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Cuidado con los ojos

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Antonio Muñoz Molina

Hará falta aprender a no mirar directamente a los ojos de nadie, incluso a no mirar, o a fingir que no se está viendo, que no se hace caso o no importa lo que se ha visto. La mirada franca es un peligro, y también la expresión que aparece en la cara, el desagrado o la sorpresa, el entusiasmo, el deseo. A los niños sus padres les dicen que no miren fijamente a los desconocidos: en la infancia la prohibición de mirar es tan incomprensible como la de señalar con el dedo, y nos deja ya para siempre un instinto de cautela, una intuición de fronteras invisibles, que, no se pueden traspasar, sin castigo.A un hombre joven lo acaban de matar por el modo en que miraba, según han dicho con más desenvoltura que remordimiento sus asesinos. En uno de esos lugares nocturnos donde el fin de semana se resuelve en vértigo de alcohol alguien se quedó mirando a un grupo de cabezas rapadas y en su cara apareció tal vez una expresión de la que él mismo no era consciente, o que no significaba nada, y esos individuos lo rodearon y lo apuñalaron y lo dejaron muerto, en medio de la confusión, entre gente sudorosa que no miraba y no veía, entre coches que pasaban y no se detenían aunque el hermano del muerto hiciera señales desesperadas pidiendo ayuda. Uno va viviendo como puede su vida y mira a alguien y la expresión y el brillo de sus ojos son su delito y su condena instantánea, y un minuto después en lugar de bebiendo una copa o dejando que la noche se extinga en esa melancolía última de. extenuación y trivialidad con que las noches tan largas suelen acabarse, uno estará muerto o muriéndose, el vientre desgarrado a navajazos, los ojos viendo por última vez una confusión de piernas que se mueven, de algunos cuerpos ájenos, cada vez más verticales en la distancia de quien yace en el suelo.

"Y tú qué miras", dicen siempre retadoramente los niños más fuertes o más chulos a los más débiles. Hay una intolerancia de quien no admite ser mirado, y el roce inmaterial o la interrogación de unas pupilas son agravios que cientos canallas no dejan sin perdón. Para la culpabilidad, o la vergüenza oculta cualquier mirada es acusatoria. Mas personas más intimamente soberbias se las reconoce, porque nunca llegan a mirar a los ojos. Y hay también una cobardía y un acomodo pusilánime de la mirada, un hábito de apartar los ojos para no ver o para que no parezca que uno. ha visto. Hace poco, en un reportaje de la televisión, lo ex vecinos de María Dolores Cataraín Yoyes, asegura ban que no habían visto nada ni escuchado nada el día de su asesinato, en medio de la plaza de, un pueblo en e¡ que todo el mundo se conoce. Nadie vio al pistolero, nadie escuchó un disparo, nadie vio a la mujer caída junto a la criatura que había sacado a pasear.

Cuidado con los ojos: no hará falta decir nada, ni mostrar nada, bastará el simple hecho de haber mirado. En algunos países anglosajones las astucias y los protocolos de la mirada son de las cosas más difíciles de aprender para un español, porque nosotros tendernos a mirar a los ojos a quienes se nos acercan ya sostener la mirada desde una cierta distancia, no por nada, sino por el puro imán de las pupilas, por ese encuentro que ocurre sin consecuencias entre dos mundos desconocidos.

Esa costumbre puede causar dificultades enojosas a los no iniciados: tanta atención, ¿no será maleducada, no mostrará un conato de acoso sexual? Las normas de comportamiento visual son sutiles: en un. pasillo universitario norteamericano por ejemplo hay que mirar a quien se nos acerca, porque si no se le mira cabe la posibilidad de que eso sea considerado una ofensa, pero hay que mirar justo, un solo instante y a una cierta distancia más bien preventiva, una sola mirada que se cruza con otra y que va acompaña da por una sonrisa igual de rápida.

No hay que mirar con mucha atención, no hay disculpa para la vehemencia de los ojos. Durante más de de 10 años una parte de nuestro adiestramiento en el cinismo público ha consistido en el aprendizaje de las cosas que era preferible no mirar, igual que cuando va uno por la calle y presencia una reyerta o el desmayo de alguien o los aspavientos de un perturbado y aparta enseguido los ojos, vuelve la cara y apresura el paso no vaya a verse atrapado, contaminado, comprometido. No mirar el cadáver cubierto por una manta y la sangre que salpica una acera, no enterarse de las andanzas siniestras de unos policías fuera de la ley, no advertir el modo en que cambiaron de comportamiento, de vestuario y de coche algunos conocidos que se dedicaban a la política, no ver la degradación lenta de las calles de una ciudad, no dejar que la. vista se detuviera más de un segundo en la figura de un mendigo, de un borracho, de un yonqui. Hubo un momento en la alucinada vida española de esta década tan larga en el que él acto de mirar con los ojos abiertos era una inconveniencia censurable.

"Ojos que no ven, corazón que no siente", les oíamos decir a nuestros mayores cuando nos enseñaban sus doctrinas enigmáticas sobre los peligros del mundo y nos reñían por señalar o por mirar abiertamente a los desconocidos. La imagen más cruel que yo he visto en el cine es la de la navaja de afeitar que corta un ojo abierto en Un perro andaluz mientras una nube muy rápida cruza sobre el globo blanco de la luna. A un hombre joven que no había hecho mal a nadie y que estaba empezando animosamente su vida lo han matado a navajazos por el simple delito de mirar: quién se atreverá a no apartar los ojos de esa clase diaria de horror, sabiendo que personas más sagaces y juiciosas pueden acusarlo de mirar lo que no deben, de fijarse demasiado, de señalar un peligro que ya está entre nosotros y del que por ahora preferimos apartar los ojos.

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