¿Hasta cuándo?
Al festival de Donostia se le ha indigestado, como a tantas cosas en España, la democracia. Los vaivenes en la continuidad de la organización y, por ello, en los criterios de selección de películas y en la creación de una identidad del suceso que padeció el festival donostiarra en los años setenta hasta que recuperó la, perdida categoría A en la década siguiente, dañaron gravemente su credibilidad.Hay que recordar otra vez algo tan inconcebible como esto: en la publicidad parisiense de la película palestina Boda en Galilea, que ganó en San Sebastián hace cosa de diez años, no había ninguna alusión a ese triunfo, como si su capacidad de arrastre fuese inexistente y a los exhibidores franceses (que como todos se apuntan obviamente a un bombardeo si así llevan gente a sus salas) les pareciese irrelevante -o, peor aún, pedudicial-: proponerla como anzuelo publicitario. Tan asombrosa omisión sólo podía deberse al deterioro absoluto de la credibilidad de un festival situado evidentemente bajo minimos
Extraño tinglado
Tras un tráfico mareante de cabezas (rectoras o de turco, no se sabe), el primer nombramiento, y su mantenimiento durante varios años consecutivos, de Diego Galán como director del extraño tinglado, éste enderezó su quebrada precedente y esto le hizo entrar en una etapa de recuperación de audiencia que permitió esbozar un (bueno para unos y menos bueno para otros, pero por fin existente) modelo, de programación que desde hacía mucho tiempo no existía.
La racha, acosada por juegos políticos de predominio, no duró. El equipo de Galán fue relevado, en un vuelco cuyo sentido se escapó a todas las lupas, por un equipo dirigido por un euroejecutivo que jamás logró crear un verdadero modelo de programación y el disparate volvió a adueñarse de los pasillos altos -y con zonas sombrías propicias a la zancadilla- del teatro Viptoria Eugenia. Si Galán hizo algo mal sus sucesores lo convirtieron no en bueno, sino en buenísimo, por lo que no tardaron en hacer las maletas y dejar paso a otra busca de solvencia en la figura, incontestable para quienes conocen su trayectoría profesional, de Manuel Pérez Estremera, que como era de esperar creó un nuevo modelo (bueno para unos y menos bueno para otros, pero por fin existente) de programación.
Pasaro dos años de trabajo efectivo y nueva destitución, nuevas lupas que intentan descifrar lo indescifrable, Pérez a la calle y Galán otra vez en el despacho que le hicieron abandonar hace años, embarcado en una nueva busca de continuidad con lo que dejó a medio hacer su antecesor y con lo que él mismo dejó también a medio hacer tiempo antes. ¿Hasta cuándo?
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