Bening vence a Beatty
Un asunto de amor
Love affaire. Dirección: Glenn Gordon Caron. Guión: Robert Towne y Warren Beatty, según el guión de Delmer Daves y Daniel Ogden Steward, basado a su vez en una historia de Mildred Cram y Leo McCarey.Fotografía: Conrad L. Hall. Música: Ennio Morricone. Producción: W. Beatty. Estados Unidos, 1994. Intérpretes: Warren Beatty, Annette Bening, Katharine Hepburn, Pierce Brosnan, Kate Capshaw. Estreno en Madrid: Palacio de la Música, Amaya, Tívoli, Aluche, Multicines Warner, Alcobendas, Séptimo Arte y Coslada.
Atento como siempre suele a los viejos, éxitos del pasado, que han sido frecuente fuente de inspiración para sus películas -de El cielo puede esperar a Dick Tracy, por poner dos ejemplos-, el avispado productor que es Warren Beatty ha desempolvado ahora no sólo el filme de Leo McCarey Tú y yo, sino el propio origen de la saga, otra película también dirigida por él, aunque protagonizada no ya por Cary Grant y Deborah Kerr, sino por Charles Boyer e Irenne Dunne. El resultado es un filme que mantiene la progresión dramática de los originales, aunque considerablemente disminuido en sus logros por la elección de un elenco verdaderamente a contrapelo.
Un asunto... parte de idéntica situación de origen: un hombre y una mujer, ambos con un ritmo de vida desenfadado y con relaciones amorosas sólidas, tienen un problema durante un vuelo interoceánico que les obliga a permanecer un par de días lejos de todo, a bordo de un estrafalario, imposible navío ruso... Tras la forzosa despedida, ambos prometen volver a encontrarse en tres meses, en el último piso del Empire State -sí, como Meg Ryan y Tom Hanks-, sólo para encontrarse con que uno de los dos no podrá acudir a la cita por culpa de un percance.
El problema del filme proviene sobre todo de la poca entidad de uno de los dos protagonistas, el inefable Beatty. No es caso el comparar el glamour de actores como Boyer -uno de los galanes por antonomasia del mélo hollywoodense- o Grant con el improbable oficio de Beatty, uno de los actores más inexpresivos y blandos de que se tiene memoria. Pero lo cierto es que la necesaria química que debe establecer entre sí la pareja protagonista, condición sine qua non para que funcione una trama en los límites de la verosimilitud, no funciona aquí prácticamente nunca. Bening, que es una más que buena actriz, deja literalmente desnudo a su partenaire en cada réplica, restanto toda entidad a una relación que bien puede funcionar en la vida civil de ambos,. pero decididamente no en la pantalla: bastaba pensar, sin ir más lejos, en un filme como Bugsy para entender que Bening y Beatty sólo tienen en común, en términos del oficio, la B inicial de sus respectivos apellidos.
Y por si Beatty fuera poco, la película, queriendo, seguramente rendirle un homenaje sentido y cariñoso, recurre a Katharine Hepburn para encarnar el breve pero intenso papel de la tía del protagonista, cuyo contacto fugaz con la chica tanto ayudará al desenlace de la relación entre ambos. Y la elección es, una vez más, completamente disparatada: la gran actriz que siempre fue Hepburn, una de las mayores del siglo, es hoy una penosa caricatura de sí misma, consumida por un Parkinson inmisericorde que deja su rostro convertido en una suerte de mueca perenne e imborrable.
Flaco favor le han hecho permitiéndole la vuelta a las pantallas a quien lo fue todo en ellas, y más flaco favor le han hecho aún a una película cuyas virtudes se limitan a las que todos conocemos: la creación de situaciones dramáticas y emocionantes de las que son autores, no Beatty, ni sus guionistas, ni siquiera el dócil Caron, el director, sino Donald Ogden Stewart y Delmer Daves, guionistas tan rotundos como efectivos, muertos ambos hace ya largos, largos años.
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