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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un siglo del PNV

NADIE ES ajeno a los profundos cambios registrados por el nacionalismo vasco desde la constitución de su primer órgano rector en Bilbao el 31 de julio de 1895, en lo que constituye el acto fundacional del PNV, hace ya un siglo. Por eso resulta a veces grotesco que algunos traten de dilucidar hoy sus diferencias con el PNV recordando sólo algunas frases de su fundador, Sabino Arana Goiri. Por eso hay que resaltar, junto a su contradictoria herencia ideológica, el valor que para la reciente democracia de nuestro país ha tenido el compromiso del PNV con la misma y su adhesión al proceso autonómico.Por origen y esencia, el PNV está condenado a buscar el permanente equilibrio entre el mito aranista y la realidad, entre tradición y modernidad, entre idilio rural e industria. En suma, el PNV sufre desde su fundación la tensión entre el mito decimonónico de la nación idealizada -siguiendo pautas abiertas por el nacionalismo romántico alemán de Herder y Heine, asumidas por todos los nacionalismos etnolingüísticos tardíos- y la realidad de una sociedad cada vez más laica, más plural y permeable, con crecientes contradicciones y necesidades.

Este ejercicio de difícil equilibrio quedaba ayer patente en la doble retórica de Arzalluz. "No reconocemos ni acatamos otra soberanía que la de Euskadi, nuestra patria". Pero "tampoco estamos tan fuera de la realidad, tampoco pensamos que todo maestro fin es buscar un Estado independiente". Pedir al PNV que no jure fidelidad a la causa vasca es pedirle que se disuelva, reniegue de sus principios y condene sus orígenes.

En los conceptos de pueblo y de autodeterminación es donde los nacionalistas -vascos, catalanes o españoles- entran en terrenos movedizos. Porque en Euskadi -como en Cataluña, como en toda España- no hay ese "pueblo unido por su origen y por su voluntad" del que habla el documento emitido ayer por los representantes nacionalistas. Más allá del horizonte utópico que necesita el PNV para seguir existiendo, las voluntades del pueblo vasco son aún más diversas que los orígenes de quienes hoy lo forman. Y no otorgan al PNV la representación global del mismo, como demuestran todas las elecciones. Por el contrario, se la niegan en la mayor parte de los territorios que ayer el PNV enumeró como componentes de la nación vasca. Y si es una aberración que Herri Batasuna se arrogue la representación de Euskadi con un 14%, también lo sería que lo hiciera el PNV con el 24%. Como lo es que proclame un cuerpo común de autodeterminación entre provincias tan heterogéneas. En alguna de las cuales sólo vota al PNV el 16% del electorado.

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Un siglo después seguimos, por tanto, muy lejos de esa situación en la que el PNV de Sabino Arana aspiraba a otorgar carta de buen vizcaíno a quien comulgara con sus ideas y negársela a quien discrepara. Los vascos opinan y votan según los intereses que emanan de su pertenencia a uno de los muchos grupos de interés de la sociedad desarrollada y cada vez más compleja a la que pertenecen.

Es de agradecer la declaración del PNV en contra del racismo y de la opresión de un pueblo sobre otro. Porque los nacionalismos que aún (o de nuevo) invocan el derecho de sangre son los más coherentes con su propia ideología, pero a costa de adherirse a un racismo incompatible con la democracia y el Estado de derecho. Cuando la igualdad de los ciudadanos es ya un concepto que ni siquiera los nacionalismos más radicales pueden olvidar, seria una incongruencia rescatar principios étnicos excluyentes. Los derechos del pueblo vasco son algo tan prosaico como la suma de los derechos de todos los ciudadanos vascos.

Hay que lamentar la alusión al derecho a la violencia como un "elemental derecho de defensa si nuestro pueblo fuera agredido por la fuerza de las armas". Cuando una hipótesis está fuera de lugar, también lo están las conclusiones que se extraen de la misma. No aportan nada y se antojan puro electoralismo. Sólo puede entenderse, más allá de la retórica conmemorativa, como un intento de atraer al regazo del PNV a quienes sustentan hoy posiciones radicales. El juego de ambigüedades entre la fidelidad a una supuesta comunión nacional y la lealtad a la democracia constitucional debilita a todos quienes están por la libertad y la democracia. En todo caso, felicidades al PNV por su primer centenario. En la confianza de que el. siglo XXI le hará desembarazarse de los últimos vestigios del mito de la Arcadia para asumir ese importante papel que, junto con otras fuerzas vascas, tiene en el futuro de una sociedad moderna, tan compleja, plural y problemática como es hoy la vasca.

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