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Juppé, ante el otoño de la decepción

El primer ministro francés pierde con rapidez sus reservas de credibilidad

Enric González

Jacques Chirac y Alain Juppé se sienten incomprendidos. Numerosos países critican sus ensayos nucleares, Alemania no se fía de que Francia pueda cumplir los requisitos para la Unión Monetaria los mercados financieros no les ven capaces de reducir el déficit público y, según los sondeos, los propios franceses no creen que puedan resolver la crisis del desempleo. Ambos pierden popularidad rápidamente, pero es Juppé quien lleva la peor parte. El presidente acaba de ser elegido por siete años y tiene mucho tiempo por delante. El primer ministro, en cambio, puede caer en cualquier momento. Sus problemas han sido agravados al conocerse las presiones gubernamentales sobre un juez que debe dictaminar mañana sobre los privilegios inmobiliarios de la familia Juppé.En plena campaña electoral ya se hablaba del riesgo que asumía Chirac al prometer un "cambio" de propiedades casi mágicas con el que se podría bajar los impuestos, reducir el déficit y crear empleo, todo a la vez. El peligro de decepción era muy grande, y se ha revelado cierto. Una vez en el Gobierno, la política económica resulta fiel heredera de la desarrollada por el anterior primer ministro y ex candidato a la presidencia, Édouard Balladur. "Una cosa es la campaña electoral y otra la acción de gobierno", afirmó Juppé el miércoles con aparente tranquilidad.

El problema es que, con una política parecida, Balladur podía resultar más convincente. Balladur contaba con un Gobierno de pesos pesados, con al menos cinco primeros ministros potenciales: Charles Pasqua, Simone Veil, Francois Léotard, Nicolas Sarkozy y el propio Juppé. El actual Gobierno, por el contrario, es un conjunto de figuras casi anónimas. El ministro de mayor entidad, Alain Madelin, encargado de las finanzas, fue despedido en verano por sus declaraciones contra los privilegios en el sector público. La patronal creía en Madelin, y los mercados financieros tenían confianza en su liberalismo y en su voluntad de someter a adelgazamiento a la robusta Administración francesa. La caída de Madelin redujo el crédito del Gobierno."¿Por qué cree todo el mundo que Madelin era el auténtico reformador? En realidad, Madelin quería aumentar el número de funcionarios de su ministerio", se defiende Pierre-Mathieu Duhamel, jefe de Gabinete de Juppé y cerebro económico del primer ministro. Duhamel se siente furioso por la desconfianza con que los mercados Financieros han acogido el presupuesto francés. "Por primera vez en muchos años se intenta controlar el gasto público. Lo que no se puede", sigue, "es hacerlo todo a la vez. La reducción del déficit se percibirá a lo largo de tres o cuatro años. Los analistas no han querido entender nuestro presupuesto".Tampoco ha sido bien acogida en el palacete de Matignon la desconfianza alemana. "Carece de sentido que nos exijan una disciplina presupuestaria adicional a la pactada en Maastricht. Nosotros cumpliremos los criterios para la unión monetaria. Supongo que plantean tantas exigencias", dice Duhamel, "para convencer a su propia opinión pública de que la moneda europea será tan sólida como el marco".

El propio Parlamento francés puede mostrarse crítico con el presupuesto. En la Asamblea Nacional, pese a la abrumadora mayoría de la derecha, la comisión de finanzas está controlada por los balladuristas, que no perderán ocasión de incordiar a Juppé. En el Senado, la izquierda volverá a contar con una presencia notable tras las elecciones parciales de hoy.

Pero el mayor peligro para Juppé es la sensación, casi generalizada de que el Gobierno no controla la situación y carece de habilidad política. El caso de las viviendas de la familia Juppé es el mejor ejemplo de ello. Cuando en junio se publicó que el primer ministro, su ex esposa, sus hijos y su cuñado disfrutaban en París de viviendas públicas con alquileres reducidos, obtenidas todas ellas durante la época en que Juppé era adjunto al alcalde, éste dijo que las informaciones periodísticas eran "basura".

Luego se supo que Juppé pidió personalmente una rebaja en el alquiler de su hijo, que fue inmediatamente concedida. Nueva tormenta periodística. En lugar de buscar un domicilio privado para su retoño y echar tierra sobre el asunto, Juppé se mantuvo en sus trece. Y cuando el Servicio Central de Prevención de la Corrupción empezó a estudiar el caso, a Juppé y a su ministro de Justicia, Jacques Toubon, no se les ocurrió otra cosa que presionar y amenazar al presidente del servicio, el juez Bernard Challe, de palabra y por escrito.

El juez se ha negado a dimitir, como le exigía Toubon, hasta después de emitir su dictamen, cosa que debe ocurrir mañana. Se cree que en el informe del servicio anticorrupción se advertirán indicios de delito de injerencia por parte del primer ministro. Eso no implicará, al menos directamente, el procesamiento de Juppé, pero le colocará en una situación comprometida.

Todo esto se une a la psicosis de atentados islámicos, al malestar de la población de origen norteafricano, que se siente bajo sospecha y acosada por la policía, y a la irritación de los empleados del sector público, a quienes se ha congelado el salario. Todos los sindicatos han convocado una huelga general en el sector público para el próximo 10 de octubre. Puede ser el inicio de un otoño malhumorado, la cosa que menos le conviene a Alain Juppé. El presidente Chirac repite con demasiada insistencia que el primer ministro cuenta con "todo su apoyo". Ésa suele ser mala señal.

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