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Crisis en Greenpeace tras el reto de Mururoa

Las duras críticas hacen dimitir al responsable de la campaña contra las pruebas nucleares

Enric González

La tormenta que se abate sobre la mayor organización ecologista del mundo, Greenpeace, se ha cobrado ya su primera víctima: el responsable de la campaña contra las pruebas nucleares francesas en Mururoa, UIrich Jurgens, se ha visto forzado a presentar su dimisión a su regreso del Pacífico. Jurgens rinde cuentas de la desastrosa conducta de los activistas que permitieron la caída en manos de la Armada francesa del buque insignia de los ecologistas, el Rainbow Warrior, y del MV Greenpeace en el mismo día. Greenpeace está en una encrucijada. Tras una década en las nubes, con una imagen impoluta, mimada por los medios de comunicación, la multinacional ecologista se enfrenta a severas críticas, internas y externas.

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La dirección de Greenpeace -el alemán Thilo Bode es el nuevo director ejecutivo de la multinacional verde- ha puesto en manos de la presidenta de la Junta de Greenpeace Reino Unido, Elaine Lawrence, la investigación sobre la desastrosa operación de Mururoa, que se ha saldado con cuantiosas pérdidas económicas y ha dañado la imagen triunfal de la organización. Los activistas a bordo del MV Greenpeace habían recibido instrucciones estrictas de no enfrentarse con la Armada francesa, precisamente para evitar la catástrofe que se derivaría de su apresamiento. Según el diario británico The Guardian, el súbito cese de Jurgens no está relacionado con el desastre propiamente dicho, sino, al parecer, con sus "excesos verbales" ante los periodistas. Jurgens no tuvo inconveniente en describir los rifirrafes internos de Greenpeace en un momento particularmente delicado. De acuerdo con el mismo periódico, también se encuentra bajo el fuego directo de la cúpula dirigente el coordinador de la campaña en el Pacífico, Thomas Shultz.A la organización se la culpa de tener demasiado dinero, demasiada burocracia, demasiada prepotencia y demasiada afición por una propaganda no siempre basada en datos ciertos. Thilo Bode, ex directivo de una empresa metalúrgica, quiere menos lanchas neumáticas y más diálogo con gobiernos e industrias.

Brent Spar y Mururoa eran dos campañas vitales para frenar el lento declive. El público tiene la memoria corta y todos los servicios prestados -focas, ballenas, vertidos, radiactividad, etcétera- empezaban a olvidarse. El atentado de los servicios secretos franceses contra el Rainbow Warrior, en 1985, que causó la muerte al fotógrafo. Fernando Pereira, proporcionó a la organización una enorme simpatía internacional y un gran volumen de ingresos por la vía de las afiliaciones. Greenpeace creció constantemente hasta 1991, en que llegó a contar con cinco millones de socios. A partir de ahí, las cosas empeoraron.

En 1993, la revista alemana Stern publicó una investigación muy crítica sobre Greenpeace y la calificó de "máquina de hacer dinero". El reportaje hizo daño. A principios de este año, el número de socios rondaba los tres millones. Hacían falta campañas espectaculares para detener la pérdida de afiliados y recuperar imagen, y en Amsterdam, sede de Greenpeace International, se apostó por Brent Spar y Mururoa. Eran dos acciones marítimas, lo que permitía desplegar la cada vez mayor flota verde -ocho buques, dos helicópteros, 20 lanchas neumáticas- y ofrecer bonitas imágenes a las televisiones.

La campaña de la Brent Spar, en mayo, pareció salir redonda. El boicoteo contra la petrolera Shell obtuvo un eco masivo en Alemania. La Shell se rindió y anunció que no hundiría la instalación en el océano. La reunión de una flotilla para la paz en torno a los atolones de Mururoa y Fangataufa (Polinesia francesa) también parecía marchar estupendamente a finales de agosto. Pero entonces se cometió el error de lanzar el helicóptero del MV Greenpeace, el mayor buque de la organización y epicentro de la flotilla, sobre aguas territoriales francesas. La Marina aprovechó la acción para, amparada por la ley, abordar la nave. También cayó el Rainbow Warrior II. Y, de repente, Greenpeace se encontró sin nada.

Un par de días después, otro golpe. Greenpeace reconoció que los elementos contaminantes en la Brent Spar eran muchos menos de los que había pregonado, y pidió disculpas a Shell. Para colmo de desgracias, David McTaggart, el viejo gurú de Greenpeace, muy poco estimado por las actuales jerarquías, tomó el mando de la flotilla para la paz y, desde el Manutea, un velero alquilado por Greenpeace-EE UU, diseñó su propia estrategia de protesta -a la antigua usanza, con lanchas y audacia- y lanzó duras críticas contra la planificación de la campaña. Mientras tanto, los medios de comunicación franceses arremetían, arrebatados de patriotismo, contra la organización.

A Greenpeace se le critica también su mercantilismo y la falta de transparencia y democracia interna. Sobre la primera, centrada en Greenpeace Communications, con base en Londres y dedicada a la comercialización de imágenes y todo tipo de productos con la marca del arco iris, una portavoz señaló a este periódico que "todo el dinero obtenido se reinvierte en equipo técnico y apenas salen las cuentas".

Respecto a las acusaciones de centralismo, opacidad y falta de debate, dirigidas contra las oficinas de Amsterdam (Greenpeace International) y Hamburgo (la poderosa delegación alemana, con 600.000 socios), otro portavoz las rebate: "La cuestión de la democracia interna se ha discutido mucho, tanto en las delegaciones nacionales [32 países, con un total de 45 oficinas] como en Amsterdam. El gran problema es que nuestros planes deben ser secretos, ya que de lo contrario es muy fácil frenarnos, y, eso casa mal con el debate abierto. Es, en cierto modo, una asignatura pendiente", dice el portavoz, "y una de las cuestiones que deberá abordar Thilo Bode".

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