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Tribuna:CONFLICTO EN LA SANIDAD PÚBLICA
Tribuna
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La huelga que no debió ser

Esta huelga de médicos lleva varios años incubándose en las graves deficiencias del sistema sanitario. Desde hace tiempo, el disgusto de los médicos y, de todo el personal asistencial es notorio. La imagen simplista que algunos medios de comunicación transmiten -el Insalud actúa bien y los médicos mal- es, además de falsa, peligrosa: encubre la necesidad de reformar la sanidad pública que el hecho mismo de la huelga plantea una vez más. Porque si bien es cierto que la principal exigencia de los sindicatos médicos es la del aumento de las retribuciones, también es verdad que el conflicto tiene sus largas raíces en los errores de una política sanitaria inconsistente, que huye de la realidad y permite un continuo deterioro del sistema. Comento algunos:- Negligencia en la gestión del personal. El Insalud es una empresa de mano de obra intensiva y especializada. Más del 53% de sus gastos corresponden sueldos. El personal sanitario en general y el médico en especial es literalmente decisivo para su funcionamiento y desarrollo. Sin embargo, el Insalud parece despreocupado de tan fundamental recurso y los mantiene en desorden. No ha establecido estímulos, ni carrera profesional, ni considera el mérito y la excelencia; al contrario, impone incentivos perversos, somete al médico a normas sectarias colectivistas y consiente que "Ios principios básicos de la política de personal" (y nada más elemental que el salario y las horas de trabajo), cuya coordinación encarga la Ley General de Sanidad (artículo 47.2) al Consejo Interterritorial del SNS, sean diversos en los servicios de salud que forman el sistema. No es extraño que el médico se sienta una víctima cargada de razón.- La arbitrariedad en la contención del gasto. El rigor en la sujeción del gasto es veleidoso. Estricto ahora ante las peticiones salariales de los médicos, fue distendido en otros casos que pedían rendir popularidad y votos. Por ejemplo, el catálogo del sistema, recientemente aprobado (Real Decreto 63/95, de 20 de enero),incluye más servicios de los que se venían prestando y que ya habían producido, en seis años, un déficit reconocido de 50.000 millones e pesetas y un aumento del gasto sanitario público superior al del PIB en más de veinte puntos. Es decir, el catálogo ordena formalmente al sistema que facilite una asistencia mayor de la que nunca ha podido pagar.Otro ejemplo: el porcentaje que el gasto farmacéutico supone del gasto sanitario total público crece de modo constante (en 1988, el 18,5%, y en 1994, el 21,2%, el más alto del mundo) a costa, claro, de achicar otros capítulos de la asistencia (los sueldos, quizá).No se ha adoptado, sin embargo, ni una sola de las medidas sustantivas de contención (genéricos, presupuesto global, presupuesto indicativo, precio de referencia), de eficacia probada en otros países europeos, pero impopulares. La mejora de la sanidad está secuestrada por la política.

No pretendo defender la huelga de médicos, que siempre deja en la sociedad un rastro aflictivo (aunque mucho más leve que el dolor y el lucro cesante producidos todos los días del año por las listas de espera que el sistema público, y no los médicos, genera y que las asociaciones de consumidores aceptan sin repartir octavillas de protesta). Esta huelga es una tempestad sanitaria indeseable, pero los sembradores de vientos no han sido los médicos, sino los gestores de la sanidad pública del Insalud. Pudo haberse evitado. En Cataluña y el País Vasco han sabido hacer con oportunidad e inteligencia los cambios adecuados.

Enrique Costas Lombardía es economista.

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