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Los pozos de la memoria

El vigor de una democracia no depende solamente del consenso básico forjado por sus ciudadanos en tomo a los principios constitucionales, las reglas del juego y la cultura cívica; los invisibles hilos de la memoria común proyectada sobre los orígenes del sistema y las- personas que lucharon por establecerlo también unen a las sociedades con sus instituciones pluralistas. Pero las peculiaridades. de la transición española han producido grandes lagunas en el relato fundacional de nuestra democracia; la consecuencia a la vez nefasta y ridícula de tales vacíos narrativos es que algunos aventureros y megalómanos pretendan instalarse ahora como okupas en ese solar abandonado por la historia después, de maquillar sus biografías para poder presentarse como los falsos héroes de la lucha contra la dictadura.El pacto implícito de silencio suscrito en 1976 entre el sector reformista del franquismo y los dirigentes de los partidos situados en la clandestinidad relegó al olvido o situó en un segundo plano las actividades de la oposición comunista, socialista, anarquista, nacionalista vasca y catalana, republicana y liberal para combatir a la dictadura durante casi cuarenta años. Ni siquiera después de haber llegado al Gobierno en 1982 los dirigentes del PSOE rindieron el debido tributo a los militantes que habían combatido a la dictadura durante la postguerra o que impulsaron la renovación socialista -como Antonio Amat y Luis Martín Santos- durante los años cincuenta; la reivindicación de las penalidades y las cárceles padecidas por los militantes comunistas realizada por Anguita y sus discípulos tropieza con la incómoda paradoja,' de que buena parte de los líderes y cuadros del viejo PCE antifranquista se hallan ahora en el PSOE o fuera de las filas de IU.

En esos pozos de la memoria donde yacen tantos recuerdos de las luchas por la democracia también está enterrada la figura de Dionisio Ridruejo; en dos artículos publicados recientemente en EL PAÍS con ocasión del vigésimo aniversario de su fallecimiento, Antonio Martínez Sarrión y Manuel Penella han rendido homenaje no sólo a la calidad de su obra literaria, sino también a la ejemplaridad de su conducta política. Prácticamente todos los rasgos definitorios de la Constitución de 1978 (incluida la compatibilidad entre la soberanía popular y la monarquía parlamentaria) fueron teorizados y defendidos por Ridruejo durante un tiempo en que el espíritu de lucha y la capacidad de entrega de la oposición obrera y estudiantil no solían ir acompañados, sin embargo, por -un compromiso irreversible con la democracia representativa.

Jerarca falangista durante la guerra civil y combatiente en Rusia con la División Azul, Ridruejo fue un adelantado de la reconciliación entre los vencedores y los vencidos de 1939; este castellano viejo también comprendió muy pronto el decisivo papel que debería jugar Cataluña en una España democrática. A partir de su temprana ruptura con el régimen franquista en los años cuarenta, Ridruejo conoció el confinamiento, la cárcel, las represalias laborales, la censura periodística y editorial, las. multas administrativas y el exilio; nunca vacilaron sus convicciones ni se quebró su ánimo. Pocas semanas separaron su muerte -en junio de 1975- de la agonía de Franco y del derrumbamiento de un régimen que había contribuido a fundar, pero al que, combatió luego con valor, constancia y decencia, No tiene mucho sentido hacer conjeturas sobre el destino político que le hubiese reservado la transición; su síntesis de liberalismo y socialdemocracia se hallaba abierta a todas las posibilidades político-partidistas de centro y de izquierda moderada. Es. seguro, en cualquier caso, que sus palabras y sus comportamientos hubiesen trabajado siempre a favor del pluralismo, la transparencia y la dignidad.

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