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Plenitud de la manzana

En uno de esos poemas que cierta cortedad al uso suele llamar breves, el poeta cubano Gastán Baquero (Banes, 1918) resuelve desde el principio, con naturalidad armoniosa, el enigma de la primera fruta, antes de que quedará convertida en símbolo, en teoría de la gravedad o incluso en sello discográfico: "El mar rojo, el cielo verde, y la nieve/encerrada por latigazos del sol bajo esta púrpura, dan la manzana". Esa resolución, de esencia coloreada, pone a prueba el deseo de saborear, a sabiendas, la pulpa y el perfume de una simple manzana. Una manzana de la que no sale el gusano baudelairiano de la angustia, sino el "molde de las mejillas púberes". "el sello roto del amor" y "la orgía" de tumbarse a dormir, bajo el ramaje de un manzano, para escuchar la música de las constelaciones. Se habla, pues, de una manzana, pero no de Una cualquiera, ya que aquí el creador se la imagina como roja brasa, colgada todavía de su rama y lanzando señales luminosas "a los remotos hombres de Saturno" para que concelebren la plenitud del fruto terrenal. Hay una especie de poética firme, aunque no pregonada, en el meollo -que es su todo- de ese poema titulado Plenitud de la manzana. Pende de la serena actitud de darle a la irrealidad (lo que no estaba escrito y ahora ya es imborrable) una configuración visible, paladeable, palpable y engendradora, que sabe bien de dónde viene: "El mar rojo,. el cielo verde/y la nieve/encerrada por latigazos del sol bajo esta' púrpura, dan la manzana".No es la manzana pecaminosa de Ángel Gaztelú, ni la de Lezama con pepitas de oro y lácteos jugos, ni la carnal de Virgilio Piñera, ni la juguetona de Eliseo Diego, ni la cerúlea de Cintio Vitier. Es la manzana de Gastón Baquero: confluencia de dones, modelo fiel de lo imprevisible, destello que se ofrece a lo lejano. Es una manzana creada con la plenitud connatural a su autor, quien a veces se abisma en serias dudas sobre "la hondura real" de su canto, pero que cosecha, a cambio, la certidumbre de que también lo hondo. puede hallarse en la altura: entre las ramas, entre las nubes. Hay, al término, una manzana cubana que es la suma de diversas manzanas tentadoras. Pero el fragmento huidizo de Gastón Baquero fija, sobre esa suma, el hechizo de un fruto propio.

Escribo acerca de esa manzana en el interior. de un tren que llega con retraso. Tengo sobre mis rodillas, a manera de apoyo atesorado, tirando a grises, los dos volúmenes que acaba de editar la Fundación Central Hispano para dar a conocer gran parte de la obra poética y ensayística de este escritor, residente en España desde el año 1959. Aparece y desaparece en estas páginas, como debe ser, un poeta que creció a la luz de Lezama Lima, que se fue ganando la vida ("perdiéndola" aclara él) con trabajos periodísticos y que no ha recibido de nosotros, quizá gracias a Dios para él, la adhesión admirativa que su canto y proceder merecen. Es ése uno de sus variados méritos: haber seguido en lo suyo, para olvidarse de sí mismo, rodeado de quienes de verdad le importan: Juan Ramón Jiménez, Ezra Pound., Luis Cernuda, Ciro Bayo o Eugenio Florit. Con ello se sitúa en "las fronteras de lo ilimitado y de lo venidero". Para charlar también allí con Rilke, Huidobro, Barba Jacob y Borges. Para dejar caer, maduro, un poco de todo aquello que no desea que le pese: "El misterio (de la poesía) se disuelve y configura de tal manera dentro del vaso del lenguaje, que a veces vemos cómo a un poeta le falla un verso, luego le falla el poema y, sin embargo, se le da la poesía; a la inversa -y éste es el más frecuente de los casos- se le da el Verso, con abundancia, con rotundidad, y luego en ocasiones se le da el poema, pero no vemos la poesía por parte alguna. (Tanto lo subrayado como lo no subrayado son muy suyos.)

Lo suyo ha si do dedicarse en cuerpo y alma a buscar a la poesía. Y en tal reserva anida la memoria de que el gran público sacrificó a Jesucristo y abucheó a Mozart, pero, asimismo, la necesidad imperiosa de crear una manzana, esa manzana que, voy a recordarle a Gastón Baquero, en cuanto llegue este dichoso tren, para que su autor recobre al instante la saludable hondura del aire. Y el deseo de volver a entonar su canto para los remotos hombres de Saturno.

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