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52º FESTIVAL DE VENECIA

Alarma ante el desembarco de 'Marea roja'

Pontecorvo, irritado ante la polémica creada por una mascarada militar inaugural

ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS ENVIADO ESPECIAL El apacible rostro del director de la Mostra, Gillo Pontecorvo, apareció ayer congestionado, sin poder disinular la ira que le provocaban las durísimas críticas que ha levantado la mascarada militar que, con la incomprensible colaboración de la Armada italiana, ha organizado para presentar, en una sesión descaradamente publicitaria, el filme inaugural, Marea roja, ya estrenado en todo el mundo, lo que hace más inexplicable el show del desembarco en el Lido de un, equipo de la Disney a bordo de un submarino y escoltados por un crucero.

La irritación de Pontecorvo contrasta con la sonrisa de oreja a oreja que parte por la mitad las duras caras de los ejecutivos de Disney, a quienes no se les escapa la evidencia de que cuanta más bulla meta el sarao acuático militar y por encrespada que esté la protesta que lo acompaña, mas engordará la cifra de taquillaje de su Marea roja, que para mayor evidencia iniciará el próximo fin de semana su carrera comercial italiana.Desde hace tres días está fondeado, frente a la entrada del Gran Canal que circunvala Venecia desde San Marco a Rialto, el crucero cazatorpedos Durand de la Penne, con 3 5 oficiales y una tripulación de 365 hombres, entre suboficiales y marinería. Aunque el hecho queda fuera del alcance de esta crónica, hasta el momento no se ha suspendido la fiesta de celebración del estreno italiano de Marea roja en la cubierta de este buque, ni tampoco la llegada del equipo capitaneado por Tony Scott, en el submarino figero Salvatore Pelosi, que ayer atravesó las lagunas con 50 tripulantes y fondeó frente al pequeño canal del Lido que conduce al hotel Excelsior.

Indignacion

El malestar se mascaba entre los incontables profesionales e informadores acreditados italianos y brotaba de cada renglón de los periódicos. Como muestra, éste negro botón: Corriere della Sera abrió ayer, de forma sorprendente, su sección de Cultura y Espectáculos con un reportaje que, a toda página y bajo el vitriólico epígrafe Historia de verano: grandes naufragios, relataba minuciosamente el hundimiento en septiembre, precisamente septiembre, de 1943 del acorazado Roma, que supuso el principio del fin de la Armada italiana en la II Guerra Mundial. El reportaje se cierra con esta frase, que aunque sea casual ayer a nadie se lo pareció en el Lido: "El general Eisenhower no quiso perderse el espectáculo".

El termómetro de las vísceras nacionalistas italianas se rompió por arriba y ayer por la mañana los pobres tripulantes de guardia en la cubierta del submarino tuvieron que soportar gritos como estos desde la orilla: "¡Vergüenza, vergüenza!", que ayudaron al suave Pontecorvo a sacar una inédita cara de hiena.

Más al fondo que la visceral respuesta nacionalista, lo que ayer provocó esta descabellada inauguración de la Mostra fue una incontestable argumentación de ética y de política cultural: no es sostenible vender de forma tan salvaje e impúdica la credibilidad de un célebre festival que se proclama con solemnidad de "arte cinematogláfico" y que es patrimonio de todos, a una operación publicitaria que resbala sobre la piel de ese arte y sólo beneficia a la cartera de una empresa multinacional. Y para mayor inri, ayer se anunció también la inminente presencia de Bill Gates, ya conocido aquí como il signore Microsoft, a quien han ofrecido por las buenas la plataforma de la Mostra para, aumentar las ventas de su programa informático Windows 95.

De ahí que los sarcasmos que acompañan a la ostensible irritación de Pontecorvo den sensación de hacerle daño y que comience a tener, que aguantar algo mucho más grave para él: las deserciones de filmes y de cineastas tan indispensables como Carlo Lizzani y Martin Scorsese, que respectivamente han retirado sus presencias y las de sus filmes: Celluloid -documento muy esperado sobre el rodaje de Roma, cittá aperta y Casino, respectivamente.

Ambos directores arguyen que sus montajes no están a punto, pero (y ahí se ve el agujero que sufre la credibilidad de Pontecorvo) nadie les cree. Y la eterna bronca que acompaña al más antiguo, vivo y noble festival de cine se ha, agudizado este año desde el mismísimo comienzo hasta cotas impensables. Un turbio espectáculo dentro de un limpio homenaje al espectáculo, a lo qué hay que añadir la obscenidad de exhibir un juguete de exterminio a un tiro de piedra de lo, que queda de Bosnia.

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