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Menos moreno que Dios

En 1975, con motivo del quinto aniversario de la muerte de Agustín Lara, un poeta popular, Francisco Rivera (Paco Píldora para los cuates), le dedicaba al compositor jarocho, desde la bella y siempre heroica ciudad de Veracruz, estos versos la mar de ultrasentidos, figúrense: "Siete remos de marfil van llevando tu piragua, / hecha de troncos de yagua, entre el oleaje añil". ¡Ya no se escribe así! En esa línea preclara, la de antaño, arrimada a la escama de una sardina que tan sólo nadaba, a su aire, por el simple placer de dejarse llevar. ¿Adónde? Al paladar de lo consabido: la rumia conveniente, el blablablá delicioso, la simplicidad relamida. Cuando los decorados podían ser muy cursis, pero, eso si, de maderas nobles. Cuando se morreaban el colmillo del exotismo y la muela del sentido común, acompañados ambos en el sentimiento por el aroma grato de la experiencia. Y total, se dirá algún bruto, ¿para qué? Para experimentar, al término, la sacudida eléctrica de su impropia razón de ser. Pues lo cierto es que ahora nos estremecemos un huevo por no saber ya a ciencia cierta si, de lo recordado, esto es de Agustín Lara o de Manuel Machado: "Pensaba que tu amor / había de serme fiel; / mas no contaba yo / con que fueras mujer. / Sinónimos son hoy / mujer y veleidad; / tan parecidos son... / que suelen ser igual". El rasgo diferencial -la ojera- entre autores de un sector (culto con ausencias) y del otro (culto masivo) es que hay un tipo de querer que tiene por costumbre conformarse con unos cuantos guiños de la mayoría, mientras que hay otro que necesita toda la mayoría para su antojo. Es decir, psicología del contarse, sin pasarse, y socio logía del cantarse, pasándose un montón. Dos nanas para año. Vergonzante la una. La otra, desver un mismo ensue 1 gonzada, Y entre las dos hermanas de leche, una tupida red de afinidades y aquellos siete remos de la piragua. Dispuesto a concederle algún apoyo a nuestro permanen te echar de menos eso de lo que más nos queda, llega a Espa ña, lugar que ni pintado, un emotivo y nuevo disco: El Méxi co que se nos fue (Ariola). Rancherít, huapango, son huaste co, son n-úchoacano, bolero norteño y hasta chófis, ritmos raíces, le sirven al cantante mexicano Juan Gabriel (Juanga para los cuates).a la hora de manejar con destreza, y sin ayu da de RocíóDúrcal, los siete remos marfileños de su personal travesía por la nostalgia. Un primer remo brilla de pura sen cillez: lo campestre, la otra vida, la familia unida, los viñedos, la alfalfa, el maíz, el arroz, el trigo, los. nogales verdes y las muchachas con enaguas; hermoso revoltijo, que da en la hon dura: "Cuando estoy en el campo me voy al río / a escuchar el silencio de Dios y el mío". Luego de la alabanza de aldea, un segundo remo"se ocupa de promover el trabajo honesto, contrapunto de algún suceso real: "Al hijo de mi compadre, que se llama Margarito, / lo metieron en la cárcel porque se robó un chivito". El tercer remo echa mano del disimulo re signado, en forma de consejo a una mujer que va a dejar a su marido pingaloca: 'Ta que busca, encuentra; tú no andes buscando..1 Tú -defiende con orgullo el honor- de él y el tuyo, / _sea mentira o sea verdad". El cuarto remo asume la descripción obsesiva de todas las pertenencias visibles: "Mi jacal y mi parcela, seis gallinas y dos gallos, / cinco chivas, dos becerros, y mi yegua y mi caballo, / dos marranos y dos' perros, una vaca y ese buey, / mi pistola y mi sombrero para que él se sienta el rey". El refranero es cosa del quinto remo: "Palo dado, ni Dios lo quita".. Con el sexto atisbamos la utili dad del canto: "Hoy que ya no estás conmigo y no sé tu direc ción / sólo me queda el recurso que un día escuches mi can ción". El séptimo remo, en fin, apuntala los buenos senfil mientos en forma de alegato contra el racismo de los gringos: "Ellos creen que Dios es blanco / y es más moreno que yo". Ahí queda eso. i Pero, mientras tanto, Juan Gabriel va a pasar de la disco:teca a la biblioteca como el verdadero teórico de una palabra hecha de carne y hueso, confesíonal y requetesentida, ésa que no acababan de encontrar los esforzados piragüistas de nuestros secos e intrincados ríos.

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