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Revelación

Enrique Gil Calvo

Parece que por fin el poder socialista está empezando a aprender la lección de cómo se revelan en público los secretos a voces, devolviéndola por pasiva tras haberla sufrido en sus propias carnes durante sucesivas revelaciones. En efecto, hasta ahora mismo, los secretos guardados bajo la alfombra que pasaban a conocimiento público a partir de su oportuna denuncia periodística o judicial, como los casos Cesid o Gal, sólo perjudicaban al Gobierno, que se veía obligado a desempeñar el desairado papel del mentiroso infractor al que le cogen en falta sus fechorías tras haberlas negado con contumacia. Así sucedió una y otra vez con todos los casos de flagrante responsabilidad gubernamental, donde la publicación de filtraciones escandalosas dejaban en evidencia sus anteriores protestas de inocencia. Pero esta vez se han invertido las tornas, pues es ahora el poder socialista quien puede pasar al ataque devolviendo la pelota de la revelación; así ha sucedido, en efecto, con la ya famosa conjura antigubernamental.Realmente, esta línea de defensa ya la intentó el Gobierno antes, con sus denuncias de una conspiración que intentaba, echar un pulso al Estado. Pero entonces no le creíamos nadie, pues sus protestas nos sonaban a maniobra distractiva, que sólo intentaba exculparse. En cambio, ahora sí hemos creído en la verosimilitud de la conjura. ¿Qué es lo que ha cambiado? Lo nuevo ha sido la forma de la revelación. En mayo eran los propios inculpados gubernamentales quienes para disculparse acusaban de chantaje sin lograr que se les creyese. Y hoy, en cambio, la denuncia del chantaje ha surgido de la prensa de oposición, siendo además sostenida y confirmada no sólo por el ex presidente Suárez sino incluso por el propio director del diario más antigubernamental: ¿cómo no creer en su testimonio imparcial?

Pero aún hay más, pues la mejor prueba del chantaje es la comprobada existencia de una reunión oficial en La Moncloa celebrada el 23 de junio y en la que. el presidente del Gobierno, por mediación de Suárez y a petición del interesado, recibió al abogado Santaella en presencia del ministro de Justicia. Mucho se ha discutido sobre la legitimidad de tan controvertida reunión, y hasta es todavía posible que Santaella la utilice para solicitar la aplicación del artículo 102.2 de la Constitución (el que reserva al Congreso la acusación contra el Gobierno por traición), ya que fue precisamente él quien lo sugirió en su momento. Pero sin semejante reunión la hipótesis del chantaje resultaría mucho menos convincente. ¿Cabe pensar que se produjo con el único objeto de poder revelar algún día su celebración?

La forma con que los secretos se revelan pudiera parecer una cuestión baladí, en cualquier caso secundaria y muchos menos importante que la propia naturaleza oculta de lo que se revela. Pero no es así, pues el acto de la revelación constituye el momento central: el que juzga lo revelado, transformando su naturaleza y pronunciando un veredicto. En efecto, la mayor parte de las veces se trata de un secreto a voces, como sucede en este caso: todos conocíamos los rumores y sabíamos que los papeles obraban en poder de los periódicos. Pero se trataba de un saber privado, oculto, clandestino. Y hacía falta que se convirtiese en un saber patente, abierto, público. El acto de la revelación, al transformar ese conocimiento privado en un notorio reconocimiento público, es el que construye socialmente la realidad, definiéndola en uno u otro sentido. Y aquí sucede como con la corrupción, que parece, tolerable mientras sea privada o secreta, pero que resulta inadmisible desde que se hace, pública y visible tras revelarse.

Y esto es lo que ahora ha sucedido. Tras meses de impotencia, el Gobierno ha recobrado cierta iniciativa política como consecuencia de la oportuna revelación del chantaje, logrando imponer su definición de la realidad e invirtiendo el reparto de papeles, al pasar de acusado perseguido a acusador que persigue. Pero que mantenga o no su actual iniciativa depende ya de las próximas revelaciones.

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