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De las fuentes

Jorge M. Reverte

Los periodistas especializados en información política han soñado siempre, en todo el mundo, con encontrarse en una situación similar a la que sirvió a Woodward y Bernstein, de The Washington Post, para derribar a Nixon y hacerse con el premio Pulitzer. Los dos míticos reporteros se pasaron algunos meses publicando informaciones exclusivas en torno al caso Watergate, que contrastaban con varias fuentes pero siempre estaban originadas por la misma: un misterioso personaje al que bautizaron como garganta profunda, en clara alusión a una célebre película pornográfica que estaba protagonizada por Linda Lovelace.Woodward y Bernstein recibían las confesiones de su misterioso informante, al que decían no conocer, y luego, con los datos en la mano, preguntaban a las gentes del entorno gubernamental si negaban o no lo sabido. En alguna ocasión se atrevieron a publicar datos que no estaban lo suficientemente contrastados, y la espada del descrédito estuvo a punto de caer sobre sus cabezas. (Situación delicada en Estados Unidos, donde publicar una información sin el suficiente apoyo de datos, le cuesta a uno la ruina profesional).

Pasados algunos años desde los acontecimientos del caso Watergate, el relato de los hechos sigue dejando abiertos algunos interrogantes sobre la acción de los reporteros. Sobre todo lo que se refiere a la personalidad de garganta profunda, que es quien, en realidad, condujo la investigación. Cada minuto, cada paso. Los periodistas realizaban después la ardua tarea de contrastar, de rebuscar en los servicios de documentación, de elaborar y de no meter la pata. Lo hicieron bien y consiguieron no escurrirse. Pero quien ganó la batalla fue, no nos engañemos, garganta profunda. Sus motivos no nos interesan en exceso. Se tratara de quien se tratara, está claro que quería acabar con Nixon y encontró en los reporteros el mejor de los caminos.

A lo largo de los últimos meses estamos viviendo en España una situación similar. Sólo que en este caso el relato del procedimiento es bastante menos heroico, aunque, eso sí, es bastante más llamativo, porque los gargantas profundas se multiplican, y más que unos reporteros, el protagonista es un periódico.Los confidentes son Amedo y Roldán. Los audaces reporteros, los redactores de El Mundo que siguen esas investigaciones, dirigidos por Pedro J. Ramírez, un hombre que vivió en Estados Unidos durante el desarrollo del Watergate (como 200 millones de personas más, pero eso no es muy trascendente).

La diferencia esencial entre las dos situaciones es que sabemos qué quieren los gargantas profundas, aunque no sabemos cuál es el pacto. Porque las fuentes privadas, exclusivas, siempre suponen la existencia de un pacto: yo te doy la información y tú me das a cambio algo (silencio, datos, imagen ... ).

Amedo busca venganza y fortuna personal. Amedo es un delincuente que canta a cambio de popularidad y dinero. Roldán busca explicarse algo y justificar la vuelta. Roldán es un presuntísimo delincuente que canta a cambio de una miserable justificación. Ambos han buscado a los periodistas. ¿Por qué y a cambio de qué? Los periodistas nos explican razones endebles, pero ésa tampoco es su función. Lo malo del caso es que los periodistas nos explican que ellos encontraron a Roldán en París (y no creen que la policía lo hizo en Laos), y nos adornan la historia con persecuciones policiales y presiones de ministros y periodistas gubernamentales".

En los casos de Roldán y Amedo la fuente es la que manda. El medio informativo es más que nunca un intermedio entre los deseos de los chivatos y la realidad. Porque en ningún momento la corrupción de la fuente es puesta en cuestión por el medio. Y eso, siempre, tiene que ver con la naturaleza de la información.

En el caso Watergate nunca conocimos el impulso que movió a garganta profunda. Aquí sabemos que unos delincuentes dan ventajas informativas cada día y desconocemos qué motivo lleva a no preguntarse por los mecanismos que se usan, muy similares a los criticados para los fondos reservados o las redes del GAL. ¿O para los periodistas vale todo?

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