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Esperados japoneses

Los japoneses llegaron a meterse este verano hasta en la última noche de los Proms de Londres. Era comnovedor verles agitando una bandera inglesa con una mano mientras con la otra sostenían el texto de Rule Britannia, de Ame, uniendo sus voces al jolgorio colectivo. Las japonesas habían deslumbrado con sus quimonos de diseño en Bayreuth y Salzburgo.Son imágenes para el recuerdo, porque los festivales de verano aparecen ya como algo lejano debido a la fuerza con que comienzan las nuevas temporadas de ópera en Europa. No es tan sencillo como hace unos años destacar una programación u otra. A los tres grandes teatros tradicionales -el Covent Garden de Londres, la. Scala de Milán y la Staatsoper de Viena- les han salido competidores, teatros de ópera emergentes que, con menos presupuesto y mucha imaginación, andan marcando tendencias de lo que es una planificación de ópera a la altura de los tiempos que corren. Allí están los casos de Amsterdam, Francfort y Zúrich, por ejemplo, cuyo interés aumenta año tras año. Algo parecido, aunque en menor medida, ocurre en Estados Unidos. El esplendor del Metropolitan de Nueva York convive con el irresistible ascenso de óperas como la de Seattle, San Francisco o Chicago. Pero volvamos a Europa.

La ópera de Amsterdam inicia el 4 de octubre su temporada con uno de los espectáculos que más expectativas ha levantado para este otoño: Moisés y Aarón, de Schönberg, en la versión musical de Pierre Boulez y escénica de Peter Stein. Es una coproducción con el Festival de Salzburgo, donde se podrá ver en agosto de 1996. Schönberg está de moda por diferentes motivos. El diario Le Monde destacaba hace unos días la noticia del rechazo de los archivos del compositor por la Universidad de California del Sur. Por otra parte, la programación del Festival de Otoño de París está en un gran porcentaje dedicada a su obra, con intérpretes tan estupendos como Abbado, Dohnanyi (otro Moisés y Aarón), Boulez, Gielen o Rattle.

Pero no sólo de Schönberg, vive la ópera de Amsterdam. El abanico de autores y estilos es amplio, desde La coronación de Popea, de Monteverdi, hasta alguno de los títulos señeros del siglo XX, con estéticas muy diferentes (Audi, Kupfer, Sellars) y repartos en los que se apuesta en gran medida por la juventud. La ópera de Francfort inicia su andadura durante estos- días con Jenufa, de Janacek. No ha disminuido con la dirección artística y musical de Sylvain Cambreling su tendencia a ser un crisol receptivo de las vanguardias, pero la programación es ahora más equilibrada y variada, teniéndolos títulos básicos del repertorio un peso importante. Eso sí, tanto lo clásico como lo moderno están impregnados de un sello de frescura.

La Opera de Zúrich es el reino de Hamoncourt desde aquellos legendarios ciclos de Monteverdi con Ponnelle. El director berlinés se ha centrado más últimamente en Mozart, Haydn, Weber u Offenbach, y está pensando en acometer su primer Verdi, nada menos que Aida. Zúrich es también una ópera con elevada presencia de artistas españoles en sus temporadas. El director Fruhbeck de Burgos o los cantantes Isabel Rey y Carlos Chausson son allí prácticamente de la casa.

¿Y en España? Difícil cuestión. No soplan, desgraciadamente, en nuestro país vientos muy favorables para la lírica. El Liceo de Barcelona vive humildes temporadas de transición mientras continúa el proceso de restauración. Y el Teatro de la Zarzuela de Madrid se enfrenta a una programación más bien pobre, bajo el signo de la espera de un Teatro Real al que la incompetencia, desidia y pésima gestión de las Administraciones implicadas en su puesta a punto han sumido en una situación de desamparo.

Alfredo Kraus cantará Werther en Sevilla; Raina Kavaibanska, Tosca en Oviedo, y es de gran interés la visita de la Opera Factory de Londres al Festival de Otoño de Madrid con un doblete Purcell-Britten. Son excepciones de un panorama gris. Mucho me temo que con estas perspectivas los japoneses no van a aparecer por nuestras ciudades para ver ópera. Es una lástima. Porque, además de su simpática y simbólica presencia, dejan allá donde van un buen puñado de divisas.

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