¡Música!
Finito de Córdoba pegaba derechazos al quinto toro, el público pedía música, el presidente no accedía, y la que se armó.Es sabido que en Bilbao corresponde al presidente ordenar los brillantes acompañamientos musicales a las memorables faenas de muleta, lo que manifiesta exhibiendo blanco pañuelico, y entonces va el maestro Ruiz Laorden, hace así con el puro y la excelente banda municipal que dirige rompe a tocar con una armonía admirable y con la potencia propia de unos virtuosos que se han puesto de bacalao al pil-pil hasta la bandera.
Siempre es así y el público está acostumbrado a que, si pide música -lo que sucede en cuanto el torero ha dado tres pases; a veces antes-, el pañuelico aparece en el palco con la velocidad del rayo y se llena de arpegios no sólo el coso de Vista Alegre, sino la barriada entera. Y la afición se siente entonces realizada; y los toreros, agradecidos; y se quedan sordos los espectadores más cercanos a la banda; y adquiere aires triunfales la famosa feria de Bilbao.
Sepúlveda / Jesulín, Finito, Higares
Toros de Sepúlveda de Yeltes (6º, sobrero en sustitución de un inválido), bien presentados, de escaso juego excepto 2º y 5º.Jesulín de Ubrique: pinchazo -aviso-, bajonazo descarado y rueda de peones (algunos pitos); dos pinchazos bajos -aviso- y media baja (pitos). Finito de Córdoba: estocada trasera (oreja con escasa petición); pinchazo, otro hondo trasero -aviso- y dos descabellos (ovación y salida a los medios).Óscar Higares: estocada trasera atravesada y descabello (ovación y salida a los medios); estocada caída (petición y vuelta). El presidente fue abroncado por no conceder música durante el 5º toro, ni la oreja del sexto. Plaza de Vista Alegre, 22 de agosto. 4ª corrida de feria. Cerca del lleno.
Pero este año el presidente es nuevo y al hombre no le pareció conveniente que sonara la música durante las faenas de Finito de Córdoba. Y la gente tomó esta soprendente decisión por vil afrenta. No se trataba de que los derechazos de Finito de Córdoba fueran excelsos, ni siquiera normales. Estribaba la cuestión en que una faena de muleta sin música es igual que un jardín sin flores y eso no lo podía tolerar el documentado público de la importante feria de Bilbao.
Daban las mil y gallo en el reloj de los Escolapios cuando Finito cejó en su afán derechacista, montó la espada, mató al desgaire, escuchó un aviso, perdió por ello la oreja, salió a saludar bajo una ovación de gala y, concluída, se revolvió el encrespado gentío contra el presidente, al que dirigió un broncazo monumental, acompañado de los más hirientes epítetos que registra la lengua castellana.
Además de enfurecido por la abstinencia musical, el público estaba muy desconcertado. A fin de cuentas si en al toro anterior -igual de boyante, por cierto- había hecho una faena similar sin ajustarse en los derechazos ni ligarlos, ligerito para echar el paso atrás, pico a mansalva, temple aleatorio, y el presidente la había galardonado con oreja, era, muy difícil de entender que a esta otra la negara el beneficio temporal de la música.
Otros pasajes de la corrida no resultaron tan polémicos. La acorazada de picar irrumpió en misión destructora, rajó los toros metiéndoles hierro por el espinazo, y sus sanguinarias correrías gozaron de la conformidad del público musical. A uno de los más feroces jinetes de la muerte incluso le dedicaron una ovación clamorosa. Jesulín de Ubrique, corretón, ventajista y pinchauvas, frente a sendos toros reservones que no daban facilidades estuvo mal sin paliativos y le pitaron. Hubo también ahí consenso.
Lo hubo, asimismo, con Óscar Higares, a quien aplaudieron su voluntad y arrojo. El tercero de la tarde, que le había avisado por el pitón izquierdo, le pegó una voltereta al ensayar el natural. El sexto se aplomó y le porfió valiente para sacar los muy cortos y muy escasos pases que tenía.
El presidente no se hizo rogar en esta ocasión: apenas había concluído Óscar Higares los ayudados por bajo preliminares de la faena, ya estaba sacando el pañuelo, ya hacía así con el puro el maestro, ya soplaban los músicos cuanto les permitieran los pulmones, ya se complacía la afición al oir los jubilosos compases del pasodoble, que siempre auguran triunfos. Y pidió la oreja. Mas el presidente la denegó, provocando de nuevo la indignación de las masas. La verdad es que el presidente era difícil de entender. Se pone a presidir en chino, y no resulta tan complicado.
Babelia
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