Una película ejemplar
Durante la primera mitad de Historias del Kronen tenemos la sensación de viajar sobre la cuerda floja del tópico que domina la novela de donde la película procede: ¿qué de nunca ocurrido les ocurre a algunos jóvenes de ahora? Y se tiene la tentación de sentenciar lo que vemos cómo un epidérmico relato de lo distinto (es decir: lo insignificante) de tal gente., Hasta que, cuando el filme se abre a su zona final y afloran, por detrás de las imágenes, claves hasta entonces soterradas de su entendimiento global, caemos en que la película es un vuelco brutal de su pretexto literario y que nos sitúa, a la inversa que él, no ante lo que un grupo de niños pijos madrileños tiene de diferente (cosa irrelevante), sino de lo que tiene de igual (cosa seria).Lo que parecía encaminarse a describir la piel de una modalidad del gregarismo urbano de nuestra modernez de celofán, se hace metáfora de cuestiones permanentes de la vida en cualquier lugar y tiempo: la rutina y el tedio que envuelven los estados de indefinición del carácter, el cruce de la efímera frontera que encadena la fase terminal de la adolescencia con la fase inicial de la vida adulta, cuando la identidad balbuciente de unos muchachos con pedigrí se asoma por primera vez, de manera al mismo tiempo acobardada y turbulenta, fuera de su piel y se autodefine airadamente contra, en forma de rechazo a su origen -pero en pleno acuerdo con su destino con comportamientos duros, pero ejercidos en el edredón donde sestean los sueños de las tribus del asfalto perfumado de este tiempo: el juego, entre idiota y bautismal, del aprendizaje del poder.
Historias del Kronen
Dirección: Montxo Armendáriz. Guión: Armendáriz y José Ángel Mañas, basado en la novela de éste. Fotografía: Alfredo Mayo. España, 1995. Intérpretes: Juan Diego Botto, Jordi Molla, Nuria Prims, Aitor Merino, Armando del Río, Diana Gálvez, Iñaki Méndez, Mercedes Sampietro, André Falcón, José María Pou, Cayetana Guillén Cuervo, Mary González, Pilar Castro, Carmen Segarra, Eduardo Noriega. Madrid: cines Roxy, Aragón, España, La Vaguada, Exceisior, Duplex y Renoir.
Una única historia
Las varias historietas del Kronen son endebles hilos que trenzan una única historia envolvente de gran fuste: el principio del fin del desorden que segregan esas tribus de escaparate, cuando sus miembros comienzan a acatar el orden del que proceden, un orden que necesitan burlar para aprender a sostenerlo. Es el preludio rebelde de los cachorros de las castas conservadoras, alevines incluso de fascismos, cuando sus pesadillas comienzan a cuajar en conductas. Las historietas del Kronen conforman (entrelazadas en un soberbio guión) una única historia: la de una mutación. Y el aldeanismo de base deja paso al residuo de unos sucesos que, así indagados, rozan lo universal: la representación del periodo de crisálida de unos señoritos de ahora que, como los de antes, están abocados indistintamente al despotismo y a la sumisión, a poblar las dos caras (opuestas, pero complementarias) de la misma moneda del mismo viejo tinglado de la forja, en las cunetas, de los dueños de la calzada.
Arméndariz sostiene con tacto exquisito -delicadeza, pero también fría dureza indirecta- el bastidor donde esos hilos menores entretejen la historia mayor. Esconde el tiempo justo las rampas de descenso al subsuelo del hormiguero (encarnado por un reparto magníficamente interrelacionado) que representa. Y tiene la elegancía de ser generoso con personajes que desprecia, pero sin que su inanidad le haga caer en una representación maniquea de sus actos, de modo que les da oportunidad de ser rostros, o signos, reconocibles; e incluso se deja arrastrar por ellos a una zona de desenlace -prodigiosa intuición de guión, pues en la novela no hay rastro de ella- magistral y terrible, donde los muchachos relatados, y no su relator, desvelan su desalmada conversión de tribu adolescente suicida en grupo adulto homicida.
Y sobre la pantalla se deslizan escenas que arrastran un exacto ritmo interior y que conforman una secuencia admirablemente compuesta y conducida, que invita a pensar que bastarían unas pocas películas de esta especie, con una tan inteligente mezcla de generosidad en la composición de los personajes y de elegancia en el desvelamiento -siempre indirecto de sus trastiendas, para dar aire libre a un cine, como el nuestro, con síntomas de ahogo y que necesita respirar al unísomo ambición de grandes audiencias y humildad de autoexigencia.
Babelia
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