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Tribuna
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La muerte de Hugo Pratt

Con Hugo Pratt se ha perdido en una vieja línea del horizonte el último vestigio de la aventura clásica, el rastro terminal del aliento de sus maestros literarios -Stevenson, Melville, Kipling, London, Conrad, Hemingway...- y de sus ídolos de la época dorada de Hollywood. Por medio del lenguaje dé los cómics aquel veneciano por propia elección había prolongado durante medio siglo un enfoque de la narrativa de aventuras característico de tiempos ahora lejanos y lo había imbuido de lirismo expresivo y reflexión ética, de acuerdo con los modelos que veneraba.Trotamundos con vivencias apasionantes en distintos continentes, jinete bullicioso. de una desbocada vitalidad, fervoroso creyente en el, proceso ideológico, practicaba la fantasía de darse una existencia de ficción en personajes dotados de sentido moral y amantes de enfrentatse con los riesgos de lo desconocido. Documentalista, aficionado a bucear en los secretos de la Historia y hallar en ellos verdades poéticas, intentaba nutrir sus relatos con la autenticidad y, a_la vez, con precisas abstracciones a partir de la metáfora lírica o del símbolo trascendente. De este modo su Corto Maltés, por citar el más famoso de sus antihéroes, se convertía en testigo lúcido y comprometido de revoluciones y guerras, de los pasos convulsos de la Historia en tiempos y lugares significativos de la lucha por la justicia y la libertad. En la evolución de los cómics Pratt ha desempeñado un papel fulgurante desde los años cincuenta. Durante aquella época la narrativa dibujada parecía escindida en dos caminos paralelos y opuestos: las entregas para los diarios, típicas de Estados Unidos, dirigidas a lectores adultos y cultos; y las historietas impresas en publicaciones con destino a los ninos, tendencia común en unos países europeos donde no se había producido aquel reconocimiento cultural de los cómics que abanderaría, entre otros, Umberto Eco. Junto con el escritor Héctor G. Oesterheld (desaparecido luego bajo la dictadura militar), Pratt inició entonces en Argentina una vía intermedia: conferir rigor intelectual y contenidos racionales a narraciones gráficas que debían aparecer en tebeos de consumo preferentemente infantil. Así y allí, brotó lo que más tarde resultaría denominado "cómic para adultos" y referido erróneamente a orígenes franceses e italianos.

De hecho, mientras en Argentina progresaba dicho movimiento, Pratt, regresado a Europa, tomó elevado protagonismo en Francia e Italia al frente de la reivindicación de los cómics en la segunda mitad de los años sesenta. A continuación seguiría escribiendo guiones y dibujafido viñetas con una explícita actitud de autor que había elegido su medio de creación como un a síntesis de la novela y el cine. Su obra, de enorme impacto literario-visual, revela la estructuración, consciente y sólida, de un mundo gloriosamente propio, rico en significados y sugerencias, el universo que se yergue como el último horizonte de la aventura polivalente del autor.

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