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CIUDAD REAL

Torería frente a desafueros

El toricantano local Víctor Puerto, ese meteorito desprendido y lleno de clasicismo, fiel heredero de su tío Antonio Sánchez Puerto, les pegó un repaso de torería y ortodoxia, frente a los desafueros populistas, a dos figuras: Jesulín de Ubrique y Litri. El festejo así fue capicúa: pureza (primer bicho), borrachera de trapazos (segundo al quinto), pureza (al sexto hasta que se rajó).El nuevo doctor en tauromaquia fue el único que alboreó excelentes suertes capotiles en ambos enemigos. A los dos los recibió con verónicas plenas de tersura y ganando terreno, que remató con diversidad de adornos: la medía de pie y de hinojos; las chicuelinas ajustadas y la socorrida revolera. También fue el único sacerdote que ofició quites; concretamente uno por saltilleras, entre el clamor y los ecos calientes de sus paisanos, que no obstante, sobre todo en su sector femenino, vibró más con los chicotazos y reolinas de sus compañeros de terna.

Algarra / Litri, Jesulín, Puerto

Toros de Luis Algarra: bien presentados y manejables; nobles y flojos. Sospechosos de pitones. Litri: bajonazo (oreja); estocada tendida trasera (dos orejas); salió a hombros. Jesulín de Ubrique: estocada perpendicular trasera baja (oreja con algunas protestas); bajonazo (palmas). Víctor Puerto, que tomó la alternativa: estocada desprendida (dos orejas); estocada (oreja); salió a hombros. Plaza de Ciudad Real, 9 de abril. Casi lleno.

Al del doctorado, mansote pero manejable, Puerto lo embarcó con más torería y variedad: ayudados por alto, pase de la firma, desprecio y kikiriki. Siguió su labor muleteril cascabeleando toreo puro, aunque al final se inclinó por los adornos populistas; eso sí, con el bicorne siempre domeñado. Por ese camino de santa torería, aún con mayor reposo, iba en el que cerró festejo, cuando su enemigo se dañó al sufrir una tanganilla y el esfuerzo quedó baldío; sólo intentos de extraer agua. cristalina de tan seco pozo, al que mató de un estoconazo hasta los gavilanes aprovechando que se había levantado de una de sus caídas.

A Litri le correspondió el mejor lote, unos toros para escribir el Cosío, pero el coletudo se hartó a echar chafarrinones con zarrapastrosa entrega, que empeoró con un sablazo en los sótanos y un heterodoxo espadazo, respectivamente.

Jesulín, extrañamente apático y pasota, se llevó una pelúa casi sin querer en el tercero, y se dedicó a insustanciales chundaratas en el quinto, de muy escasa codicia. Pese a todo ello, las jesulinianas restallaban palmas continuamente mientras el resto de los parroquianos se sumían en el sopor.

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