Éxodo y desolación entre los serbios de Okucani
Los croatas tratan de asentar sus conquistas en Eslavonia occidental
"La gente estaba celebrando el 1º de mayo y creímos que las explosiones eran de la fiesta, pero no. Cuando entraron los croatas nos pidieron las llaves de las casas para registrarlas; después, a mi marido y a mí nos llevaron a la Cruz Roja a Nova Gradiska. Hemos vuelto ayer, y los soldados nos han robado todo. Yo soy croata, pero mi marido es serbio, e iría con él al infierno". La mujer, de 66 años, que habla con miedo vive en Okucani, escena rio de los más violentos comba tes de la ofensiva relámpago que esta semana ha permitido al Ejército croata reconquistar a los serbios rebeldes de Krajina el enclave de Eslavonia Occidental. Un poco más lejos, en la misma calle desierta, un hombre apoyado contra una verja mira el abandonado y abierto bar de enfrente, con las estanterías llenas de botellas y los manteles puestos en las mesas. El hombre. se identifica como "ortodoxo", tiene 56 años. "Eramos aquí unas 6.500 personas. Trescientos o cuatrocientos, los más viejos, están acogidos en Nova Gradiska, y el resto huyeron a Banja Luka. Yo volví ayer... Me faltan algunas cosas, pero no merece la pena hablar de eso".En las calles de Okucani se alinean las casas abiertas, intactas muchas, vacías todas. En algunas tiendas, todavía con los rótulos en cirílico, rotos los cristales, la mercancía se alinea pulcramente en los estantes. Aquí, zapatos nuevos; allí, ropa a estrenar. Junto, a una peluquería de hombres, un almacén de comestibles con los estantes repletos, y más allá, otro bar intacto con dos máquinas tragaperras reventadas. El precipitado éxodo de los vecinos ha dejado hasta ropa tendida en algún balcón.
Son las primeras horas de la mañana del sábado y una cuarentena de voluntarios civiles croatas, traídos por el Ejército vencedor de pueblos lejanos, se ponen firmes en la calle principal a la voz de mando. Van a recoger y a alimentar el ganado abandonado y a intentar poner un principio de organización en el escenario de la guerra. Los teléfonos ya funcionan, y en las bombas de la gasolinera trabajan cuatro hombres venidos de Slavonski Bros, a 70 kilómetros. Dos soldados intentan capturar a un gran cerdo suelto y un caballo cocea en el interior de un camión. Las calles de la localidad se han convertido en una granja por donde desfilan las cerdas con sus crías y deambulan despistadas vacas y gallinas.
Los nuevos dueños se apresuran a poner en orden el territorio recobrado en un ataque de 36 horas en el que intervinieron 7.000 hombres y un lujo de armas pesadas. Su euforia es evidente. Incluso el tren, que no pasaba por las vías de Okucani desde hace cuatro años, va a empezar a rodar hoy. El reloj de la estación marca las tres y media de un lejano día.
Eslavonia Occidental, a poco más de un centenar de kilómetros al este de Zagreb, tiene gran importancia económica para Croacia. Su aislamiento respecto de otros territorios de la Krajina ha facilitado la labor del Ejército del presidente Franjo Tudjman. Las tropas serbias de esta zona han mantenido cortada durante cuatro años la autopista que une Zagreb con el este del país y la línea de ferrocarril que enlaza la capital con Vinkovci, cerca de la frontera con Serbia. Croacia es un país amputado.
El primer inspector Ivan Keser, nuevo jefe de la policía de Okucani, tiene su despacho en el mismo lugar donde hace una semana se sentaba su equivalente serbio. Está lleno de banderas de todos los tamaños. ".Desde el 2 de mayo", dice, "esto está absolutamente. tranquilo. Hubo gran resistencia armada el lunes 1, pero ahora se reduce a algunos pequeños grupos en los bosques cercanos", dice señalando la ventana, "que son combatidos por los grupos antiterroristas de la policía militar", un cuerpo de elite. "Somos suficientes", asegura a proposito del número de hombres desplegados en la zona.En Okucani había el lunes alrededor de 6.000 serbios, ahora queda como mucho un centenar. Nadie sabe cuántos van a volver aprovechando la promesa croata de respeto absoluto a su integridad y derechos. En el pueblo vacío el tiempo parece haberse detenido. El ir y venir de vehículos militares es la única actividad.
La leña a la puerta de las casas, los coches y tractores abandonados y hasta triciclos infantiles en el pequeño parque sugieren una pausa en un imaginario rodaje tras la cual volvería la vida al conjuro de la palabra "¡acción!".
El símbolo más drástico de lo ocurrido es la profusión de flamantes banderas croatas donde antes ondeaban las serbias. Para ver otros signos hay que salir del pueblo reconquista do por los croatas. La población de Okucani sólo tenía una vía de escape cuando se les vino encima el lunes pasado el Ejercito asaltante: el puente metálico que salva el Sava por Stara Gradiska y lleva a Bosanska Gradiska en la Bosnia controlada por los serbios. Y hacia allí se dirigieron, "entre las once de la noche y las dos de la mañana", según el primer inspector Keser, en un éxodo cuyo rastro es difícilmente di gerible. Que las fuerzas croatas trataron de impedir esta huida masiva es evidente cuando comienzan a recorrerse los seis o siete kilómetros que separan Okucani del puente sobre el Sava. Casas reventadas por impactos artilleros directos, remolques con enseres abandonados en la cuneta, filas de coches reducidos a chatarra aplastados algunos por los tanques. Las gafas de su conductor están todavía sobre el salpicadero de un Mercedes despanzurrado; en el portaequipajes, restos de comida y fotos familiares. Un poco más allá se amontonan en el remolque de un tractor ropa de cama y de vestir, zapatos, enseres domésticos y aquello que en la casa de cada uno cuenta la vida de quienes la habitan: un reloj despertador, un álbum...Hay restos parecidos esparcidos por otras carreteras del enclave reconquistado por los croatas, pero en ninguna adquieren la intensidad emotiva que en estos últimos kilómetros que re corrieron los serbios de Okucani, despojándose de todo lo que no fueran sus cuerpos a medida que corría el tiempo y crecía el fragor, antes de llegar al refugio se guro del otro lado del río. Un portavoz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados decía ayer que a Banja Luka, la ciudad serbobosnia más importante, a unos 40 kilómetros del puente, han llegado 7.000 refugiados serbios y que se desconoce el paradero de al menos otros 2.000. La ONU está, convencida de que los croatas atacaron a los refugiados serbios.
El calor hacia ayer más pesado el silencio en torno al puente-frontera de Bosanska Gradiska. Junto a la garita ocupada ahora por soldados croatas, un cartel metálico da la bienvenida a la República Serbia de Krajina. Ya no confraternizan los serbios de Bosnia y de Croacia a los dos lados de su estructura metálica. La bandera tricolor serbia sólo ondea en uno de sus extremos. El lado croata está bloqueado con grandes pirámides de hormigón y doblemente minado en un espacio de pocos metros.
Un helicóptero de la fuerza de las Naciones Unidas se aproxima y una ráfaga de metralleta disparada a modo de advertencia disuade a su piloto de entrar en cielo serbo-bosnio. A 200 metros de donde estoy, en la terraza del único edificio de 12 plantas de Bosanska Gradiska, hay un francotirador serbio que los croatas tienen vigilado. Está fumando. Y su figura, vista a través de los prismáticos, es el único símbolo de vida al otro lado del río, aquí sucio y tranquilo.
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