Frederica la Grande
En el Auditorio Manuel de Falla, la voz densa y ágil dé Frederica von Stade inauguró el 44º Festival de Música de Granada, el primero en realidad del que es enteramente responsable el actual director, Alfredo Aracil. Se advierte por la intención de mirar hacia el Sur con los ojos físicos, históricos y culturales bien abiertos y dispuesto en todo momento a un juego de guiños concatenadores. Por otra parte, el famoso veneno de Granada hizo mella en el ánimo del compositor madrileño para convertir la admiración y el conocimiento en amor intenso.Desde que llegó, Aracil anda por los mil rincones de la ciudad buscando nuevos marcos para el festival y, quizá, preguntándose lo mismo que lsaac Albéniz: "¿Qué tendrá Granada?". Sus gentes poseen, entre otras cosas, tradición cultural, artística y musical. Por lo mismo me pareció sorprendente que el concierto de la Stade, con el excelente pianista británico Roger Vignoles, no llenara, hasta rebosarlo, el Auditorio Falla. Acaso porque buena parte de la melomanía granadina posee mayor sensibilidad que información.
Lecciones de arte
Cantó, encantó, dio lecciones de arte serio, personal y atractivo esta singular diva de serena sonrisa, con apellido germano, nacida en New Jersey (Estados Unidos), amante de lo francés y excepcional creadora de la Melisande debussyana.
La mirada al Sur del programa quedó clara. De Alessandro Scarlatti, tan distinto de su hijo, el españolizado Domenico, pasó al misterio de la poética musical Verlaine-Debussy; de ahí, al popularismo, literal en las melodías y genialmente creativo en su tratamiento, de Mauricio Ravel, para terminar en el folclorismo directo, servido con limpia llaneza por Joseph Canteloube, no sin antes detenerse en dos puentes referenciales: el liederista Richard Strauss, última cima del género radicalmente alemán, y. el joven Ginastera de 1943 en el folclor argentino tratado un poco al modo de los nacionalistas españoles.
Es decir, tan grande e inteligente Frederica se planteó una diversidad estilílticá que, por fuerza, alcanzó cimas más elevadas que otras: por ejemplo, Morgen, en Sourdine, A rorro, El despertar de la novia; todo Debussy y, por supuesto, el leve Canteloube.
De gran brillo y concepto, puede ser que demasiado esplendoroso, Alessandro Scarlatti no convenció enteramente a algunos pocos, pero venció a todos. El éxito obligó al "fuera de programa" y dejó clavado para siempre el nombre de la Stade en la memoria emocional de los granadinos.
Y es que el arte de esta intérprete es tan fuerte de impacto como vivo y matizado en su versatilidad estilística. El elemento unificador es la voz misma, su igualdad, su capacidad de conmover y su flexibilidad, que la cantante trabaja como un orfebre domeña los oros y brillantes.
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