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Las noches de Babel

Gene Bolger, guiri norteamericano enamorado de Madrid, es ave nocturna y pájaro de madrugada, uno de esos tipos inquietos y ecuménicos que los Estados Unidos de América producen con reincidencia. Solidario, cooperante internacional en Suramérica y amante de los mestizajes, Gene ha puesto en marcha con otros extranjeros, una experiencia fascinante en la noche de nuestra ciudad: la Ruta de Babel. Se trata de un montaje multirracial y trashumante que se instala los jueves en un bar de la capital. Diferentes etnias, culturas y lenguas se ponen en contacto físico y químico para provocar la simbiosis, es decir, la unión de vanos seres vivos con parasitismo mutuo y beneficioso.Hoy, por ejemplo, Gene y los suyos se instalan en el bar La Cantera (San Bernardo, 90) desde las diez de la noche hasta el amanecer. En jueves anteriores, el tinglado se instaló en Kingston's, el Café de las Descalzas y Las Cuatro Calles. La gente baila, canta, bebe, come, se mira, se toca y se huele. Hay música étnica en directo, teatro, exposiciones de pintura y artesanía, y una breve pero sustanciosa carta gastronómica en la que se combinan manjares árabes, africanos, mexicanos, caribeños. Es decir, un festín de sabores, colores, razas, lenguajes, sonidos y personas. A la puerta del local, una organización no gubernamental recoge donativos y ofrece información de sus actividades.

Gene Bolger tiene una obsesión: la necesidad de una respuesta rotunda ante el auge de la xenofobia y el racismo. Precisamente, 1995 ha sido declarado por las Naciones Unidas el Año de la Tolerancia. Y como la noche es oscura, mágica y mestiza, la Ruta de Babel es noctámbula, lúdica y tolerante. Y, por supuesto, muy divertida.

Taxistas y camareros se lamentan: la noche está de capa caída, matada. Cunde la inquietud entre empresarios hosteleros. La gente, dicen, ya no sale; los dinosaurios nocturnos dé siempre, dicen, se han retirado a sus jardines de invierno; la pertinaz crisis, dicen, hace estragos y provoca muermos epidémicos. Lo que no dicen es que lo que verdaderamente está en crisis es la imaginación, el entusiasmo. Muchos bares se han dormido en sus laureles y, al borde del letargo, son incapaces de ponerse las pilas. Y, claro, el personal se aburre y acaba por encerrarse en casa.

Madrid siempre tuvo vocación de esponja: todo lo que llega lo asume, incluso lo convierte en signo distintivo de la ciudad. El chotis, sin ir más lejos, es un ejemplo meridiano. A pesar de ello, el cosmopolitismo constituye un fenómeno nuevo en esta ciudad abierta y carente de prejuicios. A trancas y barrancas, Madrid está tomando conciencia de su vocación histórica y social, a pesar de actitudes cavernícolas, cerriles e insolidarias de algunos grupúsculos descerebrados.

Las Noches de Babel son una fiesta necesaria, un alegato contra la xenofobia, una ocasión para dejarse envolver por la piel, la risa y la cultura de otras gentes. Además se liga, se aprenden idiomas y se acostumbra uno a hacerse el sueco, huir a la francesa, beber como cosaco, ponerse moreno e incluso negro, hacer el indio, conocer cuentos chinos y declararse en suajili. Encerrarse en si mismo es una barbaridad que desemboca en mezquino onanismo mental, en aburrimiento integral.

Gene Bolger y los suyos nos están haciendo un favor impagable. De paso, demuestran a los empresarios hosteleros que las lamentaciones sólo consiguen impedirnos ver el bosque. La noche, más que de noctámbulos, está falta de ideas. Hay que babelizar Madrid.

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