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El concurso del Museo del Prado, una realidad

La inscripción de 1.600 equipos de arquitectura pone en marcha el concurso para la ampliación del Museo del Prado y la polémica entre los profesionales. El autor defiende la fórmula abierta del concurso.

Más de un millar de arquitectos y equipos de arquitectura de todo el mundo se han inscrito en el concurso de ideas para la ampliación y remodelación del Museo del Prado. Todo un éxito que supera las estimaciones previas.Hay que decir que no es una convocatoria que destaque por la generosidad de sus premios ni por lo módico de los derechos de inscripción. Tampoco presenta inicialmente un campo abierto a la mayor libertad de propuesta y lucimiento creativo. Es, por el contrario, un concurso austero y además muy exigente en cuanto a la determinación de su objeto. Por de pronto, no es fácil imaginar otro en el que el contenido -la colección de pintura- supere en importancia tan claramente a cualquier contenedor; ello impone de suyo muy netas limitaciones. Y tampoco es frecuente un concurso de arquitectura que parta de un condicionamiento físico tan rígido: necesariamente ha de actuarse entre el paseo del Prado, el Retiro y el Jardín Botánico, respetando en todo caso la sede histórica de Juan de Villanueva e incorporando precisamente el Casón y el actual Museo del Ejército.Sin embargo, es evidente que los profesionales han valorado el reto en todo su alcance, como lo indica el citado éxito en la inscripción, de forma que el concurso del Prado se presenta como uno de los acontecimientos de esta clase más relevantes de los últimos tiempos y sin duda el más importante que se haya producido nunca en nuestro ámbito español. Esto es evidente si se piensa que así como la pintura es uno de los emblemas que identifican a España como entidad cultural, así el Museo del Prado es quizá la mejor insignia de nuestro país, el logotipo español, por excelencia, al tiempo que una pieza ciertamente excepcional del patrimonio europeo y universal.

Se ha venido discutiendo sobre la idoneidad del concurso como fórmula para resolver un problema tan singular y complejo, o, en todo caso, sobre el formato de concurso abierto que se ha utilizado, en lugar de acudir a un posible procedimiento limitado, por invitación, a especialistas notorios o prestigiosas figuras. La cuestión sería opinable en términos absolutos, y siempre podrían aducirse razones y experiencias en un sentido o en otro, si bien habrá de reconocerse que para pronunciarse con objetividad a favor de la segunda fórmula no sería lo más correcto contarse entre los posibles invitados. A mí me parece evidente que tanto la trascendencia del asunto como la misma rigidez inicial del campo de actuación disponible hacen tanto más justificada e interesante la opción por la convocatoria abierta y en dos fases: la primera, sin restricción, para la selección de hasta 10 propuestas que concurrirán a la adjudicación del proyecto en la segunda y definitiva. Piénsese simplemente que ello permitirá contar con la capacidad de propuesta de esa gran masa de concursantes como base de un proceso selectivo riguroso e imparcial, bajo la garantía de un jurado de composición internacional en el que predominan los expertos sobre los representantes de las administraciones y organismos más directamente interesados. Creo, en definitiva, que la decisión del Real Patronato del Prado y la decisión del Ministerio de Cultura constituyen un acierto, por de pronto, en el campo del rigor informal, la seguridad en el procedimiento y la imparcialidad (lo que no es poco), y también como una buena opción de método respecto de la naturaleza y del estado real del problema a resolver.

Desde mi perspectiva de representante del universo profesional convocado -los arquitectos de todo el mundo- debo además congratularme por el hecho de que la iniciativa cuente con claro respaldo parlamentario mediante una proposición no de ley votada en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados (con la sola abstención de un grupo). Es una garantía institucional perfectamente adecuada a la importancia del compromiso adquirido y a la trascendencia de la causa en juego, común y prioritaria donde las haya. En este contexto, la intervención de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) como instancia de homologación y cauce de difusión del concurso resulta también plenamente coherente. En este mismo diario, el pasado 30 de mayo, Fernández Galiano calificaba a la UIA de "organismo abstracto y burocrático". Pienso que quizá quiso expresar que se trata de una entidad eminentemente neutral, lo cual es, desde luego, muy cierto en cuanto, abierta a todos los países del mundo: hoy agrupa a organizaciones profesionales de 90 países, con un colectivo representado de más de un millón de arquitectos. Y no está de más saber que entre los numerosos concursos que la UIA patrocina, a solicitud de los países convocantes, por ser conformes a su reglamento (aprobado por la Unesco), se encuentran recientemente, los del Museo de la Acrópolis de Atenas, el Museo Nacional de Corea o la Biblioteca de Alejandría. Quiere decirse que la aptitud y la experiencia de este organismo especializado no resultan en principio discutibles.Cada concurso tiene su propia dinámica, y de ninguna manera puede asegurarse cuál será su rendimiento, en relación con el objetivo propuesto. Creo que podemos afirmar, sin embargo, que en este caso se han puesto en juego condiciones suficientes para facilitar un proceso enriquecedor previo a una decisión en la que todos nos jugamos algo, sin duda alguna. En mi condición de presidente de la UIA, sólo me cabe facilitar el soporte técnico que se nos ha solicitado y desear el mejor de los éxitos.

Jaime Duró Pifarré es presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España y de la Unión internacional de Arquitectos (UIA).

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