Marcado por el odio
Enla resaca del atentado de Oklahoma, Jessica Mathews publicó un artículo en el Washington Post que comenzaba así: "El debate sobre si el discurso marcado por el odio provoca o no la violencia pasa por alto una consecuencia menos mortífera pero igualmente importante. Cuando el discurso salvajemente marcado por el odio se convierte en un lugar común, destruye una fibra esencial de la democracia: la capacidad cívica para evaluar los hechos y discutir los puntos de vista con alguna claridad en la convicción de que aquéllos que discrepan lo hacen dentro de los límites de fines y valores compartidos".Me permito pedir al lector que lea de nuevo la cita que acabo de transcribir y que, tras haberlo hecho, reflexione sobre el Pleno del Congreso de los Diputados del pasado miércoles. El discurso marcado por el odio es un lugar común desde hace ya tiempo en tertulias televisivas y radiofónicas y en columnas periodísticas. Pero nunca había llegado a expresarse en la sede parlamentaria de la forma en que lo fue el miércoles pasado,.
Sesiones parlamentarias con enfrentamientos muy fuertes hemos tenido varias. Pero una sesión tan marcada por el odio, por actitudes despreciativas y, sobre todo, por la incapacidad para encontrar un punto de referencia que permitiera hacer uso de "la capacidad cívica para evaluar hechos y discutir puntos de vista con alguna claridad" no se había producido hasta la fecha.
Si se repasa mentalmente la sesión, se advertirá que no hubo debate alguno. Fue la sucesión de una serie de monólogos que únicamente entraban en contacto a través de la agresión y el insulto. Y no fue así como consecuencia del desarrollo de la sesión, sino que fue así como consecuencia de una actitud premeditada, desde el principio. Las imágenes de algunos diputados captadas en primer plano por televisión dejaban pocas dudas sobre cuál era la actitud con la que habían acudido al Congreso. Una actitud más propia de un hooligan que de un parlamentario.La transgresión de los límites de la cortesía parlamentaria no fue sólo producto de la conducta del grupo parlamentario. La agresión en caliente del presidente del Congreso por Aznar, Álvarez Cascos y Rato es la prime ra vez que se produce desde 1977. Y no puede ser justificada ni aunque tuvieran razón. En caliente no se puede dar respuesta a una decisión del presidente de la Cámara en la ordenación de un debate. Hay formas que tienen que ser respetadas porque, de lo contrario, la vida parla mentaria no es posible. Si la dirección del PP tiene sospechas de que Pons atendió una indicación del presiden te del Gobierno no sólo puede sino que debe solicitar una reunión de la Mesa de la Cámara en la que al presidente se le pidan explicaciones y, caso de que éstas no fueran convincentes, se podría pedir un pronunciamiento expreso de la Mesa o incluso de la Cámara. Pero la agresión en caliente es inadmisible. El respeto de las formas es esencial siempre, pero en la vida parlamentaria todavía más.
"Una golondrina no hace verano", dice el refrán. Pero la pendiente por la que empezó a deslizarse el Congreso no puede ser más peligrosa. La democracia exige ante todo acuerdo sobre principios que no pueden ser siquiera sometidos a discusión. En el debate democrático, por tanto, vale casi todo, pero no- todo. La frontera entre ese casi todo y ese todo no se puede trazar jurídicamente. Es una cuestión de cultura política y de educación cívica. La falta dé cultura y la mala educación es lo que hace imposible la convivencia ciudadana.
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