadoras o demagógicas. La simplificación ha sido implacable. En el campo del felipismo se coloca, claro, al Gobierno, el PSOE y CiU, pero también a los llamados medios de comunicación progubernamentales, fundamentalmente los estatales, y demás intelectuales orgánicos. En el bando del antifelipismo, ya se sabe: el PP e IU como infantería política, y, como artillería comunicacional, toda una serie de radios y diarios, acompañando el ataque. Algún responsable socialista incluso ha añadido a algún conocido juez.

Esta descripción es casi una caricatura - y, en cuanto a la pinza IU-PP, extraordinariamente superficial- pero, desgraciadamente, así ha percibido la batalla la opinión pública, con papeles secundarios de un Parlamento cuya agenda se la han marcado los jueces y los medios, y de un Gobierno sin iniciativa.

Para la izquierda, y en concreto para Izquierda Unida, ha sido un esquema terrible, porque, en ese paisaje, despiadadamente maniqueo, le ha tocado jugar en el polo que, de forma natural, encabeza y capitaliza el Partido Popular. El carril por el que IU tenía que circular sólo daba margen para el predominio de la descalificación ácida antisocialista, en perjuicio de lo que realmente hace crecer a IU: la propuesta política creíble y la oposición inteligentemente constructiva, único modo de distanciarse del PP en lo programático y de reequilibrar la izquierda en la lucha por la hegemonía social.

La lógica del antifelipismo, por el contrario, ha hecho crecer considerablemente al PP y bastante menos a IU, como lo manifiestan los sondeos (el último, el de Demoscopia). El PSOE se ha desangrado sobre todo por la derecha, porque la alternativa de IU ha llegado siempre desenfocada a la base social de la izquierda. Izquierda Unida ha protagonizado los medios de comunicación prácticamente sólo en la medida en que ha coincidido con el PP en la crítica, normalmente fundada, al Gobierno. No ha sido el mejor clima para que en el seno de IU se hayan desarrollado las energías para componer una propuesta en política económica y en política europea que sea aceptada sin recelos por el perplejo pueblo progresista. El antifelipismo seco y unidimensional paraliza, inmoviliza y estanca a IU.

Pues bien, el Gobierno ha entendido el mensaje -como dijo González después de las elecciones- y ha aprovechado la estela del bipolarismo más estrecho, en su desesperada búsqueda de oxígeno, lanzando la tesis, también bipolar, del "conmigo (Gobierno democrático) o contra mí (chantajistas)", es decir, una nueva versión del felipismo / antifelipismo, pero en este caso como tabla de salvación del presidente. Es otro pulso de González, que se ha pasado echando pulsos a diestro y siniestro desde que aterrizó en la presidencia (el primero fue el referéndum de la OTAN).

Sería un grave error elevar el chantaje contra el Gobierno a categoría de chantaje contra el Estado o contra todo el sistema. Pero, probablemente, ese error se va a consumar si González vuelve a encabezar la nave socialista, porque su insostenible situación política -no hablo de la judicial- requiere que todo un proyecto se subordine a sus necesidades personales.

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Diego López Garrido es diputado de lU- IC

Del antifelipismo a la conjura

Viene de la página anteriorEl drama del PSOE es que sus intereses electoralistas a corto plazo -que siga Felipe- son contradictorios con sus intereses políticos a medio y largo plazo -que se renueve su dirección- González, lo quiera o no, es un obstáculo objetivo para que el PSOE cumpla un papel determinante en la reconstrucción del entramado social y programático de una izquierda que pasa por un dificilísimo momento. Hay también otros obstáculos, no cabe duda, porque la crisis de la izquierda tiene hondas raíces, pero uno de ellos es seguramente González y lo que representa, porque con él su partido seguirá lastrado por el pasado, preso de graves responsabilidades que no se reconocerán ni se les dará una salida política y democrática porque ésta se llevaría por delante a González.

Este país, que tiene aún grandes problemas económicos, laborales y de defensa del Estado, social sin abordar, no puede seguir por más tiempo girando obsesivamente entre el felipismo y el antifelipismo. Somos mucho más que eso. Hay otras posiciones, planteamientos e ideales progresistas. Tenemos mucha más fuerza e ilusión, más frescura de ideas, de lo que expresa esa triste dialéctica mediática y parlamentaria. Por eso es inaceptable que una nueva tesis de yo o el caos se instale en el ya bloqueado discurso político español y polarice las trascendentales futuras elecciones generales.

En ese bloqueo, hay que reconocerlo así, todos tenemos algún tipo de responsabilidad. Y por eso, también tenemos todos un papel que desempeñar en el desbloqueo y la apertura al futuro de la escena política española.

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