A propósito del desmentido
Quienes dicen que Damborenea por haber mentido una primera vez puede mentir exactamente igual una segunda desconocen o fingen desconocer la índole psíquica absolutamente caracterizada de lo que la jerga policíaca y gangsteril llama "cantar" y la lengua común "desembuchar". No es lo mismo rectificar una primera declaración, cambiando por otra una coartada destruida ("dije que estaba de pesca para salvar el honor de una mujer con quien en realidad estuve") que renunciar a la coartada y reconocer que se estaba en el lugar del crimen. Otra cosa es que esta confesión pueda seguir conteniendo desviaciones falaces o inexactas por el deseo de no renunciar a las últimas posibilidades defensivas, ya no como eximentes pero sí por lo menos como posibles atenuantes. Las confesiones de Damborenea han coincidido en parte con la certidumbre moral que muchos teníamos desde el 89. Sólo en parte, porque en lo que pensábamos era más bien en una ocurrencia de los cuerpos y fuerzas de orden público en mayor o menor grado consentida siquiera tácitamente por el Gobierno y apoyada por el ministerio de Interior. Pero si, como dice, Damborenea, la iniciativa misma fuese gubernamental, tampoco quedaría excluido el matiz de querer tener contentos a los cuerpos y fuerzas de orden público. Recordemos cómo Barrionuevo redescubrió la Guardia Civil hasta el punto de regalar, creo que en Inglaterra, un pequeño guardia civil de plástico, como si fuese otra figurita para poner junto a las de los pastorcitos al pie del Portal de Belén de un Nacimiento. El motivo más verosímil para promover o consentir el Gal no estaba para mí en ninguna verdadera confianza en su posible eficacia antiterrorista ni política (para suscitar la colaboración de los franceses), sino en el deseo de amortiguar las iras de unos cuerpos y fuerzas de orden público que padecían en sus carnes la mayor parte de los asesinatos etarras, ofreciéndoles una especie de simulacro de venganza aunque fuese puramente teatral y hasta contraproducente.Pero ayer González se ha pasado de nuevo y más que nunca en la inverosimilitud de su mentís. La certidumbre moral que ya teníamos se fundaba en la total inverosimilitud de que después de cuatro años no le cupiese por lo menos ese mínimo tanto de culpa que podemos llamar "encubrimiento por omisión", o sea por haber aguantado tanto tiempo sin hacer una investigación interna, teniéndolo todo, como quien dice, en el patio trasero de su casa (o, en caso de haberla hecho, no haber procedido). A esa inverosimilitud se suma ahora esta otra todavía mayor: su afirmación de que nunca habló con Damborenea, no digo ya de la lucha antiterrorista o del Gal, sino incluso de terrorismo. ¡Pero hombre, por favor!-
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