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Atasco en Marruecos

Hace un par de noches cené en Rabat con el humorista Ahmed Snoussi. Le conté que acababa de visitar a Nadia Yasim, la hija del dirigente islamista sometido desde hace cinco años a arresto domiciliario. "¿Qué te ha parecido?", me preguntó Snoussi. "Pues agradable, moderada y con sentido del humor", respondí. Di un trago a mi vaso de tinto de Guerrouane y añadí: "Hasta en materia de islamistas, Marruecos es diferente de la mayoría de los países árabes y musulmanes". Snoussi, un hombre de izquierdas y un buen vividor, aprobó con una sonrisa y dijo: "¿Sabes que los islamistas han protestado por la censura a la que me somete el Gobierno? Dicen que el islam no tiene nada en contra de la risa, que su enemigo es la injusticia".Marruecos sigue siendo otra cosa. No se le puede meter en el "mismo saco que a esos otros países sometidos a la siniestra alternativa entre el sable y el turbante, entre la dictadura militar y la islamista. Marruecos cuenta con elementos diferenciales que permiten imaginar una tercera vía, entre ellos una vieja identidad nacional, una anclada cultura popular, un islam tolerante, un rey con una fuerte personalidad para bien y para mal y una oposición legal basada en fuerzas laicas: sindicatos, asociaciones de derechos humanos y partidos como el nacionalista Istiqlal, el socialista USPF y el comunista PPS. Pero para que esa tercera vía funcione es esencial que el rey y la oposición democrática cooperen.

Hassan II ha efectuado en los últimos años claros gestos democratizadores, como la liberación de Abraham Serfaty, la demolición del presidio de Tazmamart, la celebración de unas elecciones legislativas medio aceptables y la concesión de una amplia amnistía. El pasado sábado, el regreso al reino del irreductible opositor Fquih Basri fue un nuevo paso en esa dirección. Ahora bien, el rey y la oposición siguen sin ponerse de acuerdo en el paso decisivo: la participación en el Gobierno del Istiqlal y la USPF, lo que aquí se llama "alternancia". El rey no acepta las condiciones de la oposición: la salida de Driss Basri de Interior y unas reformas constitucionales que limiten las competencias del monarca y garanticen la separación de poderes y la limpieza de los procesos electorales.

De nuevo, la situación política está bloqueada a la espera de un gesto real. De nuevo, la situación económica y social se ensombrece. Tras unos años de relativa bonanza, la economía marroquí ha entrado en aguas turbulentas. Es como si la crisis mundial de los primeros años noventa llegara con retraso al reino jerifiano. La sequía es feroz, los alimentos se encarecen y se acentúa el movimiento migratorio hacia los suburbios de las grandes ciudades. El turismo, en particular el español, se hace escaso. Los ingresos fiscales se estancan y las autoridades no se deciden a apretarles las tuercas a los millonarios defraudadores. Las inversiones extranjeras se hacen más prudentes. Según Habib Malki, del Centro de Coyuntura de Casablanca, la economía marroquí va a sufrir este año un crecimiento negativo del 4,2%.

Ello no puede sino ahondar las sangrantes diferencias entre la minoría rica y la mayoría modesta o pobre del reino jerifiano. Aumentan la pequeña delincuencia, los niños abandonados, los mendigos, la prostitución y la presencia de drogas duras como la heroína y los pegamentos. Grupos de universitarios recién graduados hacen huelgas de hambre para reclamar puestos de trabajo. La corrupción de los funcionarios alcanza en todos los niveles un vergonzoso desparpajo. En una palabra, vuelven a crearse las condiciones para una de esas explosiones de ira popular que jalonan la historia contemporánea del país. Pero ni la oposición democrática desea ponerlo todo patas arriba, ni los islamistas, todavía claramente minoritarios, están en condiciones de hacerlo. Lo que Marruecos sigue necesitando es lo de siempre: nuevos avances hacia la democracia y, con carácter de urgencia, una reducción de las desigualdades sociales. Como le dije a Snoussi, el único argumentó sólido que me dio la islamista Nadia Yasim. para justificar sus diferencias con el emir al muminim, el príncipe de los creyentes Hassan II, fue el social.

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