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Francia y Greenpeace velan armas ante los inminentes ensayos nucleares en el Pacífico

Enric González

Todo está a punto. El ensayo nuclear más público y notorio de la historia será, en los próximos días, el centro de un formidable enfrentamiento entre el dispositivo Nautilus II de la Marina francesa y la flotilla de la paz encabezada por el Rainbow Warrior, de Greenpeace. Llamar a esto guerra del Pacifico sur, como hacen algunos ecologistas, resulta una exageración rayana en la indecencia. Dejémoslo en competición náutica, con toda la deportividad, dificultad y gasto que ello implica. Las apuestas, sin embargo, son muy serias. El presidente Jacques Chirac y Greenpeace arriesgan su credibilidad y su prestigio internacional. Los polinesios arriesgan aún más: en el mejor de los casos, su orgullo; en el peor, su salud y la de sus hijos. Las pruebas de Mururoa se han convertido en símbolo del peligro nuclear.

"Este año, este momento, constituyen una oportunidad histórica para acabar con la era nuclear. Si vencemos, si impedimos las explosiones, habrán terminado cincuenta años sombríos", afirmó ayer Stephanie Mills, la portavoz del Rainbow Warrior, durante la escala del buque en el puerto tahitiano de Papeete. "Se equivocan de año. El final será en 1996, cuando la comunidad internacional firme el tratado de prohibición de estos ensayos", dijo, casi al mismo tiempo y a menos de un kilómetro de distancia, un portavoz de la Marina francesa.Los militares franceses parecen haber aprendido la lección de 1985, cuando hundieron el primer Rainbow Warrior y asesinaron a uno de sus tripulantes. No quieren ni oír hablar de violencia. Tampoco desean repetir la experiencia del pasado 10 de julio, cuando abordaron al actual Rainbow Warrior y gasearon a sus tripulantes (con un obispo entre ellos) ante las cámaras de televisión. Por las maneras de sus portavoces, se diría que están siempre a punto de abrir la nevera y sacar el champaña para un brindis por la concordia universal. "Aquí todos trabajamos por la paz", dijo un capitán.

El primero de los ocho artefactos nucleares de esta fase final (el subsuelo de Mururoa almacena ya la radiactividad de más de cien explosiones) que deben estallar en el atolón entre el 1 de septiembre y el 31 de mayo próximo ya está listo para ser introducido en el pozo. Greenpeace, que espera contar con 27 naves y un helicóptero en torno al atolón para mediados de la semana próxima, se propone penetrar en la zona de explosión (12 millas náuticas en torno al pozo) y sentar a un activista sobre la mismísima bomba. "El objetivo es impedir la explosión, sea como sea. Punto", proclamó Stephanie Mills, una jovencita que puede acabar llevándose bien con Chirac porque, desde que recibe cartas y llamadas conciliadoras desde el palacio del Elíseo, declama con la grandilocuencia del difunto general De Gaulle.

En el bando de la grandeur gaullista, el objetivo es "mantener a todo el mundo en seguridad y alejado de las aguas territoriales mientras se desarrolla la prueba científica". Para proteger la intimidad de la prueba científica, la Marina francesa cuenta con dos fragatas provistas de helicópteros, cuatro patrulleras, siete remolcadores, un comando de 50 hombres con lanchas zodiac y la guarnición habitual de Mururoa, más una red de cables en tomo al atolón. Adicionalmente, y con una misión no especificada, un centenar de gendarmes han sido desplazados desde la metrópoli a Tahití. Los gendarmes ocupan toda una planta del Hyatt Regency, uno de los hoteles más lujosos de la isla, y están encantados con la prueba científica. Será por el jet lag (la diferencia horaria con Europa es de 12 horas), pero a los gendarmes se les ve especialmente activos por la noche, cuando se visten de paisano y confraternizan con la población local.

Entre soldados, gendarmes, ecologistas, periodistas, turistas japoneses y maduras parejitas norteamericanas en su enésima luna de miel, los polinesios apenas logran hacerse oír. "Greenpeace lo ha organizado todo a su modo, sin preguntarnos nada. Hay un imperialismo nuclear, pero también un imperialismo ecologista", se quejó Jean, un joven independentista maorí, mientras comparaba con un punto de desolación las coloridas camisetas antinucleares de la gente de Greenpeace con la que vestía él, regalada por Nestlé con cada cuatro paquetes de cereales para el desayuno.

La manifestación antinuclear prevista para mañana será el primer gran acto autóctono. La convoca de forma ecuménica, para todas las religiones y partidos, la Iglesia evangélica, mayoritaria en las islas. El lema es La bomba va contra la ley de Dios, pero ni siquiera una consigna tan contundente concita la unanimidad. Mormones y Testigos de Jehová se desmarcan, irritados por la "prepotencia de los evangélicos". "Son unos sectarios", les responde Jacques lhorai, un bondadoso gigantón maorí, presidente de la Iglesia evangélica. El debate religioso en torno a las explosiones nucleares ha cobrado una rara complejidad teológica, especialmente desde que dos obispos evangélicos, militantes gaullistas, plantearon la semana pasada ante el Sínodo la siguiente cuestión: "¿Dice el presidente Ihorai que el general De Gaulle, que inició los ensayos nucleares y trajo la prosperidad a estas islas, se oponía a la ley de Dios?". El delicado asunto quedó aparcado.

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