Insisto
Algunos han entendido mí sarcasmo "el médico no es una persona sino un instrumento" (El País, 3-6-95) como una queja contra la condición a la que, pobrecito, lo reduciría la sanidad pública. No quito que ésta pueda ser desconsiderada con los médicos, pera mi torpe ironía iba en sentido inverso: son ellos los que se portan con el automatismo de instrumentos al decir: "Si no nos echan más combustible, nos pararnos". Alguna incluso ha añadido la miseria de afirmar que "le repugna" tener que hacer huelga. Encima de portarse como máquinas, osan aún concederse sentimientos de persona, disculpándose así con el enfermo: "Oh, me repugna hacer esto contigo, pero tu cuerpo es mi prenda de extorsión para arrancarle a la Administración lo que me debe; ella es, pues, la única culpable de mi decisión de no atenderte". Lo absurdo de que un huelguista de la Seat hablase así con un coche u medio hacer muestra cómo la huelga de los médicos, siendo, como toda huelga laboral, violencia de extorsión, tiene la diferencia capital de ser violencia física, corporal, sobre personas y, por añadidura, no sobre los extorsionados, sino sobre terceros impotentes: los enfermos. El que la Administración esté faltando, a mi juicio, a su deber para con éstos, al no haber claudicado -pasado ya con mucho cualquier término prudente dé tiempo de demora-, pagando el rescate exigido por los médicos, sin mirar en lo repelente del chantaje, lo justo o injusto de las exigencias, el miedo a sentar con ello un precedente o la limitación del presupuesto, tal como haría ante una epidemia o una catástrofe -o sea sin estimar que el que los médicos no quieran ser personas sino maquinas o fuerzas naturales le dé derecho a hacer lo mismo ella también-, no disminuye en nada la suma indignidad de quien proyecta sobre ella la responsabilidad de lo que él hace y encima tiene la desvergüenza de excusarse con que "le repugna" hacerlo.
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