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La obra 'El origen del mundo' entra en las colecciones nacionales francesas

El cuadro, donado para pagar derechos testamentarios de Lacan

El origen del mundo fue durante muchos años un cuadro secreto. Sus distintos poseedores lo mantenían oculto. Khalil Bey, el diplomático turco que lo encargó en 1866 a Courbet, lo tenía en su domicilio escondido detrás de una cortina verde. El anticuario La Narde y el galerista Bernheim Jeune lo camuflaban tras un idílico paisaje nevado. El psicoanalista Jacques Lacan, su nuevo propietario desde 1955, encargó a André Masson otro cuadro de igual formato para cubrir El origen del mundo. Ahora, desde la pasada semana, en concepto, de donación correspondiente a los, derechos- testamentarios del psicoanalista, la obra de Courbet se exhibe en la sala dedicada al pintor" debajo de un gigantesco paisaje en el que los ciervos acuden a la fuente y al lado de una tela de inspiración mitológica.El escándalo -Maxime du Camp hablaba de "gente capaz de esa basura, digna. de ilustrar las obras del marqués de Sade"- y el secreto que han acompañado El origen del mundo descansa en dos pilares: en el título y en el encuadre escogido. por Courbet. Habitualmente, cuando se evoca la noche de los tiempos es para referirse al ojo de Dios, a un mundo magmático anterior al Big Bang o a alguna escena bíblica, pero nunca a un sexo femenino, en primer plano, en el centro de la composición. Un origen tan estrictamente fisiológico, tan desprovisto de metafísica, tan carnal y evidente, resulta difícil de aceptar en el olimpo artístico. Respecto al encuadre, con esa manera de "cortar" el cuerpo -Maxime du Camp considera que la tela es una visión de "charcutero"- sin cabeza pero también sin pantorrillas, con los pechos tapados por una sábana, con el sexo como única verdad, es un encuadré "pornográfico", habitual en fotografía pero insólito en el mundo de la pintura, que trata el desnudo como un tema pictórico ajeno a la sexualidad. En El origen del mundo Courbet satisfacía un encargo digno de Bataille, de alguien que quería ver de cerca y no ser visto, mirar impunemente el sexo de la Mujer, no el de Jo, la pelirroja y libertina modelo irlandesa de Whistler, sino el de la Mujer en mayúscula, el de todas las mujeres.

Colgado en el Museo d'Orsay, con su marco dorado, en medio de otras obras de su autor, el cuadro sigue siendo diferente, inquietante, demasiado privado para ser sometido a la curiosidad pública -ypúbica- al mismo tiempo que demasiado exhibicionista como para no pensar que su puesto siempre ha estado ahí y que son las otras telas, las que, convierten en diosas a modelos de a tanto la hora, las que debieran buscar otro alojamiento.

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